El sector del automóvil afronta una época de grandes transformaciones marcadas por la protección del medio ambiente, la conectividad, la conducción autónoma, el car-sharing u otras fórmulas de propiedad y uso de los vehículos, la personalización y la experiencia del usuario y el comercio online. A estos cambios internos hay que sumarle otros desafíos geoestratégicos como la dependencia tecnológica de Asia en la cadena de valor relacionada con el automóvil eléctrico y la fabricación de baterías de ion-litio, la crisis global de los semiconductores (microchips) y la escalada sin fin del precio de las materias primas, agravada por la invasión rusa de Ucrania el pasado mes de febrero.

El ciclo Futuribles de Prensa Ibérica organizó de la mano de Faro de Vigo el pasado 4 de noviembre un encuentro sobre el estado de la innovación tecnológica aplicada al sector de la automoción en Vigo y su área de influencia. La jornada tuvo lugar en el Círculo de Empresarios de Galicia y permitió constatar que los retos son mayúsculos y el tiempo para implementar los cambios, demasiado corto. Europa ya ha puesto una fecha límite para los coches con motorizaciones diésel, gasolina, de gas e incluso los híbridos: 2035. A partir de ese año, todos los vehículos que se vendan en los estados miembros de la Unión Europea tendrán que ser 100% eléctricos, lo que supondrá transformar en tiempo récord toda una industria volcada en gran medida en el motor a gasoil en eléctrica.

Todos los analistas dan por hecho que muchas empresas se quedarán por el camino y que esto tendrá un impacto considerable en el empleo, de ahí que los grandes fabricantes demanden ayudas públicas para acompañar al sector en esta revolución eléctrica.

La revolución eléctrica y la conectividad son los dos grandes saltos tecnológicos

La electrificación del motor europeo pone de manifiesto también la gran dependencia que el sector tiene de Asia, especialmente de China, en esta tecnología. De China proceden la gran mayoría de las celdas de ion-litio que conforman las baterías de un coche cero emisiones, lo que ha llevado a las grandes multinacionales europeas de las cuatro ruedas a una contrarreloj para abrir plantas de baterías en el Viejo Continente, como el proyecto de Seat-Volkswagen en Sagunto.

Conectividad

El otro gran salto tecnológico en el que está inmerso el sector es la conectividad a bordo y la conducción autónoma, cuyo desarrollo está relacionado con el despliegue de la red 5G. En este campo España tiene un peso destacable, con centros tecnológicos como el CTAG -Centro Tecnológico de Automoción de Galicia- de Porriño y multinacionales de la talla de Cellnex Telecom muy involucrados, aunque queda mucho por hacer. La conducción autónoma también exige un cambio legislativo que los gobiernos deben afrontar para garantizar la seguridad y la responsabilidad civil en caso de accidentes.

Tampoco es casual que todos los grandes OEM del automóvil ya se consideren a sí mismos proveedores de servicios de movilidad, y no fabricantes de coches, como en el siglo pasado. Y es que la propiedad del vehículo está en cuestión. Las plataformas de car-sharing -coche compartido- están cada vez más extendidas, y los renting han sustituido al coche en propiedad. Es decir, se paga por un servicio de movilidad. A todo esto hay que añadirle la cada vez mayor personalización de los vehículos: los clientes pueden elegir todo tipo de detalles y equipamientos, lo que hace más compleja si cabe la tarea de fabricación.

La experiencia de usuario también está cambiando con el cambio generacional de los conductores, y hoy en día incluso se puede comprar un coche por Amazon u otras plataformas online, lo que pone en cuestión el futuro de los concesionarios de coches tradicionales (que también tendrán que adaptarse al vehículo eléctrico).

Por si todo esto no fuera suficiente, todas las marcas llevan dos años penalizando sus producciones por la congestión global que hay en la fabricación de semiconductores -microchips-, un colapso que se hizo visible con la pandemia pero que refleja la escasa competencia que existe a nivel global.

En Europa, tanto la Comisión Europea como los distintos estados miembros están movilizando ingentes cantidades de millones de euros para abrir plantas de microchips, entre ellos España, que prevé destinar a este fin más de 12.000 millones de euros procedentes de los fondos Next Generation.

Y las tensiones geopolíticas entre Oriente y Occidente y la invasión rusa de Ucrania también están perjudicando al sector, disparando el precio de las materias primas (acero, aluminio, plástico, etc.) a cotas nunca vistas, poniendo en riesgo la viabilidad de la cadena de valor, aunque la peor parte se la están llevando los fabricantes de componentes.