La pandemia por covid-19 y los meses de confinamiento han tensionado el mercado de trabajo español. En muchos sectores laborales se ha traducido en un aumento de la presión, con jornadas laborales más largas y con más trabajo para los colectivos imprescindibles, en la mudanza al teletrabajo, en el caso de los trabajos de oficina y, para los menos afortunados, en unos meses e incluso años de paro, especialmente en los sectores que han tenido que paralizar su actividad.

Todo ello ha derivado en un desgaste emocional vinculado al miedo al contagio, los cambios de entorno o de actividad, el descenso de la calidad del trabajo, el miedo a la pérdida del empleo y la angustia financiera generalizada en unos meses caracterizados por despidos, ERTE y mucha incertidumbre.

La fatiga pandémica, el cansancio mental derivado de esta situación, se ha convertido en un síntoma generalizado de los efectos del coronavirus. Y como si de la punta de un iceberg se tratara, por el momento podemos constatar los primeros daños colaterales del aumento de esta presión en términos de salud mental en el conjunto de trabajadores españoles. “Vemos esta fatiga pandémica y el cansancio en las consultas de atención primaria y consultas externas de los hospitales: las resistencias de la población están disminuyendo”, explica Fernando García Benavides, catedrático de Salud Pública en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y director del Centro de Investigación en Salud Laboral de esta universidad.

En alerta

La novedad, en este caso, es que la sociedad presta más atención a las consecuencias del paso de la covid-19 en forma de enfermedades de salud mental. “La población está más atenta a los riesgos psicosociales, ya que todos los sectores se han visto afectados, aunque unos más que otros”, destaca Javier Nieto, director de la Oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para España. Las enfermedades mentales tienen, como expresión a corto plazo, el malestar, la tristeza, el cansancio, el insomnio y la insatisfacción y se reflejan en la relación con las personas cercanas. A medio y largo plazo también tienen consecuencias a nivel físico: “se manifiestan en  enfermedades cardiovasculares, el estrés y en trastornos metabólicos y músculo-esqueléticos”, explica García Benavides. Muchas de ellas están vinculadas con el teletrabajo, una nueva forma de relacionarnos con el trabajo de forma virtual con la que aún tenemos que aprender a convivir. “El teletrabajo tiene un impacto en la salud mental importante en relación con la incapacidad de desconectar”, destaca el catedrático de la UPF. Aunque el teletrabajo y los ERTE han comportado cambios han actuado como mecanismos de protección de la población en materia económica y de seguridad. Todo ello queda reflejado en un aumento del consumo de psicofármacos relacionados con el manejo del sueño y la ansiedad: tal como apunta la encuesta Condiciones de trabajo, inseguridad y salud en el contexto del covid-19 impulsada por la Universitat Autònoma de Barcelona, el 10% de las mujeres encuestadas y el 8,5% de hombres han empezado a tomar analgésicos opioides en estos últimos meses.

Colectivos esenciales

Por el momento hay pocos estudios que analicen el impacto de la pandemia en la salud física y mental en el grueso de los trabajadores españoles. Sí que los hay en sectores concretos, como el estudio MIND/COVID que constata el impacto de la pandemia en los trabajadores sanitarios y en otros colectivos esenciales, si consideramos que muchos de ellos han sufrido de cerca las más de 76.500 muertes registradas por covid-19 y sufren estrés postraumático. “Se han tenido que enfrentar a situaciones más agudas de las que se enfrentan habitualmente, ya de por sí duras, con pocos medios, jornadas largas, mayor mortalidad y mucha impotencia” destaca Nieto. MIND/COVID, llevado a cabo por investigadores del Hospital del Barcelona, corrobora el impacto en materia de salud mental: casi la mitad de los sanitarios tiene un riesgo alto de sufrir un trastorno mental tras un año de pandemia, el 14,5% sufre una patología mental y, en el peor de los casos, el 3,5% del colectivo tiene ideas suicidas.

Además, estas afectaciones se combinan con un sistema de español de atención psicosocial con poca capacidad de prestación sanitaria en términos psicológicos. “Aproximadamente hay un profesional por cada 100.000 usuarios. Son unas cifras de desatención enormes”, subraya Nieto.

Empresas y organismos

Esta situación ha propiciado que muchas empresas españolas movilicen sus profesionales en recursos humanos para prevenir las bajas por ansiedad.

“Los servicios de prevención de riesgos laborales deben estar en el centro de la solución de este problema, con lo que deben estar en los gabinetes de crisis que se han formado en las empresas para hacer frente a la crisis sanitaria y económica”, explica García Benavides. De hecho, buena parte de la RSC en estos momentos pasa por asumir su responsabilidad frente a la pandemia: “existen posibilidades de evaluar los riesgos psicosociales de los trabajadores y trabajar para prevenirlos”, destaca Nieto.

Los recursos a su abasto son múltiples, pasan por la disposición de planes de prevención y por garantizar que los trabajadores reingresen a sus lugares de trabajo con las medidas de seguridad pertinentes.