Llevan más de un año conteniendo la respiración. Su historial médico los sitúa en una cuerda floja frente al COVID. Enfermos en hemodiálisis, trasplantados, con cáncer o dolencias hematológicas son una bomba de relojería ante un virus, el SARS-CoV-2, tan dañino, en muchos casos, como impredecible. Para estos colectivos, en concreto, el riesgo de sufrir complicaciones, si se infectan, es altísimo, por eso el Ministerio de Sanidad los ha incluido, casi cuatro meses después, entre los grupos prioritarios para la vacunación, junto con los afectados por el VIH y las personas con síndrome de Down mayores de 40 años. Hace apenas una semana, recibieron la primera dosis (en su caso, de Pfizer o Moderna), y ahora aguardan con ganas el segundo pinchazo, con el que completarán la pauta. Su pasaporte, esperan, hacia la calma. De momento, no obstante, se muestran “contenidos”.

Iria Catoira, coruñesa de 40 años trasplantada de pulmón y riñón, dice estar “contenta” por haber recibido, “de una vez”, la primera dosis de la vacuna, aunque también “un poco a la expectativa” de ver si, en su caso, será del todo eficaz. “En los estudios de las vacunas no se incluyeron perfiles de trasplantados, por tanto, no sabemos qué efectividad va a tener en nuestros casos”, apunta Iria, quien asegura que desde el Servicio de Medicina Preventiva del Hospital de A Coruña le han aconsejado, por ese motivo, realizarse un test de anticuerpos “entre 7 y 10 días después de recibir la segunda dosis”. “Así se podrá constatar cuánta inmunidad he generado”, avanza.

Ilusionada por haber iniciado el proceso de inmunización frente al COVID se encuentra, también, Begoña Hermida, santiaguesa de 39 años que hace seis se sometió a un trasplante de médula, quien lamenta “los bulos e informaciones confusas” que han circulado sobre las vacunas y que, asegura, “hacen mucho daño” a los pacientes de riesgo. “A diario tomamos fármacos con un riesgo mucho más elevado de causar efectos adversos que las vacunas. A mí, sin ir más lejos, uno de los medicamentos que recibí durante el tratamiento de la leucemia me llevó a cuidados intensivos (UCI), y no por eso digo que sea lo peor, al contrario; a mí me sentó fatal, pero salva a miles y miles de personas”, subraya. 

Mario Álvarez, de 28 años y con trasplante, también, de médula ósea, tenía “muchas ganas” de vacunarse, aunque “hubo que luchar para conseguirlo”, y recuerda que asociaciones como Asotrame (trasplantados gallegos de médula ósea), de cuya directiva forma parte, llegaron a enviar “algún escrito al Sergas”, e hicieron pública la situación, para “meter presión”. “Ahora, por fin, estamos en el camino”, señala.

Mucho más vehemente, Keko Iglesias, enfermo renal en hemodiálisis, califica de “autentico desastre” la forma en que se establecieron los grupos de vacunación, y urge a que otros pacientes crónicos de riesgo sean también inmunizados, con independencia de su edad. “Es muy triste que enfermos con diabetes o insuficiencia respiratoria, por ejemplo, no hayan recibido aún ni una sola dosis”, remarca.

Begoña Hermida. Cedida.

Begoña Hermida | Trasplantada de médula ósea

“A los pacientes de riesgo, los bulos e informaciones confusas sobre las vacunas nos hacen mucho daño”

“A mí un fármaco para tratar la leucemia me llevó a la UCI y no por eso digo que sea lo peor; al contrario, salva miles y miles de vidas”

Begoña Hermida cumplió 39 años el pasado día 8 de abril, y solo nueve días después, el 17, recibió el regalo que más deseaba: la primera dosis de la vacuna frente al COVID. Como paciente trasplantada de médula ósea y, por tanto, de altísimo riesgo, esta compostelana llevaba muchos meses aguardando un pinchazo que le acerca a poder vivir con un poco más de tranquilidad tras un año de nervios e incertidumbres. “Me pusieron la primera dosis de la vacuna de Moderna, en el Hospital de Santiago, y la verdad es que me ha ido muy bien. Los pacientes oncohematológicos nos tenemos que vacunar de todo, porque después del trasplante de médula ósea, perdemos toda la inmunidad que teníamos desde pequeños. Por tanto, en los últimos años me he puesto un montón de vacunas, y algunas sí que me han dado reacción local e incluso algo de febrícula al día siguiente. Con esta solo tuve un poco de dolor en el brazo, al día siguiente”, expone.

Hace seis años que a Begoña, con 33, le diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda, una enfermedad que superó gracias a una donación de médula que llegó, en mayo de 2014, procedente de Alemania. “Como los donantes son anónimos, lo único que sé es que el mío es una chica de ese país; eso, y que le debo la vida”, recalca esta vecina de Santiago, quien reconoce que la recuperación, tras el trasplante de médula, lleva su tiempo. “Cada persona es un mundo, pero en mi caso la vuelta a la normalidad fue un proceso largo. De hecho, yo no empecé a retomar mi vida, como tal, hasta 2019, y justo un año después, llegó la pandemia y lo volvió a paralizar todo”, apunta Begoña, quien reconoce que los pacientes oncohematológicos están, en cierto modo, acostumbrados a extremar las medidas de precaución (usar mascarilla, evitar aglomeraciones, extremar la higiene...), al estar inmunodeprimidos. Por este motivo, el confinamiento domiciliario no se le hizo tan cuesta arriba. “Todo el mundo estaba agobiado por no poder salir a la calle, sin embargo, para mí fue bastante llevadero. En casa hay mil cosas que hacer, y no tienes que depender de nadie. Nada que ver con un aislamiento en el hospital. Por eso me resultó más sencillo adaptarme. Mi vida se había parado ya en 2013, cuando me diagnosticaron la leucemia. De no ser así, igual sí hubiese notado ese frenazo en el confinamiento”, señala.

Begoña colabora con la Asociación Galega de Trasplantados de Médula Ósea (Asotrame), entidad que desarrolla programas de apoyo a enfermos hospitalizados, que han pasado a hacerse de manera virtual debido a la pandemia. Esto la ha llevado a “pensar mucho” en esos pacientes, “solos” ante una situación que a ella también le tocó vivir. Por ellos, y por todos los enfermos de riesgo, insta a dejar al un lado “bulos e informaciones confusas”, y vacunarse. “A diario tomamos fármacos con un riesgo mucho mayor de causar efectos adversos que las vacunas. Uno de los medicamentos para tratar la leucemia a mí me llevó a la UCI, y no por eso digo que sea lo peor. Yo fui el caso entre cien mil, me sentó fatal, pero a miles de personas les ha salvado la vida”, subraya.

Mario Álvarez. Cedida.

Mario Álvarez | Trasplantado de médula ósea

“Hubo que ‘luchar’ para conseguir que nos empezasen a vacunar; por suerte, ya estamos en el camino”

“Mi situación y el desconocimiento sobre el COVID en la primera ola me llevaron a pasar dos meses sin asomar la cabeza a la calle”

Con solo 20 años, hace ocho, a Mario Álvarez le diagnosticaron linfoma de Hodqkin, enfermedad que superó gracias a un trasplante de médula ósea, donada por su hermano. “Me iba a ir a ver a un amigo que vivía fuera, pero llevaba un tiempo con una serie de síntomas que no remitían: estaba muy cansado, no dormía bien por la noche porque sudaba muchísimo (algunas noches me tenía que cambiar el pijama hasta dos o tres veces), había adelgazado un montón... de ahí que mi madre me insistiese en que, antes de marcharme de viaje, fuese al médico a consultar lo que me pasaba. Me hicieron una plaza de tórax, vieron que había algo raro, y después de realizarme otras pruebas, ya me dijeron que se trataba de linfoma de Hodgkin”, rememora Mario, quien asegura que, pese a la dureza del diagnóstico, él lo afrontó con bastante tranquilidad: “Siempre he sido bastante positivo, así que en ese momento pensé que era lo que había, que lamentándome no iba a ganar nada y que lo que lo único que podía hacer era tirar para adelante”. A su familia, y sobre todos a sus padres, sí les costó más asimilar su enfermedad: “Al principio lo pasaron bastante mal. Yo también me escudaba un poco en eso para tratar de estar bien y que ellos lo llevasen mejor”, señala.

Seis meses después de culminar la primera línea de tratamiento, que en principio fue muy bien, Mario sufrió una recaída, y fue entonces cuando se planteó la necesidad de realizar el trasplante de médula. “Le hicieron pruebas a mi familia, y como mi padre y mi hermano eran compatibles al 50%, los médicos se decantaron porque fuese este último quien me hiciese la donación”, expone.

Una vez superado el proceso de recuperación, no exento de algunas complicaciones, y cuando este joven compostelano había retomado sus rutinas, la pandemia de COVID vino a ponerlo todo, de nuevo, patas arriba. “El confinamiento lo pasé completamente aislado, de hecho, me tiré dos meses sin asomar la cabeza a la calle, por mis antecedentes, la incertidumbre y el desconocimiento que había en aquel momento sobre el COVID. Vivo solo, pero tengo la suerte de que mi tía reside en el mismo edificio, así que ella se encargaba de traerme el pan y los productos básicos, y mi padre, las compras más grandes. Además, al trabajar en la empresa familiar, me pude adaptar bien a la situación”, explica. A partir de ahí, “dentro de lo que cabe”, lo fue llevando “más o menos bien”. “Sabiendo, eso sí, que la mascarilla es un complemento imprescindible, algo que los pacientes oncohematológicos ya tenemos más o menos interiorizado desde siempre”, destaca.

Con todo, Mario asegura que tenía “muchas ganas” de vacunarse. Su turno le llegó el pasado día 17, cuando recibió la primera dosis de Moderna Un pinchazo que se hizo de rogar. “Hubo que luchar para conseguirlo. Desde la Asociación Galega de Trasplantados de Médula Ósea (Asotrame), de hecho, enviamos algún escrito al Sergas para pedir que se agilizase la vacunación, y también nos quejamos públicamente. Al final, por suerte, estamos en el camino”, apunta.

Iria Catoira. Cedida.

Iria Catoira | Trasplantada de pulmón y riñón

“La tranquilidad llegará cuando un test de anticuerpos determine cuánta inmunidad he generado”

“Estoy contenta, pero contenida; los estudios de la vacuna no incluyeron a trasplantados y no sabemos qué eficacia va a tener”  

Hace dos meses, Iria Catoira se asomaba a esta ventana para reclamar, junto con otros compañeros vinculados a la asociación Alcer A Coruña, que se acelerase la vacunación de los enfermos renales, principalmente aquellos que tienen que ir varios días de la semana al hospital para someterse a hemodiálisis, muchos en transporte colectivo, por el elevadísimo riesgo de contagio que esto conlleva. También de los trasplantados que, como ella, viven angustiados ante la posibilidad de infectarse con el SARS-CoV-2. “El día que reciba la vacuna frente al COVID, lloraré de emoción”, avanzaba entonces esta coruñesa, de 40 años, con dos injertos, de pulmón y riñón. El pasado día 16, por fin, llegó ese momento. No hubo lágrimas, pero sí “muchísima emoción” , aunque “contenida”.

“Me pusieron la primera dosis de la vacuna de Moderna en el Hospital de Oza, y he de decir que allí muy bien. La organización estupenda, con el personal de seguridad muy pendiente, en todo momento, de que los pacientes estuviésemos bien. Los dos primeros días me dio una reacción local fortísima, con mucho dolor en la zona donde recibí el pinchazo, pero ahora estoy perfecta y muy contenta, aunque un poco a la expectativa, porque los estudios de la vacuna no incluyeron perfiles de trasplantados y, por tanto, no sabemos qué efectividad va a tener en nuestros casos”, comenta Iria, quien asegura que desde el Servicio de Medicina Preventiva del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) le han recomendado, por ese motivo, realizarse un test de anticuerpos “entre 7 y 10 días después de recibir la segunda dosis”, para determinar cuánta inmunidad habría generado. “Los pacientes trasplantados tomamos una medicación, cada doce horas, que mata nuestras defensas, y habrá que ver cómo funciona nuestro organismo ante la vacuna, porque le estamos dando, por así decirlo, órdenes contradictorias. Por un lado le decimos: ‘mata estas defensas’; por otro, ‘genéralas’. Confío mucho en que la vacuna funcione también en mi caso, pero la tranquilidad no llegará hasta que tenga los resultados de la prueba de anticuerpos”, reconoce.

Y es que Iria es paciente de altísimo riesgo en caso de infectarse con el SARS-CoV-2. Sufre fibrosis quística desde que nació, una enfermedad de tipo genético que daña paulatinamente los pulmones, hasta el punto de que el trasplante se convierte en la última opción. Ella tuvo que pasar por ese duro trance siendo una adolescente, y aunque aquella primera experiencia resultó todo un éxito, los efectos secundarios de los fármacos inmunosupresores la llevaron de nuevo a quirófano, años después, para recibir un riñón de su padre. Desde entonces, su vida era “totalmente normal,” pero hace más de un año, el COVID lo cambió todo. “Llevo desde febrero de 2020 teletrabajando, no quedo con nadie e incluso pasé un mes y medio en casa de mis padres, separada de mi marido, porque en su empresa hubo varios positivos y él también podía contagiarse, ya que trabaja en mantenimiento y está en contacto con un montón de gente. Fue muy duro”, remarca.

Keko Iglesias, durante una sesión de hemodiálisis, en el Chuac. Donavida.es/Cedida.

Keko Iglesias | Paciente de hemodiálisis

“Dijeron que iríamos al principio y hemos tenido que esperar casi cuatro meses por la primera dosis”

“Es muy triste que pacientes con diabetes o insuficiencia respiratoria, por ejemplo, aún no hayan sido vacunados”

Tres días a la semana, Keko Iglesias Santabárbara se desplaza en su coche hasta el edificio principal del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) para someterse a hemodiálisis. Llueva o haga sol. Sea día laborable o festivo. Con pandemia de COVID o sin ella. Su vida depende de ese tratamiento. En el centro de As Xubias, este vecino de Arteixo, de 46 años, debe permanecer cuatro horas conectado a una máquina que se encarga de filtrar su sangre y devolverla limpia al organismo, cumpliendo la función que sus maltrechos riñones son incapaces de realizar.

Desde hace dieciséis años, Keko convive con la insuficiencia renal, enfermedad que le llevó a someterse a un trasplante de riñón fallido (apenas le duró 48 horas), y que le mantiene atado a ese tratamiento. “El último año, pese a la pandemia, lo he llevado más o menos bien. Incluso el confinamiento. No me queda otra. Hace ya mucho tiempo que voy a diálisis, sé cómo funciona esto, y no tengo más remedio que llevarlo con tranquilidad”, reitera. El viernes 16, recibió la primera dosis de la vacuna de Moderna, y si se mantiene la actual pauta de inmunización [el Ministerio de Sanidad aseguró esta semana que no se van a espaciar las dosis, como se había planteado], en 19 días [28 después del primer pinchazo] tendrá la segunda. Aún así, se muestra muy crítico con “la forma en que se han hecho las cosas”, y recuerda que muchos enfermos crónicos, de otros grupos de riesgo, aún no han recibido ninguna dosis, y tampoco saben cuándo les llegará su turno. “Los grupos que se han establecido para la vacunación son un auténtico desastre. No lo digo solo por los pacientes de hemodiálisis, la parte que a mí me toca, sino por cualquier enfermo crónico que necesita un tratamiento que le obliga a ir, sí o sí, al hospital. Cada día, o semanalmente. Es muy triste que pacientes con diabetes o con insuficiencia respiratoria, por ejemplo, todavía no hayan sido vacunados”, expone este vecino de Arteixo, quien desde el inicio de la campaña de vacunación se ha mostrado muy crítico sobre esta cuestión a través de su blog, Donavida (https://donavida.es/), en el aborda cuestiones de interés para los afectados por la insuficiencia renal.

“No estoy ni mucho menos en contra de que se vacune a colectivos como los farmacéuticos o los fisioterapeutas, me parece estupendo. Pero que los enfermos que tenemos que ir sí o sí a recibir tratamientos hayamos tenido que esperar casi cuatro meses, cuando desde el principio nos habían dicho que iríamos antes por ser pacientes de riesgo... es un despropósito. Igual que lo es que incluso hayamos tenido que pelear para que nos vacunen en la propia Unidad de Diálisis, porque nos querían mandar a los centros de salud. En mi caso, quizás podría ir, pero en diálisis hay muchos enfermos de edad avanzada, con movilidad reducida, que no pueden andar de un sitio para otro. Por suerte, conseguimos que al final se nos hiciese caso”, subraya.