La Navidad más distópica de la era moderna se ha desarrollado en una suerte de tablero de ajedrez en el que la covid ha ido engullendo piezas sin demasiado criterio. Si antes eran conocidos lejanos, en esta sexta ola de la pandemia, un auténtico tsunami de contagios, los positivos y confinados están mucho más cerca. Hermanos, primos, amigos, el vecino de arriba. O en casa mismo. Ha tocado improvisar, anular, adaptar o volver al dichoso 'zoom' para enmascarar la distancia. Así han iniciado las fiestas los elegidos por el coronavirus que, por fortuna, no están en un hospital.

Josep tiene 11 años y sus padres, no sin mediar un largo debate, decidieron que fuera al cole los tres últimos días del trimestre. Hasta que sucedió lo inevitable: un positivo en clase y 10 días de confinamiento. El PCR del chaval dio negativo y lo antígenos de días posteriores siguieron la misma senda. Después de tres días en la habitación, la noche del 24 la pasó en familia, a una cierta distancia, con mascarilla. Picaron el 'tió' y la mañana de Navidad ha abierto los regalos junto a sus hermanos. Siempre con la mascarilla puesta. "Mantenerlo encerrado nos parecía peor que correr el riesgo", señala la madre.

Refugio infantil

Peor lo han tenido Miguel y Marta con sus dos hijos de 11 y 9 años, ambos positivos desde el 24 por la mañana. Más allá de tener que levantar todos los planes previstos, los pocos que se mantenían en pie, han tenido que convertir la habitación de uno de ellos en un refugio antiaéreo, con todo lo imprescindible para que solo tuvieran que salir para ir al baño. Ni Nochebuena ni Navidad. Los padres, como en la época de solteros, cenaron solos, con algún brindis improvisado con los hijos al otro lado de la puerta entreabierta. Para mayor desgracia, Guillem, el mayor, dio positivo cuando estaba en el ocaso de 10 días de encierro por un contagiado en su clase. Vuelta a empezar, pero ahora con la hermanita.

"No te voy a engañar, aunque preferiría estar con mi familia, tampoco se está tan mal"

La mala suerte se ha cebado con Toni y Ana, que viven en Holanda y han bajado a Barcelona para pasar las fiestas con la familia de él. El 24 cenaron con los padres y una hermana. En total, 12 personas. Todo bien, pero la mañana del 25, el matrimonio de cuñados ha dado positivo en antígenos y todo ha saltado por los aires. El aleteo de la mariposa en versión covid: ellos se quedan sin volar a Andalucía el día 27, donde vive la familia de Ana; los abuelos tienen que anular el viaje a Estados Unidos, donde reside el tercer hijo al que no ven desde antes de la pandemia, y los infectados se quedan sin todos sus planes previstos. Todo mal. "Y de bastante mal humor", admite Toni, que cuenta que no hicieron antígenos el día de la cena porque no hubo manera de encontrar tests en la docena de farmacias que visitaron.

El plan B

Jordi, padre de tres y marido de Maria, dio positivo el día 22 de diciembre, recién aterrizado de un viaje de trabajo. Decidieron actuar con rapidez con la premisa de que los niños no podían perderse estos días tan especiales. Al no haber estado en contacto con los pequeños, existía una alternativa algo dolorosa: papá hizo las maletas el mismo día y se fue a una casa que la familia tiene en el Montseny. Mamá sí estuvo con él un par de horas pero ha dado negativo en PCR y antígenos posteriores, así que ella y los tres hijos han podido mantener las cenas previstas con abuelos, tíos y primos. Mientras Jordi vive una suerte de retiro espiritual, con la chimenea, lectura pendiente y buena música. "No te voy a engañar, aunque preferiría estar con mi familia, tampoco se está tan mal", sostiene, con leves síntomas como algo de fiebre y un ligero dolor de espalda.

Pero no todo el mundo se lo toma con la misma deportividad. En las redes sociales, por ejemplo, es fácil encontrar perfiles de gente que comparte su tristeza por tener que vivir estos días sin la compañía de los suyos. Personas que han dado positivo, que no requieren de hospitalización, y que han tenido que encerrarse en sus casas hasta que pasen los 10 días de rigor. Como Andrés, que trabaja en Barcelona pero toda su familia está en Madrid. "Fue muy duro hablar con mis padres y hermanos durante la Nochebuena, es la primera vez en 35 años que no paso este día con ellos". Lloró y se sintió mal, sin razón ni culpa alguna, porque siempre ha seguido las normas sanitarias y está vacunado. "No sé dónde me contagié y prefiero no darle vueltas. La verdad es que estoy deseando que terminen las fiestas".