Desde el inicio de la pandemia, el foco mediático ha estado puesto en el desarrollo y administración de las vacunas frente al COVID, no obstante, en todo el mundo, y también en A Coruña, se trabaja sin descanso en la búsqueda de tratamientos para la infección causada por el SARS-CoV-2. Y es que, casi dos años después de la detección de los primeros casos en la ciudad china de Wuhan, no hay ningún fármaco específico, y el único antiviral aprobado contra el COVID es el remdesivir, creado para combatir el ébola. Las mayores expectativas están puestas, ahora mismo, en dos líneas de investigación. Por un lado, el desarrollo de anticuerpos monoclonales dirigidos a la proteína S (spike), en la que se basan la mayor parte de las vacunas contra ese coronavirus. Por otro, la búsqueda de nuevas fórmulas para administrar los tratamientos, como la vía inhalada.

El Complexo Hospitalario Universitario coruñés (Chuac) ha sido incluido en varios ensayos en una y otra dirección, el último, consistente en probar un antiviral dirigido a una enzima específica del SARS-CoV-2 combinado con ritonavir, un medicamento con otros usos. El responsable de la Unidad de Enfermedades Infecciosas de ese centro, Enrique Míguez, aborda en esta entrevista los cambios terapéuticos en el manejo del COVID (desde la primera ola de la pandemia, hasta la actualidad), hace balance de los últimos meses y desgrana los retos más inmediatos, convencido de que el virus “no va a desaparecer”. “Urge desarrollar estrategias que nos permitan convivir con el SARS-CoV-2, pues me temo que la inmunidad de rebaño no se va a poder alcanzar, porque las vacunas actuales protegen frente a la enfermedad grave pero no eliminan el virus”, avisa.

¿Se ha producido alguna novedad significativa en el manejo del paciente con COVID hospitalizado o los tratamientos continúan, por así decirlo, estancados?

Cambios en el tratamiento del enfermo con COVID hospitalizado ha habido pocos. Para combatir al SARS-CoV-2, actualmente solo está aprobado el remdesivir, mientras que para tratar las consecuencias de ese virus en el sistema inmune del paciente [en algunas personas, la infección produce una respuesta inflamatoria muy exagerada que causa daños en el organismo], se recurre, fundamentalmente, a corticoides. También está refrendado el uso de tocilizumab, un fármaco indicado para la artritis reumatoide, aunque en nuestro hospital no se llegó a administrar de manera generalizada, solo en casos puntuales. No obstante, un estudio publicado recientemente, en la revista Nature sugiere que anakinra, otro fármaco empleado para enfermedades reumáticas (anti IL-1), sería útil también para que ese perfil de pacientes con COVID y afectación moderada —ingresados y que precisan un soporte de oxígeno un poco más intensivo— tengan un mejor curso clínico. Esta sería, de algún modo, la principal novedad.

Hay grandes expectativas puestas en los llamados anticuerpos monoclonales. Algunos de estos fármacos tratan de impedir que el virus entre o replique (se multiplique) en las células, mientras que otros están pensados para la fase inflamatoria de la infección. Desde su punto de vista, ¿hacia dónde habría que dirigir los esfuerzos?

Personalmente, pienso hay que cambiar un poco la mentalidad con respecto al abordaje de la infección causada por el SARS-CoV-2. Tenemos que acostumbrarnos a que el paciente idóneo para los tratamientos no es el que llega al hospital, sino el recién infectado y con síntomas menores, pero con factores de riesgo. Hay que tratar de adelantarse al agravamiento de la situación clínica del enfermo porque, llegado ese punto, nos encontramos atados de pies y manos en lo que a opciones terapéuticas se refiere.

El Chuac ha probado ya algún anticuerpo monoclonal dirigido, precisamente, a bloquear la entrada del SARS-CoV-2 en las células.

Así es. A principios de este año participamos en el ensayo clínico de un anticuerpo monoclonal, regdanvimab, que en aquel momento ya había sido autorizado en Corea, y que hoy está aprobado también por la FDA estadounidense. Su finalidad es frenar la mala evolución de los pacientes con COVID y, por tanto, disminuir la gravedad de la infección. Otros anticuerpos monoclonales cuyo uso está permitido, aunque todavía no han sido aprobados, van también en esa línea.

¿En qué otros ensayos clínicos sobre COVID andan metidos?

Ahora mismo, estamos autorizados a administrar plasma de pacientes que ya han pasado el COVID para evitar que la infección progrese en otros enfermos. El papel de este plasma convalenciente o hiperinmune es exactamente igual que el de los anticuerpos monoclonales, es decir, está indicado para tratar a a los pacientes en la fase viral de la infección, no en la inflamatoria, lo cual limita su uso.

¿Alguno más?

Sí, tenemos en marcha otro ensayo clínico con interferón beta por vía inhalada, aunque en este caso el tratamiento no iría dirigido al paciente con COVID y síntomas leves, sino al ya hospitalizado, con gran afectación. La finalidad del fármaco sería disminuir la inflamación pulmonar, no obstante, aún no hemos reclutado a ningún enfermo para este estudio. Además, recientemente hemos sido autorizados para participar en otro estudio, dirigido por la doctora Dolores Sousa, consistente en administrar un antiviral [PF-07321332] que inhibe una enzima específica del SARS-CoV-2 combinado con ritonavir, un fármaco aprobado para otros usos, pero no para el COVID. De hecho, en este caso solo se utiliza para aumentar los niveles del antiviral específico, objeto de la investigación.

Los contagios y las hospitalizaciones por COVID han disminuido progresivamente, en las últimas semanas, gracias al avance de la vacunación. ¿Cuál es el perfil de los pacientes con SARS-CoV-2 ingresados, actualmente, en el Chuac?

La mayoría de los pacientes con COVID que ingresan hoy en nuestro hospital son personas que no se habían vacunado o que no tenían la pauta completa. Semanas atrás detectamos, también, un repunte de contagios en las residencias de mayores y, en consecuencia, un aumento de la hospitalización en este colectivo, algo que ha podido deberse a dos causas, fundamentalmente.

¿Cuáles?

Por un lado, a la gran capacidad de contagio de la variante delta, un 97% mayor que la de alfa (que ya era un 50% más transmisible que las anteriores), lo que ha llevado a que la práctica totalidad de los aislamientos que se producen actualmente en Galicia sean de infectados por esta cepa. Por otro, al fenómeno de la inmunosenescencia, el deterioro gradual del sistema inmune provocado por el avance natural de la edad, que hace que la respuesta de las personas mayores a la vacuna sea un poco peor.

¿La explosividad de la quinta ola solo se puede entender por la gran capacidad de contagio de la variante delta?

Sin duda. Esta variante es capaz de infectar en 15 minutos de contacto intermitente. Es más, si delta hubiese llegado antes que las vacunas estaríamos ante una situación dramática, con un número de muertes inimaginable. La sociedad no es consciente de lo que hubiese supuesto la irrupción de esta cepa con la población sin inmunizar. Las camas de los hospitales no hubiesen sido suficientes para atender la demanda de enfermos. Estoy absolutamente convencido.

Desde hace un par de semanas se está administrando una tercera dosis de la vacuna contra el COVID a determinados grupos de pacientes inmunodeprimidos, y ahora también a los usuarios de las residencias de mayores. ¿Era previsible?

A principios de este año, con conocimiento puramente intuitivo (pues aún no había ninguna bibliografía sobre el efecto de las vacunas contra el COVID), comenté a mis compañeros que, hacia octubre, estaríamos hablando de la tercera dosis. No me equivoqué. Era obvio que en pacientes inmunodeprimidos y en la población de mayor edad iba a ser totalmente necesaria por la irrupción de las nuevas variantes, que son mucho más transmisibles y producen cargas virales más elevadas, y por el fenómeno de la inmunosenescencia que ya comenté.

¿Cree que esos colectivos se tendrán que vacunar todos los años?

Esto dependerá de la tecnología de las nuevas vacunas que se vayan desarrollando. Con lo que tenemos hasta ahora, sí veo posible que tengamos que plantear una vacunación anual asociada a la de la gripe, pero hay que ir paso a paso.

El escenario actual es diametralmente distinto al de hace un año, las restricciones se relajan y el horizonte de la normalidad parece cada vez más cercano. En este contexto, ¿qué recomendaría a la población?

Me gustaría insistir, sobre todo, en la importancia de las vacunas. Creo que los ciudadanos, en general, no son conscientes de todas las vidas que han salvado. Y a los negacionistas y todos cuantos cuestionan esta realidad, les pediría que aportasen algún dato científico que avale sus afirmaciones.

¿Algo más?

Sí. Creo que el sistema sanitario y las autoridades han de cambiar su mentalidad. No debemos esperar a que el paciente con COVID llegue al hospital, hay que ir a buscarlo. Anticiparse. Y también urge desarrollar estrategias que nos permitan convivir con el SARS-CoV-2. No soy epidemiólogo, pero pienso que la inmunidad de rebaño no se va a conseguir, porque las vacunas actuales protegen frente a la enfermedad grave pero no eliminan el virus. Por eso hay que minimizar el riesgo de contagio, partiendo de la premisa de que nuestra actitud personal es clave. Tengo la sensación de que mucha gente en la calle piensa que esto ha pasado, y no es así. Conviene olvidarse de tanta parafernalia pandémica (geles y demás) y mantener, en la medida de lo posible, la distancia social y el uso de la mascarilla. La higiene respiratoria es lo más importante.