Hace unos meses, en el Festival de Cannes, la directora francesa Julia Ducournau (París, 1983) se convirtió en la segunda mujer ganadora de la Palma de Oro. La película por la que ganó el galardón, Titane, quizá sea la más extraña y extrema de todas las que han obtenido ese reconocimiento. En la película, mientras contempla a una joven que se queda embarazada de un coche, y entretanto nos muestra imágenes de úteros chapados de metal y pezones que emanan aceite para motor, la parisina reflexiona sobre asuntos como lo que significa vivir en guerra con la propia anatomía, la maternidad no deseada y el trauma causado por una sexualidad reprimida.

¿Es cierto que la idea en la que Titane se basa se le ocurrió mientras dormía?

Algo así. Durante un tiempo tuve una pesadilla recurrente, en la que me veía a mí misma dando a luz piezas de coche. Siempre que soñaba aquello me despertaba empapada en sudor y aterrorizada.

¿Diría que esa pesadilla está relacionada con algún miedo respecto a la maternidad?

Tan solo diré que me molesta ese cliché según el cual la maternidad es una bendición para todas las mujeres. Y, de hecho, de principio a fin Titane juega con los estereotipos de género para socavarlos. Sin ir más lejos, si la protagonista de la película es una psicópata violenta es porque detesto que las mujeres seamos consideradas víctimas por defecto, y seres naturalmente predispuestos a la empatía. Sueño en un futuro en el que la cuestión del género sea absolutamente irrelevante.

¿Cuánto le interesa provocar, o generar controversia, con sus películas?

Bueno, me gusta hablar de lo que está mal visto hablar, pero mi actitud siempre es sincera. Nunca pienso: “Ah, voy a hacer que el espectador sufra”. Me gustaría decir que provocar y recurrir a la provocación son cosas muy distintas. Provocar al espectador es intentar abrirle la puerta a que piense, cuestione y dialogue; en cambio, una provocación es una postura, un gesto gratuito. Y lo gratuito es muy aburrido.

¿Cuánto le molesta que, desde el principio de su carrera, invariablemente comparen su cine con el de David Cronenberg?

Para mí Cronenberg es esencial, porque descubrir sus películas cuando era adolescente me liberó de lo que mis padres y la sociedad en general consideraban arte valioso, y de su sumisión a la tiranía del buen gusto. Inmediatamente creé un vínculo muy íntimo con Cronenberg. Como él, yo creo que la fealdad puede ser algo hermoso. Donde otros ven horror, yo veo belleza.

De hecho, sus personajes están físicamente dañados, deformados y retorcidos por el dolor...

Son seres monstruosos, hasta cierto punto. Me resulta mucho más fácil conectar con lo monstruoso que con lo perfecto. ¿Quiénes son los monstruos? Los que no son socialmente aceptados. Y creo que, en ese sentido, todos nos hemos sentido monstruos alguna vez. Yo me siento un monstruo constantemente, porque soy una mujer que hace películas de terror, y eso sigue sin ser aceptado.

¿Qué le atrae del cine de terror?

Lo mismo que me atraía de los dibujos animados cuando era niña. Me encantaba sentarme frente a ellos y sentir que cualquier cosa podía suceder, que el Coyote podía caer desde un acantilado mientras perseguía al Correcaminos y quedar aplastado como un huevo frito. Y que no pasaba nada, porque en la siguiente escena volvería a estar vivo. Las películas de terror tienen ese mismo efecto liberador en mí.

Usted es solo la segunda mujer en ganar la Palma de Oro, 28 años después de que lo hiciera la primera, Jane Campion. ¿Cree que su premio cambiará las cosas?

En su día, Campion debió de sentirse mucho más pesimista, porque no sabía si alguna otra mujer llegaría jamás a ganar el premio. Ser la primera te lleva a pensar que eres una excepción, una anomalía. Pero si eres la segunda ya no eres una excepción, sino el principio de un cambio. Sí, creo que no tardará en haber una tercera mujer ganadora de la Palma, ni una cuarta, ni una quinta.

Habrá quien diga que ser mujer la ayudó a ganar el premio.

Estoy segura de que no fue así. Me aterra imaginar a los jurados de los festivales tomando sus decisiones en función de la necesidad de cubrir cuotas. Porque establecer cuotas corre el peligro de devaluar la creatividad de todos aquellos que se ven incluidos por ellas, como si su trabajo no fuera lo suficientemente bueno como para ser aceptado sin las cuotas. Lo que hay que hacer para que haya más directoras premiadas es producir más películas dirigidas por mujeres, y punto. Hay que interesarse más por lo que las mujeres tienen que decir.