“Era un poco celoso, pero yo no lo veía mal, me parecía una muestra de amor”. “Siempre quería saber dónde estaba y con quién, me pedía que le enviara mi ubicación... quería cuidar de mí”. “Le molestaba que no respondiera inmediatamente a sus mensajes y yo pensaba: pobre, estará preocupado”. Las autoras de estas frases nunca se hubieran considerado víctimas de violencia machista. Son mujeres que han crecido viendo cómo el movimiento feminista tomaba las calles, cómo los lazos morados llenaban las fachadas de los ayuntamientos cada vez que una mujer era asesinada, y a pesar de todo, no contaron con las herramientas suficientes para identificarse como víctimas.

“La primera vez que alguien me dijo: Alba, ¿tú sabes que has sufrido violencia machista? Me quedé descuadrada”. Efectivamente, con sólo 15 años Alba sufrió violencia psicológica por parte de su pareja, pero no fue consciente de ello hasta una década después. En esos diez años, las consecuencias de la relación afloraron en forma de anorexia nerviosa, ansiedad, insomnio y depresión, que no pudo superar hasta que fue consciente de lo que había vivido. “Me hacía sentir que estaba sola en el mundo, que él era el único que me quería y que yo era la culpable de su agresividad”, recuerda Alba en una entrevista con Efe.

Con 15 años, y sin experiencias anteriores, todo lo vivía de manera “más intensa” y bajo el ideal del amor romántico. “Ellos no llevan un cartel que ponga ‘soy un maltratador’, parecía un chico normal, atento, muy guay... era un poco celoso, pero no lo veía mal porque me parecía una muestra de amor”. El problema se hizo más evidente cuando ella quiso poner fin a la relación. “Me llevó a su casa e intentó que mantuviéramos relaciones, pero yo me negué, entonces me cogió del cuello y me puso contra la pared”. A partir de entonces comenzaron las amenazas, los chantajes emocionales, e incluso llegó a agredir a la nueva pareja de Alba. Esa relación marcó el resto de las experiencias sentimentales de Alba. “Tenía miedo a los hombres y el sexo se convirtió en un tabú”, reconoce. Hasta que un día acudió al teatro a ver la obra “No sólo duelen los golpes”, de Pamela Valenciano. “Se me cayó la venda de los ojos y las piezas del puzzle empezaron a encajar”.

Para ayudar a encajar estas piezas, la Fundación Ana Bella ha puesto en marcha el programa El abuso no es amor, que pretende acercarse a 23.000 adolescentes en tres años y ayudarles a detectar las señales de una relación tóxica. En el mes que llevan de funcionamiento han dado charlas a 1.800 estudiantes de 3º de la ESO y han detectado 30 casos de potenciales víctimas, mientras que otras once acudieron a la Fundación para pedir ayuda.