“Hay dos maneras opuestas de transmitir conocimientos: el miedo y la curiosidad. El problema es que las personas que interpretan los cambios y novedades como amenazas y responden con miedo, no pueden percibir las oportunidades. Son poco transformadoras y proactivas; a la larga, personas que tienen peor calidad de vida porque tienen menos capacidad de aprendizaje”, explicó el doctor en Biología y profesor e investigador de la “Sección de Genética Biomédica, evolutiva y del desarrollo” de la Universidad de Barcelona, David Bueno. Por contra, el director de la Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1st —la primera en todo el mundo que se dedica exclusivamente a esta temática— antepuso la curiosidad y la alegría que, junto a la sorpresa, serían otro de los ingredientes del buen aprendizaje. “Fomentar la curiosidad y la alegría son claves para la Educación”, sugirió durante su ponencia, ayer en el V Foro de Educación, titulada Aprender de la incertidumbre. Una visión desde la neurociencia educativa.

De forma esquemática, estas fueron algunas de las ideas que vertebraron la conferencia del experto, que coincidió con gran parte de los colegas que le precedieron en la palestra del Foro. “Parece que copiamos en el examen”, bromeó al mostrar alguna de las diapositivas, coincidentes en conceptos con los otros ponentes. “La curiosidad se nutre de dos emociones básicas: una es la sorpresa, la capacidad de maravillarnos ante lo que no conocemos; y otra, la alegría porque nos transmite confianza, que es muy importante. Si no confiamos en nosotros mismos ni en los demás, ¿cómo vamos a dejarnos llevar por nuestra curiosidad y enfrentarnos a cosas que no conocemos?”, soslayó Bueno.

Abundando en el camino ‘oscuro’, indicó que “usar el miedo como estrategia generará personas más temerosas y menos transformadoras, puesto que transformarse implica cambiar, para cambiar hay que aprender cosas nuevas y aprender habrá quedado asociado al miedo”. En cambio, usar la curiosidad y el refuerzo positivo llevará a personas con redes neuronales que estimularán más estos aspectos mentales, cruciales para vivir con más optimismo y continuar avanzando y creciendo intelectualmente.

Previamente, el neurocientífico había repasado las claves de cómo se construye el cerebro desde que nacemos y cómo se adquieren conocimientos. Ahí puso en valor la singularidad de cada individuo: “En educación no existen las recetas porque cada alumno es distinto y cada día, los alumnos son diferentes, su cerebro ha ido cambiando”. La forma correcta de estimular es con incentivos positivos, explicó (alegría, sorpresa). “La sobrestimulación del alumno lleva al estrés y, si es estrés se cronifica, se convierte en el enemigo número uno de nuestro cerebro porque dificulta el aprendizaje y la reflexión”, alertó. “Todo lo que aprendemos condiciona quienes somos y cómo nos comportamos”, añadió. Al mismo tiempo, David Bueno cree en el componente innato del aprendizaje, que se muestra ya desde los bebés, así como el lenguaje. “El juego es la forma más instintiva de aprender conocimientos”, explicó. Y se produce una ruptura, según el experto, cuando el niño disocia el placer del aprendizaje. La clave estaría, sostiene, en dotar de utilidad el conocimiento que se transmite.

Como instinto, la riqueza de aprender estaría para el ser humano en poder anticiparse en acciones futuras. Por eso, el experto da valor a todo lo que se enseña con una utilidad. “Debemos dar utilidad a todo lo que transmitimos para reforzar la enseñanza”, aconsejó a los docentes. O, para resumirlo en una imagen: “No se puede aprender a sumar por sumar. Será más eficaz si se enseña , por ejemplo, en el contexto de un mercado, en donde las cosas tienen un precio…”, ejemplificó.

También se sabe que el cerebro tiende a almacenar mejor, y a usar luego con más eficiencia, los aprendizajes transversales y contextualizados que los puntuales y específicos, y que recuerda todo aquello que le ha emocionado y olvida lo que no. Y quizás, por emoción o por analogía —por el acento, quizás— el experto trajo a (mi) recuerdo a Eduardo Punset.

“La reflexividad es una de las partes más modernas del sistema evolutivo y consume mucha energía. Por eso, cansa tanto pensar”, ironizó el ponente. El público sonrió. “El 30% de la energía que consumimos es para el cerebro… pero no adelgaza”, concluyó de nuevo, ya con risas evidentes en el auditorio. “Podemos decidir sin reflexión, pero no sin emociones”, llegó a asegurar en algún otro momento de la ponencia. En resumen, que la mayor parte de decisiones que tomamos tienen componentes emocionales más elevados que los racionales, así que la competencia emocional es clarísima, primero, para tomar buenas decisiones, pero, después, también para entendernos a nosotros mismos y para relacionarnos con los demás.

Transitando por ese bagaje emocional, salió a relucir una imagen del álbum familiar. Un joven David Bueno compartía idéntica cara de exclamación con un bebé de pocos días, rostro contra rostro, como en un espejo. Era su primer hijo. “El de la barba soy yo, 22 años más joven... y el bebé, es mi hijo, que ahora tiene barba...”, sonrió cómplice ante los docentes. Un ejemplo perfecto de neuronas espejo, pero no fue la única concesión personal. En su amena intervención, Bueno reconoció cómo impactó al presidente de un organismo sanitario internacional una presentación en la que el catedráticos de Neuroeducación usaron la imagen de los ‘payasos de la tele’. Aquellos que repetían sin cesar el chascarrillo “¿Cómo están ustedes?”. “Merecen todo mi respeto en un oficio tan importante, que es reflexionar usando la risa sobre aspectos tan serios de la vida”, argumentó. El público risueño se volvió circunspecto y ¿reflexivo?

A los profesores les aconsejó estar motivados para motivar y alegres ante sus alumnos. David Bueno, que ganó en 2010 el Premio Europeo de Divulgación Científica y en 2018 el Premio Magisterio por su contribución a la Neuroeducación es también aficionado al alpinismo. Por eso una de sus frases impactó más, si cabe: “Si el camino es horrible, llegar a la cumbre no es tan importante”.