Hace 80 años, de noviembre de 1941 a diciembre de 1942, en un paraje pedregoso de Artà, en el extremo este de Mallorca, 1.399 presos "rojos", hambrientos y sucios, fueron forzados a construir una carretera que nunca se acabó y a edificar su propio campo de concentración, el mayor y "más cruel" de los 26 que hubo en la isla.

"Fue el último en abrir y en cerrar en Mallorca, el más duro", explica la historiadora Maria Eugènia Jaume, autora de 'Esclavos olvidados. Los campos de concentración en Mallorca (1936-1942)'que acompaña a Efe a visitar los vestigios de aquel episodio de represión poco conocido de la posguerra española.

El triunfo del golpe militar de julio del 36 en Mallorca generó un sistema de reclusión que en una primera etapa se centró en el encarcelamiento y en muchos casos eliminación de republicanos de la isla, y a partir de 1937 se expandió en una red de campos de trabajo forzado nutridos con prisioneros de guerra o represaliados políticos procedentes de la península.

Estos contingentes se organizaron en una segunda etapa en "batallones de trabajadores", principalmente formados por combatientes derrotados, y en "batallones disciplinarios de soldados trabajadores" en la tercera, con un origen más diverso, desde "desafectos" al Movimiento, a jóvenes obligados a repetir el servicio militar porque lo habían hecho en "zona roja", e incluso retornados del exilio.

Igual que los republicanos represaliados de Mallorca eran llevados a la Península, los campos de trabajos forzados de la isla se llenaron de "catalanes, extremeños, vascos" y republicanos de toda España, e incluso extranjeros. "Tenemos rusos, griegos, argentinos y franceses", cuenta la historiadora. "El desarraigo formaba parte del castigo", subraya.

Vista de parte de las construcciones del campo de Son Morey. Cati Cladera

300 kilómetros de carreteras

Los prisioneros fueron explotados para realizar dos grandes proyectos sucesivos. El primero fue la construcción y reparación de carreteras, unos 300 kilómetros del sur, sureste y nordeste de Mallorca. Maria Eugènia Jaume recuerda que antes de generalísimo, Franco había sido comandante militar de la isla y "tenía conocimiento exhaustivo" de la precariedad de su red viaria.

Con el segundo plan de obra pública con mano de obra esclava, iniciado poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el dictador quería suplir otra carencia: la vulnerabilidad de Mallorca ante una posible invasión marítima de los Aliados, como puente hacia la reconquista de Europa por el sur frente al Eje, el bloque fascista al que España pertenecía entonces.

Solo la bahía de Palma tenía defensas militares dignas de ese nombre mientras que, en la costa norte, la Serra de Tramuntana constituye una barrera natural, por lo que los esfuerzos de los prisioneros se volcaron en la construcción de 160 nidos de ametralladoras en el flanco sur de la isla y baterías de artillería de gran calibre para defender y las bahías de Pollença y Alcúdia.

En este último proyecto, que se abandonó cuando Franco viró su estrategia al obtener garantías de que las fuerzas angloamericanas desembarcadas en el norte de África prescindirían de España en su ofensiva desde el Mediterráneo contra Hitler y Mussolini, se encuadra el campo de Artà.

Su objetivo era abrir una carretera de unos 9,1 kilómetros de longitud que permitiera la instalación en el Cabo Farrutx de una batería con cañones de 16,6 metros de longitud y 86 toneladas de peso. Para transportar semejantes piezas incluso era necesario modificar las calles del pueblo de Artà.

Con este propósito, en noviembre de 1941 llegaron a Palma en barco y fueron transportados en tren hasta Artà prisioneros del batallón 35, que se sumaron a otros del batallón 39 que ya trabajaban en campos de Mallorca.

Al inicio de las obras, los presos dormían en tiendas instaladas en la zona de Son Morey, y vestían viejos uniformes militares, por lo que los locales comenzaron a llamar a su campamento el de "los soldados" y por extensión bautizaron así la carretera que construían, aunque más tarde la denominación se corrigió como Camino de los Presos.

Además de sufrir una alimentación muy precaria, sin ropa adecuada ni asistencia médica, en aquellas tiendas de lona tuvieron que aguantar en el primer invierno del campo dos nevadas que acentuaron el castigo físico y moral.

Obligados a mover un metro cúbico diario de roca, que los dinamiteros militares despedazaban cada noche para ir abriendo la brecha, poco a poco los prisioneros fueron allanando el camino montaña arriba.

Restos de insignias franquistas en el Camí dels Presos. Cati Cladera

La comida de los burros

Posteriormente, en un espacio conocido como Rota den Rai, a 365 metros de altitud, los reclusos despejaron la explanada y construyeron piedra a piedra los barracones donde se apilarían sus camastros sin colchón, los pabellones de los guardias y oficiales y un pedestal presidido por el mástil con la bandera rojigualda.

Frente a esa enseña cantaban cada día el 'Cara al sol' dentro del programa de "reeducación" forzada por hambre y extenuación, que en ocasiones incluía también maltrato y humillaciones que llevaron al límite de la supervivencia a muchos de esos hombres.

La historiadora recoge en su libro testimonios de muertes de prisioneros enfermos y algunos lugareños recordaban que se atribuía a los presos famélicos el robo de la comida de los burros y otros animales de labor de las fincas vecinas.

Un testigo dejó escrito que el director del hospital de Palma, al que llevaron a decenas de presos de Son Morey "casi cadáveres", se plantó y advirtió a la autoridad militar de que no se haría responsable de lo que ocurriera con esos pacientes, lo que motivó la mejora de las condiciones de internamiento y un cambio de mando en el campo.

Allí llegaron a habitar simultáneamente casi 800 prisioneros y en total hay registros de 1.399 hombres desde el inicio de los trabajos hasta que la carretera, con 6,5 kilómetros construidos y a 2,5 kilómetros de su conclusión, fue abandonada por la disolución de los batallones.

Todos los que trabajaron en aquel campo fueron liberados. La mayoría volvieron a sus lugares de origen y algunos se quedaron en Mallorca, donde formaron familias y compartieron las muchas miserias y puntuales alegrías de la severa posguerra isleña.

Quedan en la montaña, en lo que es hoy el Parque Natural de Llevant, parte de las construcciones del campo y una carretera que los excursionistas transitan sin saber, en su mayoría, que fue abierta con el sufrimiento de los vencidos en la Guerra de España.

En los 26 campos de Mallorca trabajaron esclavizados 8.500 prisioneros que, a juicio de Maria Eugènia Jaume, modelaron la isla tal como hoy la conocemos. "El paisaje de Mallorca cambió por el trabajo forzado", afirma.