Catástrofe total. Estas dos palabras resuenan al compás de los rugidos del volcán de La Palma en las cabezas de los agricultores isleños, impotentes y desolados al ver cómo la lava devora viñedos, plantaciones de aguacates y las plataneras que abastecen los fruteros tropicales de toda Europa. La ceniza volcánica empeora aún más el panorama al caer implacable sobre las plantas que asfixia sin piedad. Ni los ‘retoños’ de las plataneras, capaces de aguantar sin agua durante meses y germen de las próximas cosechas, se salvan del apetito destructor de esta erupción. Un atronador bramido de las entrañas de la tierra borra desde el pasado domingo para siempre el mapa de la Isla Bonita.

Se trata del volcán “más agresivo que ha sufrido Canarias en los últimos quinientos años, solo comparable al de Timanfaya (Lanzarote), pero mucho más destructivo”, sentencia sin dudarlo Wladimiro Rodríguez, Doctor en Geografía por la Universidad de La Laguna y toda una autoridad en el campo de la agricultura canaria que vive en La Palma su tercera crisis volcánica. A la de San Juan, en 1949, le sucedió la del Teneguía, en 1971, que apenas provocó daños. Un espectáculo para los palmeros que no afectó a zonas pobladas como ocurre durante estos aciagos días.

“Una penita” tras años de arduo trabajo, murmullan los agricultores al observar esa tierra fértil desde la década de 1950, cubierta ahora por hasta 12 metros de espesor de magma que lo arrasa todo. “Señor, protégenos”, implora Enrique Luis Larroque, empresario platanero y hotelero de Tazacorte, el municipio con más horas de sol al año de Europa, al oeste de la Isla, mientras reza para que la lava en su infernal recorrido desde Cumbre Vieja hasta el mar afecte lo menos posible a las conducciones de agua de las fincas que salpican el paisaje palmero y que han logrado sobrevivir, de momento, al voraz volcán de Cabeza Vaca.

El 35% de los plátanos de Canarias se producen en La Palma, donde residen el 50 por ciento de los plataneros del Archipiélago.

La esperanza está precisamente en los ‘hijos’ de esas matas de plátano que ahora se recolectaban en el sur de la Isla y que se emplean siempre para la cosecha del año siguiente. Y del empeño que se ponga en devolver el regadío a las plantaciones rodeadas de humeante magma que ha cortado el flujo de agua que mana del Barranco de Las Angustias, procedente de la Caldera de Taburiente, hacia el sur. La Palma carece de agua de calidad en pozos y galerías. Los conductos están sepultados, dañados o cerrados por precaución ante la ferocidad del volcán.

“Bombeando agua desde la zona del Valle de Aridane, de la balsa de Dos Pinos, por la cordillera dorsal de la Isla, detrás de donde se encuentra el volcán, a casi mil metros de altitud, se podría llevar el agua hasta Las Hoyas y Puerto Naos”, propone Wladimiro Rodríguez.

Otra solución, apunta, pasaría por canalizar agua desde el municipio norteño de Barlovento, al de Fuencaliente, en el sur, mediante gigantes tuberías elevadas que deberían de atravesar la Isla más de 20 kilómetros. El tiempo apremia “y no parece que esta sea la mejor receta” para conservar a los ‘platanitos’, reconoce el profesor mientras certifica que la Isla ha quedado partida entre lo que deja la lava al norte y lo que ha quedado al sur. Una cicatriz para toda la vida que va de este a oeste.

En la franja sureña de la Isla Bonita se produce el 20 por ciento del plátano palmero, desde la zona costera de El Remo a Las Hoyas.

Viñedos de malvasía y aguacates

Los viñedos del dulce malvasía y los verdes aguacates, plantados en cotas más altas que las de las plataneras y cercanas a las bocas del volcán, han quedado sepultados para siempre, junto a cientos de casas, huertos de papas y otros productos de las despensas familiares de los palmeros.

Sin embargo, los ‘platanitos’ son capaces de resistir al estrés hídrico y alimentarse de sus agonizantes ‘madres’ durante meses. Por las fincas enterradas por el magma, nada se puede hacer ya. Las que queden aisladas sin agua, aunque al borde de la muerte, podrían recuperarse con el tiempo gracias a esos ‘retoños’ de las piñas de los plátanos que en todo caso necesitarían riego con urgencia.

“Llevamos ya días sin poder recolectar”, explica Antonio Luis, gerente de los productores de Europlátano, en su defensa por los más de 600 agricultores que le venden su fruto y que desde que comenzó la erupción han perdido ya más de 600.000 kilos de plátanos.

Sin recolectar ni poder regar, la cosa se pondrá más que fea a partir de la tercera semana de parón agrícola que ahora empeora con el viento que lleva incesante la ceniza a las plataneras. En tres semanas, los daños de las plantaciones afectarán al 10 por ciento de la producción. Si la crisis se prolonga dos meses, la cosecha será “irrecuperable” por mucho que se mime a los ‘hijos’ de las plataneras, añade Luis.

Esos ‘platanitos’ viven del reservorio que hay dentro de la planta madre, de su savia, “pero también se irán secando” y su capacidad de reacción mermará su futura producción y su calidad. “La planta puede aguantar meses, pero no va a ser rentable”, augura Luis.

Una piña de plátano sana lleva una media de 38 kilos de plátano y cada pieza pesa entre 120 y 15 gramos, explica. El estrés hídrico reducirá tanto la cantidad como la calidad del fruto que dejará de ser atractivo para el consumidor.

El plátano necesita hasta 10.000 metros cúbicos de agua por hectárea cultivada, de la que salen 70.000 kilos de plátanos, para sobrevivir, unos 300 litros por kilo de fruta. “Se puede reducir un poco esa cantidad para mantener a los ‘hijos’, pero hay poco margen”, avisan los agricultores acostumbrados a cortar a la semana hasta un millón de kilos de plataneras durante la época de recolección: en primavera y verano en el norte de la Isla y a principios de otoño hasta enero, en el sur.

Se trata del volcán “más agresivo que ha sufrido Canarias en los últimos quinientos años"

Un volcán de vegas fértiles

El 35 por ciento de los plátanos de Canarias se producen en La Palma, donde residen el 50 por ciento de los plataneros del Archipiélago. Gran parte de las casas que devora este volcán pertenecen precisamente a estos agricultores que con inmenso esfuerzo han transformado un volcán en una tierra de vegas fértiles.

De la cosecha de este año, unos ocho millones de toneladas, poco fruto se espera ya por los daños que ahora provoca además en las plantas ‘salvadas’ la nube de ceniza y dióxido de azufre.

“Esa ceniza cubre ya con un manto de 10 centímetros las hojas de los cultivos”, lamenta Antonio Luis, “impidiendo la fotosíntesis y pudriendo la planta”, añade, al tiempo que avisa de que el seguro de los agricultores no cubre pérdidas producidas por volcanes. “Un gran desastre”, reitera apesadumbrado Luis, dispuesto a no dejarse vencer por el desanimo que provocan los estruendos, llamas y cenizas del volcán para luchar por lograr que los agricultores cuenten con un sistema de ertes similar al aplicado por el Gobierno central durante el coronavirus. “Ni recolectamos, ni empaquetamos y la gente tiene que comer”, advierte combativo.

La situación es muy complicada en esta isla de mayores que en muchos casos emigraron a Venezuela o a Cuba y a la vuelta, en los años 50, con los ahorros del duro quehacer en “las américas” y el trabajo de todas sus vidas, cultivaron una tierra hasta entonces árida para convertirla en un vergel próspero de cultivos tropicales y tabaco.

“Señor, protégenos”, continúa Larroque en un implorante mantra para calmar los nervios del que no sabe qué va a pasar ni tan siquiera cuál va a ser el recorrido que elija en su camino de destrucción este hermoso pero infernal volcán de La Palma.