Los procesos tectónicos que forman las montañas se estancaron durante el Proterozoico, dejando los continentes desprovistos de montañas altas durante casi 1.000 millones de años.

Dado que la formación de montañas es crucial para el ciclo de los nutrientes, el prolongado cambio en la actividad de la corteza terrestre puede haber dado lugar a los "1.000 millones de años de aburrimiento", un eón en el que la evolución de la vida de la Tierra se detuvo, según un nuevo estudio realizado por investigadores de China, Canadá y Estados Unidos que se publica en 'Science'.

En escalas de tiempo geológicas, incluso las montañas son efímeras. Las enormes fuerzas tectónicas que impulsan vastas franjas del planeta hacia el cielo se ven contrarrestadas por los interminables procesos de erosión. Dado que el grosor de la corteza terrestre está en constante cambio, el seguimiento de la formación de las montañas a lo largo del tiempo es un reto, pero es crucial para entender la evolución de la superficie del planeta y la vida que vive en ella.

El investigador de la Universdad de Pekín Ming Tang y sus colegas han presentado un nuevo indicador para comprender los procesos de formación de montañas (orogénicos).

Utilizando anomalías de europio en zircones erosionados durante mucho tiempo de antiguas formas terrestres para estimar el grosor medio de la corteza a lo largo de la historia de la Tierra, Tang y su equipo descubrieron que la formación de montañas se detuvo durante casi mil millones de años durante la edad media de la Tierra.

Mientras que la corteza continental era gruesa y activa durante los eones del Arcaico y Fanerozoico, el Proterozoico fue testigo de poca actividad, lo que dio lugar a una disminución constante del grosor de la corteza a medida que las montañas se erosionaban lentamente.

Los autores sugieren que esta inactividad orogénica podría estar relacionada con el supercontinente Nuna-Rodina, que podría haber alterado la estructura térmica del manto, debilitando la actividad de la corteza continental por encima. Al no llegar nuevos nutrientes a la superficie del planeta, los cambios también pudieron haber provocado una hambruna persistente en los océanos y, por tanto, haber detenido la evolución de la vida durante un tiempo.