“Estamos ante un gran reto. Cada vez descubrimos más cosas sobre el COVID persistente o Long COVID, pero todavía queda mucho por conocer, por eso continúa siendo muy importante la investigación”, resalta la doctora gallega Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), entidad que desde hace más de un año aúna esfuerzos para despejar las incógnitas que rodean a esta dolencia y mejorar la calidad de vida de los afectados. “Es necesario un reconocimiento del COVID persistente más allá de los papeles, en el día a día. Tanto de las administraciones, como de los profesionales. Diagnosticar de forma precoz puede disminuir el sufrimiento de los pacientes”, subraya.

¿Qué pasos se han dado, recientemente, en esta dirección?

El pasado 6 de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó un documento —resultado de una entrevista siguiendo el método Delphi)— para acordar distintos aspectos del COVID persistente, entre ellos, la definición. Este trabajo, liderado por Juan Soriano, uno de los colaboradores de nuestro grupo de investigación, se publicó en diciembre, con lo cual es relativamente reciente. Consensúa el reconocimiento de la existencia del COVID persistente, algo importantísimo, puesto que aún hay profesionales que lo cuestionan —cada vez menos por la evidencia de ver a los pacientes en las consultas—, y administraciones que no lo reconocen suficientemente, lo cual implica un problema importante de accesibilidad y equidad en el tratamiento.

¿Cómo define la OMS el COVID persistente?

Como aquella entidad que se produce en pacientes que han tenido COVID agudo, con síntomas o sin ellos, y en los que, una vez pasado el periodo de tiempo en que esos síntomas podrían desaparecer (dos, tres, cuatro, algunas veces cinco semanas...) pero, sobre todo, a partir de las doce semanas, cuando no debería quedar ningún síntoma asociado a la infección aguda, se mantienen o, incluso, aparecen de nuevo. La sintomatología, por tanto, se prolonga más allá de tres meses, sin ninguna otra causa específica que pueda definirse, como haber tenido secuelas de una enfermedad aguda grave.

¿Qué supone su reconocimiento?

Avanzar en una definición que todos reconozcamos, incluida la OMS, implica que todos empecemos a hablar del mismo tipo de paciente, dentro del rango que variabilidad que hay en el COVID persistente. También nos permitirá llevar a cabo una investigación muchísimo más concreta, al hablar todos del mismo tipo de pacientes. Es un punto de inflexión importante, porque además del reconocimiento implícito de la dolencia, nos permite confluir en los estudios que los diferentes grupos de investigación están llevando a cabo, definiendo un mismo grupo de pacientes con un mismo tipo de requisitos.

¿Qué otros avances se han producido en los últimos tiempos?

Aunque sigue sin haber tratamiento específico para el COVID persistente, se han aportado distintas evidencias que definen tanto la persistencia del virus dentro del organismo en determinados tipos de pacientes, como las alteraciones inmunológicas y biomarcadores de afectación de los aquejados por esta entidad. Queda aún mucho por saber e investigar. Y en eso está, desde el principio, la SEMG.

Tras la elaboración de una guía para la atención del paciente Long COVID/COVID persistente, ¿qué otros proyectos han iniciado?

El pasado 1 de febrero, tuvimos una reunión con todas las entidades o personas que habían avalado la guía, o que habían colaborado en su desarrollo, para testar su grado de compromiso y su participación en ese proyecto, ampliándolo sobre dos vertientes.

¿Cuáles?

La necesidad asistencial de trasladar a los profesionales una guía para la atención de los pacientes con COVID persistente actualizada, con todos los avances científicos de los últimos tiempos, y la mejora de su accesibilidad. Sobre esta última cuestión, se va a intentar desarrollar una aplicación que facilite la implementación de la guía, en condiciones de práctica clínica y mediante la realización de una actividad de formación de posgrado (de origen más académico) para todos los profesionales que intervienen en la atención al paciente. Debemos tener una guía, pero hemos de ser capaces de aplicarla también.

La investigación también es clave.

Sin duda, por eso queremos recoger el guante y crear un grupo colaborativo, en el que cada uno de los profesionales que investigan el COVID persistente pueda aportar luz sobre los aspectos que se desconocen a día de hoy, y que van más allá del tratamiento y la etiología (causa) de la enfermedad.

¿A qué se refiere?

A cuestiones más simples, como la prevalencia del COVID persistente, los perfiles de los pacientes, su comportamiento y su mejora ante distintas intervenciones, como la rehabilitación cognitiva o la prescripción de ejercicio físico personalizado, entre otras. Sin dejar de lado, obviamente, la investigación de la etiología de esta dolencia y sus tratamientos, dos aspectos fundamentales.

¿Algo más?

Queremos que cada vez menos pacientes evolucionen hacia el COVID persistente, y para conseguirlo la parte del registro tiene otra vertiente, consistente en analizar qué factores clínicos, de genoma y de exoma, se relacionan con la capacidad de predicción de desarrollo de esta dolencia.

¿Determinar qué pacientes con COVID tendrían más riesgo de desarrollar esa dolencia?

Efectivamente, intentar averiguar qué pacientes tienen esa alta probabilidad de sufrir COVID persistente para darles las mejores posibilidades de abordaje y reducir, en la medida de lo posible, ese desarrollo.

¿No existen certezas sobre la causas del COVID persistente?

Hay distintas etiologías. Por una parte, la persistencia del virus, entero o fraccionado. Por otro, todas las causas relacionadas con la inmunidad, bien por exceso, por defecto o por autoanticuerpos. Lo más frecuente es que en un paciente puedan coexistir ambas etiologías, de ahí que la presentación clínica sea tan heterogénea.

¿Cuál es el ‘rostro’ mayoritario del paciente aquejado por esa dolencia?

Aunque el COVID persistente se puede presentar a cualquier edad, la mitad de los afectados tiene entre 36 y 50 años, y el 75% son mujeres. Desconocemos aún si esta sexta ola traerá algún cambio en el perfil de los pacientes que sufren esta dolencia. Cuando hayan transcurrido doce semanas, veremos qué sucede, puesto que la cifra de contagios oficiales se ha duplicado con respecto a olas anteriores.

¿Qué es lo más urgente para mejorar la vida de estos pacientes?

Es necesario ese reconocimiento del COVID persistente más allá de los papeles, en el día a día. Tanto de las administraciones, como de los profesionales. Diagnosticar de forma precoz a los afectados puede disminuir su sufrimiento, y también nos puede llevar a tratar de ser capaces de buscar la mejor manera de controlar sus síntomas. No podemos tirar la toalla, es verdad que no tenemos tratamiento curativo o cronificador, pero sí podemos ayudarles a manejar sus síntomas, de forma colaborativa y en equipo multidisciplinar. Debemos ser conscientes de que la mayoría de los afectados por COVID persistente se encuentran en seguimiento desde Atención Primaria, y a veces de forma errática entre múltiples especialidades. Urge, por tanto, la colaboración entre todos, y la coordinación desde Atención Primaria, el primer nivel asistencial, para ofrecerles la mejor atención. Todos debemos estar alineados en ese objetivo común.