La Opinión de A Coruña

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El hombre que metió la cabeza en un sincrotrón

En 1978, el ruso Anatoli Bugorski sufrió uno de los accidentes más inverosímiles de la historia de los aceleradores de partículas | Su caso permaneció oculto durante décadas

Heridas que sufrió el físico Anatoli Bugorski por el accidente.

Ahí va una historia que, les aseguro, les volará la cabeza (aunque, esperemos, no tanto como a su protagonista). 13 de julio de 1978. Instituto de Física de Alta Energía de Protvino, en Rusia. El joven físico Anatoli Bugorski, entonces estudiante de doctorado, estaba trabajando en el acelerador de partículas más grande de la Unión Soviética. Ese día, mientras paseaba por las instalaciones, el científico se percató de que uno de los módulos del sincrotrón no funcionaba correctamente. Y cómo no, se dispuso a averiguar qué estaba ocurriendo. Miró a las luces de seguridad, vio que estaban apagadas y dio por hecho que la maquinaria estaba en reposo. Así que, movido por la curiosidad científica, Bugorski metió la cabeza en el canal del acelerador de partículas para ver qué pasaba.

Bugorski, años después.

Y entonces ocurrió lo impensable. Mientras el joven científico tenía la mollera embutida en el sincrotrón, un haz de protones atravesó su cráneo. El rayo, que viajaba casi a la velocidad de la luz y cargado de radiación, chocó con la nuca del ruso, atravesó su cerebro y salió disparado por su nariz. Según recoge una crónica publicada en 1997 en la revista Wired, en ese instante Bugorski vio la luz más brillante que jamás había visto. “Más brillante que mil soles”. Y después de eso, nada. El ruso sacó la cabeza del tubo metálico, se incorporó sin ningún tipo de dolor, acabó la reparación y se fue hacia su despacho. Redactó un informe para dejar constancia del fallo técnico, pero no explicó a nadie lo que había pasado por su cabeza.

Hay quien dice que el accidente fue culpa de un mecanismo de seguridad que no se activó. Pero también hay quien argumenta que, en parte, el suceso fue culpa del despiste de otro investigador, cuya identidad jamás ha trascendido, que poco antes había realizado un experimento en el sincrotrón y que, al acabar, había olvidado volver a enchufar las luces de seguridad. Sea como sea, en tan solo un instante, el incidente convirtió al hombre de científico en un sujeto de estudio para la ciencia. En el objeto de un experimento sin precedentes. En el protagonista involuntario de la pregunta más científica que todas, el “qué pasa si...”.

Al día siguiente del incidente, por llamarlo de alguna manera, Bugorski se despertó con media cara hinchada y un leve malestar. Así que cogió sus cosas y se desplazó hasta una clínica en Moscú especializada, mira tú por dónde, en el tratamiento de pacientes con “lesiones por radiación”. Como las víctimas de Chernóbil. Una vez allí, el científico explicó lo ocurrido ante la atónita mirada de los médicos. En circunstancias normales, se calcula que 500 rads serían suficientes para matar a cualquiera. Pero ese fatídico día, en cuestión de un instante, el ruso fue bombardeado con más de 300.000 rads. Es decir, con una dosis 600 veces más alta a la considerada mortal.

El análisis médico desveló que, sorprendentemente, el haz de protones penetró en el lóbulo temporal izquierdo, atravesó el tímpano y salió por la fosa nasal izquierda sin apenas causar daños (más allá, claro, de las heridas de entrada y salida). La trayectoria del rayo, por suerte, no había alcanzado ni los centros vitales del cerebro ni ningún vaso sanguíneo. Por eso mismo, tras el accidente, Bugorski solo desarrolló una parálisis en el lado izquierdo rostro y pérdida de audición en un oído (acompañada de un leve pero constante zumbido). Más adelante también sufrió varios ataques epilépticos. Al principio más frecuentes y, con el tiempo, más controlados.

El extraño caso de este científico fue estudiado por los mejores radiólogos y neurólogos de la Unión Soviética. Gran parte de la información recopilada sobre este paciente, según recoge un extenso reportaje publicado en el portal Pravda, se clasificó durante décadas como confidencial. Incluso ahora, hay detalles que siguen bajo secreto de sumario. Como, por ejemplo, el coste del tratamiento y de las pruebas por las que pasó el científico.

Llegados a este punto se preguntarán qué pasó con Bugorski después del accidente. Sin más preámbulo, decirles que el ruso sobrevivió. El científico estuvo un año y medio de baja y, una vez recuperado, se reincorporó a la academia. Incluso volvió a trabajar con el acelerador de partículas. Hoy por hoy, Anatoli Bugorski sigue vivo a sus 80 años. No hay constancia de que haya padecido ninguna enfermedad relacionada con la radiación. El efecto adverso más curioso que arrastra es que, debido a la parálisis provocada por el rayo, el lado izquierdo de su cara ha envejecido mucho menos que el derecho. Casi como si medio rostro se hubiera quedado congelado en el tiempo.

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