La imagen que tenemos del universo que nos rodea podría estar a punto de cambiar. El telescopio espacial James Webb, el instrumento más grande y potente jamás construido, está a punto de iniciar su odisea espacial para estudiar la luz de las primeras estrellas, indagar qué hay más allá de las nubes de polvo cósmico y buscar signos de vida en otros planetas. Tras más de tres décadas de investigación y 8.750 millones de euros invertidos, el lanzamiento de esta histórica misión ha sido aplazado, de nuevo, para “no antes del 25 de diciembre”. Si el tiempo acompaña, pues, el James Webb despegará mañana por la mañana, día de la Navidad. O el día de Newton, según se mire.

Recreación informática del telescopio James Webb ya desplegado. | // L.O.

Las expectativas para esta misión son altas. Y no solo porque este telescopio ha sido específicamente diseñado para ir más allá que el ya famoso Hubble, cuyas observaciones han desvelado desde la existencia de agujeros negros hasta unas espectaculares imágenes de las galaxias que nos rodean. El lanzamiento del Webb supondrá el despliegue del mayor y más sofisticado telescopio espacial jamás construido por la humanidad. El instrumento dispondrá de un espejo de 6,5 metros de diámetro, dividido a su vez por 18 espejos individuales recubiertos de oro. Esto supone un despliegue casi tres veces más grande que las misiones lanzadas hasta la fecha y hasta 100 veces más sensible que lo que disponíamos hasta ahora. “Este telescopio nos mostrará el universo como nunca lo habíamos visto antes”, explica la astrofísica viguesa Begoña Vila en una entrevista con El Periódico, del mismo grupo que LA OPINIÓN.

Y es que el James Webb, a diferencia de sus predecesores, ha sido diseñado para mirar el universo a través de la radiación infrarroja. Es decir, para ver más allá de lo que captaría el ojo humano. De lo que veríamos a simple vista. “Esto también nos permitirá mirar hacia atrás en el tiempo en busca de la luz de las primeras estrellas y galaxias del universo”, explica Macarena García Marín, científica del equipo de operaciones de la misión. “Estamos en un universo en expansión donde la luz de las primeras estrellas llega a nosotros como una débil radiación infrarroja. Buscar estas señales es, en cierto modo, como tener una máquina del tiempo para entender qué pasó durante las primeras etapas del universo», ilustra la experta.

El despegue del telescopio James Webb, definido como “la misión más importante de esta generación”, es fruto de una colaboración entre la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA). El proyecto arrancó en la década de los 80, justo tras el lanzamiento del Hubble, con un presupuesto inicial de 500 millones de dólares y una previsión de lanzamiento para el año 2007. El diseño de esta misión ha sobrevivido a un sinfín de imprevistos técnicos, rediseños y polémicas que, finalmente, han multiplicado por 20 el presupuesto y han retrasado casi 15 años su despegue.

Está previsto que, tras superar su odisea terrestre, el telescopio ponga rumbo al espacio a bordo del cohete europeo Ariane 5, que despegará desde el puerto espacial de Kurú, en la Guayana Francesa. El instrumento saldrá de su planeta madre cuidadosamente doblado, como un origami, y almacenado en el interior del vehículo espacial específicamente diseñado para este propósito. El Webb será liberado al espacio cuando el cohete alcance unos 120 kilómetros de altura. A partir de entonces, el telescopio iniciará “seis meses de una compleja y meticulosa coreografía ensayada durante años para el despliegue de este instrumento”, relata García Marín.

El despliegue de este sofisticado telescopio espacial ha sido pautado hasta el más mínimo detalle. Según explican los ingenieros de la misión, en el primer mes de la misión se realizarán gran parte de los despliegues técnicos. El Webb empezará a abrir sus parasoles entre los días 3 y 4 de su viaje espacial, justo durante su paso por la Luna. A continuación, en las siguientes semanas, empezará a desplegar y alinear sus espejos. La primera foto oficial de la misión se espera a las tres o cuatro semanas. Después, se estima que harán falta tres meses más para calibrar los instrumentos científicos a bordo. “Las primeras observaciones serán una muestra técnica de todo lo que puede hacer este telescopio”, explica Vila.

Encontrar vida extraterrestre

El Webb orbitará a una distancia de 1,5 millones de kilómetros de su planeta madre. Es decir, unas cuatro veces la distancia entre la Luna y la Tierra. Desde este enclave estratégico, el telescopio podrá observar rincones inexplorados del cosmos. Eso sí, en caso de avería la ubicación de este instrumento también será su condena. “Hubble fue diseñado para que, en caso de necesidad, pudiera ser reparado por astronautas. Pero el James Webb no. En la posición donde estará no habría forma de arreglarlo”, comenta García Marín. Eso sí, matiza la científica, “los sistemas tienen redundancias. Si el lado A no funciona, se pasa al B”.

La vida útil de esta misión es de unos 10 años. Durante este tiempo, el telescopio irá realizando una exhaustiva lista de tareas pautada, hasta el más mínimo detalle, por científicos de todo el mundo. En su primer año de vuelo, el Webb dedicará alrededor del 25% de su tiempo en la observación de exoplanetas. En total, se estima que se estudiarán entre 60 y 70 de estos cuerpos celestes. “El Webb será el primero en mirar directamente hacia estos potenciales mundos para ver cuántos reúnen las condiciones para albergar la vida tal y como la conocemos”, explica Vila. Si hay vida más allá de la Tierra, pues, este telescopio será la mejor herramienta de la que dispone ahora mismo la humanidad para encontrarla.