La tierra tembló a finales de 1995 en la localidad lucense de Becerreá a causa de un terremoto de 4,7 grados en la escala Ritcher que se sintió en otras zonas de la comunidad. Un año antes el epicentro había estado en Taboadela (Lugo) y en Bande (Ourense). Pese a que solo hubo daños materiales y las autoridades llamaban a la calma, el miedo, la ansiedad y la incertidumbre hacía mella en los vecinos de las localidades más afectadas. Fue entonces cuando el Colexio Oficial de Psicoloxía decidió poner en marcha lo que hoy se conoce como el Grupo de Intervención Psicológica en Catástrofes y Emergencias (Gipce) que este año cumple su 25 aniversario convertido en una amplia red de profesionales que ante una situación de este tipo, se desplazan a cualquier rincón de la comunidad las 24 horas de los 365 días del año. Ellos son los encargados de dar apoyo psicológico, ayudar a enfrentarse a lo ocurrido y a gestionar las emociones justo en el momento en el que el mundo parece que se derrumba tras ser víctima de una catástrofe.

“Lo que se veía tras los terremotos es que pese a que la información que se trasladaba a la población era de que no corrían peligro y que la situación no era muy grave, esto no era suficiente y necesitaban apoyo psicológico para manejar sus emociones, especialmente el miedo”, explica la actual coordinadora del Gipce, Ana María Núñez, que sostiene que esos seísmos “fueron el germen” del actual grupo de intervención que nació en 1996 bajo el nombre de Grupo de Protección Civil con apenas una decena de profesionales de diferentes ramas de la psicología. Un año después se firmaba un convenio con la Xunta para poder ofrecer asistencia gratuita a cualquier víctima de una emergencia o catástrofe en la comunidad y desde 2004 ya hay un protocolo de intervención, de forma que el 112 ya sabe en qué situaciones debe avisar a este servicio del que forman parte 90 psicólogos —aunque 52 todavía están en formación— y que ahora sí necesitan una formación específica en psicología de emergencia.

El funcionamiento es sencillo. Cada semana hay un jefe de guardia que se encarga de recibir cualquier aviso y alertar al psicólogo de la red que se encuentre más cerca del lugar en el que se le reclama. “El 112, por protocolo, nos tiene que avisar en determinadas situaciones como cuando fallecen dos o más miembros de una misma familia, si hay víctimas menores, si la emergencia ocurre en un entorno sensible como puede ser un parque, un centro comercial o un colegio, en los naufragios...”, indica Núñez, quien explica que son las propias víctimas quienes tienen la última palabra y solo acuden si ellas demandan su ayuda. Sobre el terreno, hay de todo. “Depende mucho de la familia. Hay gente que vive situaciones muy complicadas y tiene sus propios recursos para aceptarlas pero es cierto que suelen ser sucesos que generan emociones muy fuertes y son muchos los que se sienten desbordados y piden que por favor vayamos”, sostiene esta especialista, que deja claro que cada caso es muy particular. “No es lo mismo que fallezca en un accidente una persona mayor de 80 años que se trate de un niño que es algo más traumático, que sea una muerte que en cierto modo se podía esperar como ocurre con algunos suicidios o la muerte repentina de un joven en un accidente o que se produzca de un modo violento que en estos casos es mucho más complicado por las emociones que surgen”, sostiene Núñez.

El grupo actúa ante cualquier situación de emergencia o catástrofe que conlleve pérdidas humanas o graves consecuencias para las víctimas. Desde naufragios y accidentes de tráfico y tren hasta casos de violencia machista, asesinatos de familiares, suicidios, terremotos o, por ejemplo, cuando la explosión de una pirotecnia en Tui (Pontevedra) arrasó con gran parte de las viviendas cercanas.

Si las familias demandan su ayuda, los psicólogos —desde hace años siempre van cómo mínimo dos para hacer una mejor valoración— se desplazan hasta el lugar de lo ocurrido para actuar desde el minuto uno. Su labor, que apenas ejercen entre 48 y 72 horas — “solemos poner el punto de corte en el funeral y después si siguen necesitando ayuda psicológica deben recurrir a otros servicios”, explica Núñez— es clave y crucial no solo para que los pacientes afronten lo ocurrido sino para evitar problemas psicológicos posteriores. “En general lo que buscamos es minimizar el impacto de lo sucedido sobre las familias y restaurar sus capacidades y recursos porque es frecuente que sean personas que tenían una vida planificada, sabían qué iban a hacer dentro de 15 minutos y ahora se planteen ‘¿y ahora qué hago?’ porque de tener todo planificado se encuentran ahora frente al abismo y creen que no pueden hacer frente a lo que ocurre”, indica esta psicóloga que reconoce que la mayoría pasan por las mismas fases.

“Primero hay una fase de negación, de no creérselo, pero luego es al llegar a casa y ver que no regresa esa persona cuando surge la desesperanza”, añade Núñez, quien explica cómo se les ayuda hasta el momento del funeral. “Para superar la fase de negación les instamos a que nos relaten lo que han vivido y cómo integran ellos eso que ha ocurrido porque si no, pueden quedar lagunas y esto les generará ansiedad. Además, les preparamos para el momento de encontrarse con el cuerpo en el tanatorio y aunque cada duelo es distinto les damos unas pautas para que puedan despedirse, que metan si quieren en la caja algo significativo o una carta... Se busca prevenir problemas psicológicos posteriores pero va a depender mucho de la situación vivida, si se trata de una agresión violenta, por ejemplo, es más difícil de procesar y de sobreponerse a ella”. Todos los duelos son diferentes, dependen mucho de la edad del que fallece pero también del que se queda y si se trata de una muerte que en cierto modo se esperaba o si es algo repentino”, sostiene.

La coordinadora del Grupo de Intervención Psicológica en Catástrofes y Emergencias reconoce que el apoyo psicológico, la mano tendida en los momentos posteriores a perder a un familiar en una situación de este tipo es clave y reconoce que antes de su existencia, esta labor “tenían que realizarla los vecinos o el resto de familiares”. En sus 25 años de vida, el grupo ha actuado en más de 250 intervenciones —casi reciben una veintena de avisos al año— desde naufragios como el Bahía o los accidentes ferroviarios del Alvia, de Valga y O Porriño hasta la muerte de varios pasajeros de un globo aerostático en Santiago, el secuestro por parte de piratas somalíes del barco Alakrana (con tripulación gallega) y casos de violencia de género, accidentes de tráfico con varias víctimas o suicidios. “En los últimos años se ha incrementado el número de suicidios”, reconoce.

Apoyo en la pandemia

Más allá de la labor que continuó sin descanso sobre el terreno, durante los primeros meses de la pandemia este grupo especializado fue el encargado de ofrecer atención psicológica a través de un teléfono que Colexio de Psicoloxía y Xunta pusieron en marcha para dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía en unos meses marcados por la incertidumbre y el temor al contagio. Entre el 6 de abril y el 1 de junio de 2020 se recibieron más de 700 llamadas que fueron atendidas por una treintena de psicólogos. Tal y como explicaba la Xunta en su momento, la mayoría de personas que llamó a este teléfono presentaba síntomas de ansiedad (angustia, miedo, malestar generalizado), en otros casos se aludía al sentimiento de soledad (justo fue en el confinamiento), a los problemas para superar la muerte de un familiar o incluso hubo llamadas que aludían a ideas suicidas o a episodios de violencia de género durante la cuarentena.

Celebración del aniversario

Desde el Colexio de Psicoloxía han elaborado un documental —en el que participan los cuatro coordinadores del Gipce desde su fundación— “en el que cada uno damos nuestra visión porque cada etapa es muy diferente, los primeros fueron sentando las bases para los siguientes”, explica Núñez, quien indica que la veteranía les ha permitido ir mejorando el servicio con los años y cambiar cosas que ahora parecen básicas. “Vimos la importancia de que se nos viera para poder proteger a la familia y pedir a la gente que se retirase, por ejemplo, y ahí la incorporación de un chaleco que nos identifique como psicólogos fue clave y ahora siempre vamos en parejas para una mejor valoración”, enumera. Un documental que se exhibirá en el acto conmemorativo que se celebrará el próximo 9 de octubre en la sede de la Academia Galega de Seguridade Pública. Un encuentro para resaltar la importante labor de este grupo de psicólogos que trabajan como sostén de las emociones en los momentos más difíciles de la vida.

Del caso del Alvia al secuestro del ‘Alakrana’

Accidentes mortales, inundaciones, naufragios, desapariciones, crímenes, secuestros... Allá donde se produce una situación de impacto con víctimas mortales —siempre que haya fallecidos de una misma familia, sean menores, el suceso ocurra en entornos sensibles como un colegio, centro comercial u otro lugar público o se trate de algo que cause una alarma social elevada— se desplazan, siempre que las víctimas así lo deseen, el equipo de psicólogos del Grupo de Intervención Psicológica en Catástrofes y Emergencias del Colexio de Psicoloxía. En este cuarto de siglo de vida han atendido las necesidades emocionales de quienes han sufrido en primera personas todo tipo de tragedias, algunas que perduran en todavía en la memoria de los gallegos. Actuaron en diferentes accidentes ferroviarios —el de Valga, de 2007, con dos fallecidos; el de O Porriño en 2016 con cuatro muertos y más de 45 heridos y el del Alvia, que supuso el mayor despliegue de efectivo con una veintena de psicólogos sobre el terreno—, pero también en otros sucesos como el accidente de un globo aerostático en 2004 en Santiago, con varios muertos, el secuestro por parte de piratas somalíes del buque Alakrana en 2009 —con parte de la tripulación gallega y que estuvo en manos de piratas 47 días— o tras la explosión de una pirotecnica en Tui en 2018. “Y también en casos de violencia de género o vicaria, en accidentes de tráfico en los que fallecen jóvenes o muchos suicidios”, señala la actual coordinadora de, Ana Núñez, que reconoce que de todas las intervenciones “se obtiene una experiencia diferente” y se adquiere conocimiento.