La sobreprotección es la consecuencia de tratar de resolver rápidamente nuestros miedos e inseguridades de adulto a través de ejercer el control sobre el niño. Pensando que haciendo nosotros las cosas por ellos les hacemos la vida más fácil y creemos así tener mayor seguridad sobre su bienestar.

La sobreprotección es una fórmula que, a corto plazo, puede parecernos efectiva porque pensamos que el niño solo va a poder hacer aquello que le permitamos nosotros hacer, sin embargo, con el tiempo, la sobreprotección supone saltarse el proceso de exploración y aprendizaje natural pudiendo desencadenar así en niños:

  • sin límites claros,
  • sin empatía,
  • con complejos de inferioridad,
  • sin cultura del esfuerzo
  • y con tendencias autoritarias.
  • En definitiva, lo que se denomina "niño consentido".

Los niños necesitan que los padres los protejan y cuiden de ellos, pero la sobreprotección puede ser tan peligrosa para el pequeño como las situaciones de las que sus padres quieren protegerlo. Gestionar asuntos que, por su edad, ya podrían asumir los hijos, no exigirles responsabilidades y no permitirles hacer cosas para las que ya están preparados por miedo a que sufran o se hagan daño, crea niños más inseguros, con menos competencias emocionales y menos habilidades y a la larga, más infelices.

Concederles caprichos

Los padres sobreprotectores también suelen concederles caprichos para no causarles malestar o hacerles olvidar un disgusto. Aunque esta actitud tiene como finalidad evitar que el niño lo pase mal, impide al niño que aprenda a enfrentarse a sus miedos, a tolerar la frustración y a comprender que las cosas que hace tienen consecuencias y que tiene que responsabilizarse de sus errores y de su mal comportamiento.

"A veces, con muy buenas intenciones, se puede llegar a hacer mal", explicaba a FARO la psicóloga Nuria Lago Fernández, vocal de la junta directiva de la Sección Educativa del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COPG). La sobreprotección puede hacer que el niño se vuelva irritable si no consigue lo que quiere al instante, que sea incapaz de reconocer que ha cometido un error y que pueda llegar a tener dificultades para relacionarse con los demás. Además, se sentirá con frecuencia insatisfecho y descontento con su vida, una sensación que se mantendrá en su edad adulta.

Las cosas requieren su tiempo

La psicóloga explica que el niño tiene que aprender que las cosas requieren su tiempo y que no siempre todo resulta como desearíamos. "El niño tiene que aprender a asumir la frustración. La sobreprotección puede convertir al niño en tirano, hasta tal punto que piense que su entorno tiene que estar a sus pies; o el otro extremo: que llegue a la madurez convertido en un adulto lleno de complejos e inseguridad, incapaz de resolver los problemas por sí mismo, lo que le convierte en un incompetente, por ejemplo, en el ámbito social, en adultos sin inteligencia emocional, incapaz de soportar la frustración", comenta.

No son conscientes

La mayoría de los padres no son conscientes de que están sobreprotegiendo a sus hijos y con ello, interfiriendo en su correcto desarrollo. "Por desgracia, vivimos en una sociedad en la que todo va muy deprisa y la falta de tiempo de muchos padres impide que se detengan en este aspecto. Tienen poco tiempo y prefieren que en los ratos que comparten con su hijo, éste se encuentre satisfecho", expone.

En este sentido, esta especialista recuerda que la educación de los hijos es responsabilidad de los padres y que no debe delegarse en otras personas. "En muchos casos, los dos padres trabajan y los abuelos son quienes se hacen cargo de los pequeños durante la jornada laboral. Sin embargo, no podemos pretender que sean éstos, ni la escuela tampoco, los que los eduquen. Las normas tienen que ponerlas los padres, que es a quienes corresponde la educación de los niños", advierte.

¿Qué pautas hay que seguir?

Pero, ¿qué pautas son las que hay que seguir? Es recomendable:

  • no estar constantemente pendiente de cada movimiento que hace el niño
  • dejarle que explore su entorno por sí mismo
  • que intente resolver los problemas que pueden afectarle a su edad
  • establecer unas pautas coherentes entre los dos progenitores para educar al pequeño.

"Hay que tener las pautas educativas que se establezcan muy claras; convenir lo que se permite y lo que no y saber que no se van a rectificar", explica la psicóloga, que advierte de que el niño puede aprovecharse de la falta de firmeza de los padres.

"El crío utilizará las discrepancias a su favor. Por ejemplo, si el padre le deja hacer una cosa y la madre no, se lo pedirá a él. También es muy perjudicial que uno de los padres imponga un castigo y el otro se lo modifique o se lo levante, porque está desacreditando al otro", explica.

Educar en la tolerancia

Otro aspecto importante es educar al niño en la tolerancia a la frustración. "Tiene que acostumbrarse a esperar, a saber que todas las cosas tienen su proceso. Si consentimos que tenga lo que quiere en el mismo momento en que lo desea, estaremos haciéndolo insensible al disfrute, será incapaz de valorar las cosas. Serán adultos que en épocas de bonanza sí tendrán muchos momentos felices, pero que en situaciones complicadas serán personas frustradas y sufridoras", alerta.

Es ideal salir de compras pero sin comprar, sin horarios y sin prisas, planteándoselo como una forma de pasar un rato juntos. "Así, el niño va aprendiendo que se puede disfrutar de un paseo en familia sin necesidad de comprar nada ese día", explica.

Establecer rutinas es igualmente importante. "Establecer unos horarios ayuda al niño a ir anticipando lo que se va a hacer y le da estabilidad", explica. Para educarlos en los cambios, basta con hacer pequeñas variaciones en la rutina, como cambiar la cafetería donde la familia va a merendar los domingos", explica.

Estas pautas hay que aplicarlas desde el mismo momento del nacimiento del niño. "La educación es un proceso -recuerda la psicóloga-. Cuando me preguntan: '¿A partir de qué edad pongo en práctica todo esto?' Yo siempre contesto lo mismo: desde el minuto cero".