Juan Calvelo tiene 58 años, y es “ciego total” desde los “treinta y pico”, a causa de una vasculitis retiniana que terminó por “secar” sus ojos y fundir en negro su vida para siempre. Sabe lo que es manejarse a oscuras sin un perro guía a su lado, y también con él, por eso no duda en considerar a este animal un compañero “imprescindible”. “Lo primero que te da un perro guía es mayor independencia. Yo vendo cupones de la ONCE junto al centro de salud de O Ventorrillo, y antes de tener a Koala primero, y ahora a Dash, me tenían que traer en coche hasta mi puesto de trabajo, porque vivo en Arteixo, y no me atrevía a utilizar el transporte urbano con bastón. Ahora cojo el bus en mi pueblo y me desplazo hasta A Coruña sin problema”, cuenta Juan, quien subraya que para tener un guía es “muy importante que te gusten los perros”, aunque no es necesario haber tenido uno antes. “Son animales que, por su entrenamiento, se adaptan rápido y muy bien”, señala.

Cuenta Juan que el momento de mayor vértigo se produce al principio, cuando “ni tú lo conoces al perro, ni él te conoce a ti ni a su nuevo hogar“. “El aprendizaje es mutuo, y requiere tiempo y paciencia. Al principio vas con cierta inseguridad, que se va disipando a medida que compruebas que el perro realiza perfectamente la función para la que ha sido entrenado, y no se choca con nada. Es una maravilla lo preparados que están”, destaca este vecino de Arteixo, quien asegura que el mayor hándicap de ir con un perro guía por la calle es que, “a veces la gente lo quiere acariciar”, algo que en ningún caso se debe hacer. “Cuando un perro guía lleva puesto el arnés, está trabajando. Caricias, mimos o la interacción con otros perros pueden hacer que se despiste, poniendo en riesgo su propia integridad y la de la persona ciega a quien acompaña”, remarca.

Otro problema al que se han de enfrentar las personas ciegas por la calle, aún llevando al lado a su perro guía, “son las terrazas o los coches en doble fila”, aunque estos canes, apunta Juan, están entrenados para “esquivar todo tipo de obstáculos”, e incluso para saber por qué sitio deben pasar, de manera que haya espacio suficiente para que quepan tanto él, como su compañero.

Acostumbrado como está a moverse por la calle con un perro guía, reconoce que si tuviese que prescindir, a estas alturas, de él, lo pasaría “bastante mal”. “Koala, se jubiló con 12 años, después de pasar diez trabajando a mi lado, y a Dash me lo entregaron poco antes de la pandemia de COVID. Es mucho tiempo ya con perros guía, si ahora tuviese que prescindir de ellos, y en concreto de Dash, que es el que está en activo, supondría un bajón tremendo, porque el perro te acostumbra a ir por la calle con una libertad y una soltura que con el bastón no tienes. Además, en lo psicológico es también de gran ayuda, porque te hace mucha compañía”, destaca.