Cristina Fernández tiene 56 años y sufre ceguera total desde los 30, cuando la radiación que recibió durante el tratamiento de un cáncer linfático aceleró la pérdida de visión progresiva que ya padecía a causa de una retinosis pigmentaria. “Fue entonces cuando decidí tener perro guía, porque además me encantan los animales, un requisito que, desde mi punto de vista, es imprescindible”, cuenta esta maestra jubilada, quien desde hace seis años comparte su día a día con Jared, un precioso labrador negro al que precedieron otras tres perras, Kayla, Hedra y Balsa. “He tenido perros guía desde 2002, y estoy encantada. Te dan una seguridad y una autonomía tremendas. Cuando las personas ciegas salimos a la calle solas, y hacemos una ruta habitual, buscamos todo con el bastón: semáforos, árboles, vallas, papeleras, agujeros en el suelo, bordillos de aceras... Si es un trayecto nuevo, tenemos que tocarlo todo también con ese artilugio, lo cual te hace sentir que, en cualquier momento, puedes tropezar, caer y darte un buen golpe. Sin embargo, cuando vas con un perro guía, él te marca absolutamente todos los obstáculos, te localiza los cruces... Si hay ramas de árboles o toldos, por ejemplo, también te lo manifiesta bajando la cabeza, para que sepas que tú tienes que hacer lo mismo... Es una pasada”, destaca.

Cristina reconoce que, al principio, cuesta un poco “dejar tu cuerpo en manos de un perro”, no obstante, “al hacer las prácticas con el instructor de la FOPG por tu ciudad, te das cuenta de que no hay de qué preocuparse, porque el perro, por propia supervivencia y por su adiestramiento, va a evitar cualquier tipo de problema”. “Si un perro guía es bueno, se convierte en una especie de extensión de ti misma. De hecho, cuando voy sin Jared a algún sitio tengo la sensación de ir desprotegida, desnuda, como si me faltase algo. Y aunque no esté, lo oigo”, señala esta vecina de A Coruña, quien asegura que ella nunca ha tenido problemas para acceder con sus perros guía a ningún local o recinto de la ciudad, aunque admite que la pandemia de COVID “ha complicado todo un poco”, y pone un ejemplo: “En los taxis se han instalado mamparas, y cuando son rígidas y el vehículo es pequeño, supone un problema. Obviamente, hay una ley que me acompaña para que nadie me pueda negar el acceso con mi perro guía, pero ahora soy yo la que a veces me tengo que negar a coger el primer coche de la parada, y pedirle al taxista que me indique dónde está el vehículo más grande, porque en el suyo el perro y yo no cabemos”.

Para los propios perros guía, sostiene, “está siendo tremendo también”, pues “basan su trabajo en las caras, aparte de en las órdenes”, y las mascarillas “dificultan gestos y sonidos” y “les despistan un montón”.