La infancia ha sido una de las dianas del COVID-19 y su pandemia, no tanto directamente por la infección pero sí de forma indirecta. Un estudio de investigadores de la Universidad de Oxford y otras instituciones, publicado por The Lancet, señala que durante los primeros 14 meses de la epidemia global alrededor de 1,5 millones de niños en el mundo experimentaron la muerte de su madre o padre o su cuidador (abuelos u otro familiar).

Para calcular estas cifras, analizaron los datos de mortalidad de 21 países que supusieron el 77% de los fallecimientos globales que hubo por COVID en el tiempo estimado.

Los científicos del estudio encontraron que los países con mayor ratio de muertes de padres fueron Perú, Sudáfrica, México, Brasil, Colombia, Irán, Estados Unidos, Argentina y Rusia.

En el caso de España, recogieron que un total de 2.309 niños quedaron huérfanos de padre y/o madre durante la pandemia, frente a los 1.590 de Alemania; 3.201 de Italia, 4.064 de Francia o 8.495 de Inglaterra y Gales.

En África, estimaron que quedaron huérfanos de padres al menos 2.667 niños en Zimbabwe; 4.312 en Kenya y 82.422 en Sudáfrica. En Estados Unidos, contabilizan 104.884 huérfanos; Brasil, 113.150; México, 131.325 y Perú, 92.702.

Además, señalaron que las cifras de niños huérfanos excedió el número de fallecimientos entre aquellos cuya edad se situaba entre los 15 y 50 años de edad.

La variable de género también fue tenida en cuenta ya que la pérdida por muerte por COVID de los padres varones fue dos o cinco veces mayor a la pérdida de las madres.

Para los investigadores de Reino Unido y Estados Unidos, la orfandad y fallecimientos de cuidadores de niños constituyen un resultado escondido de la pandemia. Por lo que abogan por acelerar el reparto equitativo de las vacunas como clave de la prevención y reforzar el cuidado de la infancia.

Para dar cuenta de la importancia de sus conclusiones, recordaron que desde Unicef advierten de que la pérdida de los cuidadores primarios en la infancia tiene “severas consecuencias”.

En primer lugar, las familias —al ser un proceso rápido el que lleva al fallecimiento, normalmente pocas semanas desde los primeros síntomas— tienen poco tiempo para preparar a los pequeños para el trauma por la pérdida y que estos niños tienen más riesgo de experimentar problemas de salud mental, físicos, emocionales, así como violencia sexual y pobreza familiar.

“Estas experiencias adversas aumentan también los riesgos de suicidio, embarazo adolescente, enfermedades infecciosas incluyendo el sida además de otras dolencias crónicas”, recoge el estudio.