Como la mayoría de los ciudadanos que teletrabajaron, el regreso a la presencialidad del profesor Eugenio Fontán, al que todos llaman Chío, estuvo marcado por “las dudas, la tensión y el ir viendo día a día si se podía seguir de forma presencial o había que volver a lo virtual”. Este docente de Audición y Lenguaje en el centro de educación especial María Mariño de A Coruña reconoce que había mucha incertidumbre al inicio del curso escolar, pero que al final “todo se desarrolló bien”.

En su caso, el ser un centro de educación especial jugó a favor al contar con ratios muy bajas que facilitan el trabajo en clase y reducen la expansión del virus si hay algún contagio. “Nosotros ya no podemos tener grupos de más de cinco personas y en aulas muy grandes, pero además este curso bajó la asistencia de alumnos. Es cierto que son niños que muchos no soportan la mascarilla y son vulnerables y algunas familias por miedo y prevención decidieron no traerlos y al final, eso hizo que estuviésemos muy pocos por aula, facilitó las cosas y hay que reconocer que en comparación con otros colegios eso fue un lujazo”, explica Fontán, que como sus compañeros tuvo que readaptar sus clases a los protocolos COVID. “Si antes realizaba sesiones con dos o tres niños, ahora son todas individualizadas, con las ventanas abiertas, con una mampara protectora...”, explica.

Para Fontán, los alumnos “son los grandes héroes” de este anómalo curso escolar. “Les dices que tienen que llevar la mascarilla todo el día o cualquier otra cosa y lo hacen. En general lo fueron llevando muy bien y eso que cuando faltaban otros compañeros también se preocupaban por ellos, pero los niños se adaptan bien”, sostiene este docente que alaba el trabajo organizativo que realizó el centro. De cara al próximo curso reconoce que, aunque todo apunta a que no será así, lo más le gustaría es dejar la mascarilla. “Echo de menos verles la cara, sus reacciones”, asegura.