La periodista Pepa Bueno acaba de publicar su primera novela, Vidas arrebatadas, un estremecedor relato sobre dos víctimas del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza en 1987. José Mari (1974) y Víctor (1976) tenían trece y once años cuando el coche bomba de ETA segó la vida de sus padres y su hermana de siete años. Ellos sobrevivieron pero buena parte de lo que eran se quedó enterrado para siempre bajo los escombros del cuartel. La periodista aborda en este libro esa tragedia íntima pocas veces contada, esa vida cotidiana trastocada por un atentado cruel. Y lo hace con un relato crudo y sin tapujos dejando la frialdad de las estadísticas.

¿Cómo llega a esta historia?

Me llega a través de Ángeles Aguilera, editora de Planeta. Ella estaba convencida de que la historia merecía conocerse. Me hizo llegar las notas que el hermano mayor, José Mari, había ido escribiendo como parte de su terapia con una psicóloga y decidí ir a conocerlos. Quedamos en Bilbao y salí convencida de que esta era una parte de la carga que soportan las víctimas de ETA que se conocía menos. Me impactó comprobar que la onda expansiva que destruyó la casa cuartel de Zaragoza llega hasta hoy. Cómo dos hombres tan jóvenes tienen su vida totalmente determinada por aquello 30 años después.

Han sido muy valientes.

Mucho, porque han contado su tragedia íntima. La tragedia social la hemos contado muchas veces, pero la íntima pocas. El sentirse solo, lo que significa haber caído en el alcohol como un remedio para entender la hecatombe emocional en la que vives, el tener que renunciar a tu vocación como le pasó a José Mari... Han sido muy valientes por querer compartir con todos su historia.

¿Tenía claro que quería limitarse a eso en el libro? ¿A contar su historia?

Exactamente. Yo no me siento autorizada para hablar en absoluto en nombre de las víctimas de ETA. Yo hablo de estas dos víctimas, que siendo hermanos y habiendo vivido la misma tragedia son bien diferentes. Uno no pierde la individualidad por haber sido víctima. Me importaba mucho eso. Hay quienes han encontrado en el activismo político una manera de procesar su dolor y hay quien ha optado por la privacidad. Hay que respetar todas las opciones.

Como dice Manuel Jabois en el prólogo de esta misma novela, los que salieron con vida de los atentados son los grandes desatendidos...

Sí, desatendidos de las instituciones y de la sociedad, aunque yo en el libro no señalo culpables. Sin embargo, hubo una época en la que parecía que las víctimas eran testigos incómodos de una España que quería progresar y quitarse de encima la pesadilla del terrorismo etarra. Salvando las distancias, algo similar está ocurriendo ahora con la pandemia. Al principio, las cifras de muertos nos dejaba impresionados. Un año después solo hablamos de la vacuna y de salir de esta pesadilla. Un mecanismo similar ocurrió entonces y por el camino se quedaron muchas vidas arrebatadas.

Lo que les ocurrió a José Mari y a Víctor es un ejemplo de que la atención a las víctimas no fue la adecuada.

Está claro. De hecho, la primera ley de atención a las víctimas es del año 98, del Gobierno de Aznar, y la ley integral de atención a las víctimas es del 2011, del Gobierno de Zapatero. Para ellos llegaba muy tarde. Las asociaciones de víctimas fueron las únicas que estuvieron ahí desde los años 80 tratando de arropar a quienes sobrevivían, pero no había una atención institucional organizada. Llama mucho la atención que en el año 87 no hubiera una atención psicológica automática, especialmente a dos niños. Algún psicólogo los vio, pero José Mari, por ejemplo, no recibió una atención especializada hasta bien entrados los años 2000. También parece increíble que nadie les dijera que podían elegir casi cualquier profesión menos la de Guardia Civil...

Los dos hermanos estuvieron separados durante varios años.

Si se piensa ahora sorprende mucho que dos menores de once y trece años pudieran ser desgajados de todo su entorno en un momento como ese. Pero así fue. Poco después fueron al colegio de huérfanos de la Guardia Civil, luego se hicieron guardias civiles y no tuvieron contacto durante varios años. Hasta que llegó un momento en el que Víctor decide ir a buscar a su hermano mayor. Es una historia de sucesivos abandonos.

¿Se ha instrumentalizado a las víctimas?

Es evidente y una lástima porque no nos lo merecíamos como sociedad. La instrumentalización política de las víctimas me perece terrible. Su dolor es solo de ellas.

Diferentes proyectos, como la serie Patria, están abordando últimamente el drama de ETA. ¿Pueden contribuir a que deje de ser un tema tabú y a abordarse desde diferentes ópticas?

Probablemente. Ahora que ETA ya no existe, me parece muy interesante que desde la ficción y desde la recuperación de la memoria se contribuya a superar el pasado, pero conociéndolo. Hay que pasar página, pero antes hay que leérsela enterita y saber lo que pasó.

¿Es la primera vez en su trayectoria que se ha planteado escribir un libro?

Me habían propuesto muchas veces escribir libros, pero no me veía. Paradójicamente, cuando esta historia se cruza en mi vida estaba empezando a escribir otro libro por primera vez. Como está pendiente prefiero no decir de qué va, pero es un tema totalmente diferente. Y me estaba generando ciertas dudas, algo que no me pasó cuando conocí la historia de José Mari y Víctor. En todo caso, la experiencia me confirma que este es un oficio totalmente distinto.

¿Escribirá más libros ahora que ya ha dado el paso?

No lo sé. Soy muy presentista para todo. Una vez que abres el camino igual sigues circulando por ahí, pero no lo sé seguro.