Las personas con síndrome de Down envejecen de forma prematura y lo hacen más rápido que el resto de la población. Si el proceso de envejecimiento celular se inicia de forma general a partir de los 65 años, en este colectivo arranca hasta dos décadas antes. Por ello, pese a que no tengan ninguna patología se convierten en grupo vulnerable ante el COVID a edades prematuras . El mayor estudio hasta el momento en personas con síndrome de Down que tuvieron coronavirus —elaborado por la Trisomy 21 Research Society (T21RS)— revela que el riesgo de complicaciones que deriven en hospitalización o fallecimiento se incrementa a partir de los 40 años en este colectivo, frente al resto de la población cuyo riesgo se eleva a partir de los 60. “En términos médicos se estima que una persona de 50 años con síndrome de Down se asemejaría a una de entre 80 y 85 sin él”, indican los autores de la investigación.

El síndrome de Down es una alteración genética que se produce por la aparición de un cromosoma extra (en el par 21). “No se trata de una enfermedad y de hecho su salud puede ser bastante más potente que la del resto de la población aunque es cierto que tienen más tendencia a ciertos problemas cardíacos o la miopía, pero no quiere decir que todos los tengan”, señala el presidente de Down Galicia, Delmiro Prieto, quien reconoce, eso sí, que una de las características de este síndrome es “que presentan un envejecimiento adelantado”. Esto se traduce en que ciertos procesos que se asocian a la vejez —pérdida de audición, más limitaciones para la movilidad o incluso la demencia— en este colectivo aparece mucho antes y además el proceso de envejecimiento es mucho más rápido. Pese a todo, gracias a los avances en la medicina y la atención social, la situación de estas personas ha dado un giro de 180 grados. “Hace unos años era impensable que alguien con síndrome de Down viviese hasta los 50 y los 60 y ahora no, la esperanza de vida se ha alargado”, indica Prieto.

Más allá de evaluar cuándo se eleva el riesgo de contraer coronavirus en las personas con un cromosoma extra en el par 21, el estudio de la T21RS analiza su evolución una vez en el hospital y aprecia algunas diferencias respecto a pacientes sin este síndrome. Aunque en todos los ingresados analizados la tos, la fiebre y la falta de respiración eran los síntomas más habituales, en quienes tenían síndrome de Down “fue más frecuente presentar alteración de conciencia o confusión” y al contrario, más extraño que presentaran “dolores articulares o vómitos”. También se apreció que este colectivo presentaba un mayor riesgo de sufrir complicaciones como neumonía bilateral y las mismas probabilidades de tener problemas cardíacos o renales derivados del COVID. En cuanto al riesgo de fallecimiento en pacientes hospitalizados, el estudio indica que “en pacientes con síndrome de Down y 40 o más años es similar al de pacientes de 80 o más sin síndrome de Down”.

Antes de esa barrera de los 40 años que marca el estudio, el riesgo de sufrir complicaciones por el COVID es similar al de la población general. “El hecho de tener síndrome en Down no supone un riesgo adicional, solo aumenta como ocurre con el resto, si se tiene ciertas patologías como obesidad o diabetes”, indica Prieto. Por ello, desde esta entidad recuerdan que las personas con síndrome de Down tienen que seguir las mismas directrices que el conjunto de la población: uso obligatorio de mascarilla, distancia de seguridad y lavado frecuente de manos. Y en quienes superan los cuarenta, Down España aconseja además que se vacunen contra la gripe y mantienen una buen nivel de vitamina D.

Además, desde la organización que aglutina a entidades de todo el país, llevan meses reclamando que las personas con síndrome de Down de más de 40 o con patologías tengan prioridad en la vacunación contra el COVID. Hace solo unos días , la Sociedad Española de Medicina Preventiva abogaba por incluir a este colectivo entre los grupos a vacunarse tras los mayores y sanitarios. Aseguran que presentan “riesgo alto” e insta a darles prioridad junto a personas con obesidad, diabetes no controlada, con esquizofrenia o pacientes que hayan recibido un trasplante.