El futuro del planeta se decide esta semana en la ciudad escocesa de Glasgow. Tras un frenético inicio plagado de grandes promesas y borrosos pactos globales, la Cumbre del Clima (COP26) se adentra en la fase más crítica de las negociaciones. En unos días, gobiernos de todo el mundo presentarán la nueva hoja de ruta para intentar frenar la crisis climática. Ayer, tras ocho días de intenso debate, la organización publicó el primer borrador de este texto y, según denunciaron expertos y activistas, los acuerdos que están sobre la mesa son “extremadamente débiles”.

El texto, difundido por la misma presidencia de la COP26, recoge de manera esquemática todos los temas que ahora mismo forman parte de las negociaciones. Los gobiernos, afirma, reconocen la gravedad de la situación, admiten la petición de la comunidad científica sobre aumentar la ambición climática y se comprometen a diseñar una transición justa. Pero, aún no se ha llegado a un acuerdo sobre el calendario para aplicar la drástica reducción de emisiones que se necesita para frenar el aumento global de las temperaturas. Tampoco se menciona el fin de los combustibles fósiles (o el fin de los subsidios a los grandes contaminantes).

Todo apunta a que las negociaciones se han enquistado en dos cuestiones que destacan por un marcado transfondo geopolítico y económico. Preocupa, y mucho, que los pactos sobre estos temas queden sesgados por injerencias de la industria. Sobre todo tras la publicación de un análisis de la plataforma Global Witness que corrobora que, en estos momentos, el lobi del petróleo, el gas y el carbón ha enviado a más de 500 representantes a la COP26; más que cualquier otro país.

El malestar por la opacidad del debate aumentó tras la denuncia de observadores, activistas, oenegés y entidades sociales en la Cumbre del Clima. “La organización está utilizando la excusa de las restricciones del COVID para excluirnos de los espacios de negociación. No se está teniendo en cuenta el punto de vista de la sociedad civil, de los afectados, de las generaciones del mañana”, criticaron portavoces de Climate Action Network. La semana decisiva de la cita se inició con mucha tensión. Los accesos al recinto que alberga la COP26 se colapsaron ayer con largas colas, cuantiosos controles y muchas dudas sobre la dinámica del acontecimiento. Ya en el interior, muchos asistentes se mostraron molestos por la excesiva afluencia de personas, y el mar de plásticos que envuelve todas y cada una de las opciones de comida disponibles.

Irónicamente, Arabia Saudí y Rusia, dos de los países que más se están desmarcando de los pactos globales de Glasgow, presentan los estands más vistosos. En el otro extremo, centros de investigación ecológica de prestigio internacional se han presentado con un escueto puestecito y unos carteles que alertan de que el mundo se dirige a una era de desastres climáticos.

Según un balance de la ONU, en el mejor de los casos, si los países cumplen con los compromisos, se puede lograr una reducción anual de nueve gigatoneladas de gases de efecto invernadero. Pero si queremos limitar el aumento global de las temperaturas, las emisiones deberían caer más de 22 gigatoneladas antes de 2030. “Estamos en un momento de tensión geopolítica donde es difícil apostar por la cooperación global. Pero si hay algo que debería trascender es la lucha frente al cambio climático”, declaró ayer Barack Obama, expresidente de EE UU. El mandatario reprochó el negacionismo de la Administración de Donald Trump y la “peligrosa ausencia de urgencia” que se desprende de la falta de actuación de países como China y Rusia.