La Opinión de A Coruña

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El enigma de los dos pájaros ‘perdidos’ de Goya

Las fotografías de Jean Laurent tomadas en la Quinta del Sordo a mediados del siglo XIX sugieren que el can de ‘Perro semihundido’ estaba observando dos aves: muchas de las ‘pinturas negras’ del pintor aragonés siguen siendo un misterio, ya que al trasladarse de los muros al lienzo se perdieron elementos

Fotografía de Jean Laurent tomada a mediados del siglo XIX de la obra ‘Perro semihundido’ de Goya, donde se ven dos manchas negras que podrían ser dos pájaros.

Un niño de unos 10 años flexiona las rodillas al llegar al lienzo, ladea la cabeza y mira hacia arriba, como tratando de averiguar qué está mirando el perro, uno de los más famosos de la historia universal del arte y protagonista único de la que Antonio Saura definió como “la pintura más bella del mundo”. Entre los claroscuros de la sala de las pinturas negras de Goya en el Museo del Prado (la estancia, ovalada, está casi a oscuras con una tenue iluminación) se intuye mucho público joven, sobre todo extranjero.

El ‘Perro semihundido’ de Goya, datado entre 1820 y 1823, es una de las ‘pinturas negras’ que formaron parte de la decoración de los muros de la Quinta del Sordo.

Llegan impelidos por la atmósfera misteriosa y lúgubre de estas 14 obras pintadas al óleo por el artista aragonés sobre los muros de la Quinta del Sordo y que todavía esconden más secretos que certezas. Siendo uno de los espacios más visitados del museo, resulta paradójico pensar que el barón, Frédéric Émile d’Erlanger, procedente de una familia belga de banqueros y residente en París, no consiguiera vender ninguna de las obras más truculentas de Goya en la Exposición Universal de París en 1878 [D’Erlanger se había hecho con ellas tras comprar la Quinta en 1873, 50 años después de que se hicieran las pinturas].

“No es algo que despertara interés, se veían casi como una anomalía, como algo extrañísimo para lo que no se estaba preparado. Hoy las asociamos con el surrealismo, con el expresionismo, con tendencias artísticas del siglo XX, y ya son algo familiar para nosotros, pero en su época no lo eran”, sostiene Miguel Hermoso, doctor en Historia del Arte especializado en pintura barroca española e italiana y profesor de Arte en la Universidad Complutense de Madrid.

Tras varios intentos más por sacarles dinero, el aristócrata las acabó regalando al Museo del Prado en 1881. El conservador del Prado Salvador Martínez Cubells se había encargado de arrancar las pinturas de la pared, y, desgraciadamente, se esfumaron elementos y detalles de las mismas en el complicado proceso de pasarlas a lienzo. De hecho, ya antes de ese proceso las pinturas realizadas sobre los muros de adobe de la Quinta, situada en una colina del antiguo término municipal de Carabanchel Bajo, a las afueras de Madrid, muy cerca del Puente de Segovia, ya habían sufrido arrastres de color, grietas, rellenos con yeso, o repintes.

“La técnica de arrancar pinturas al fresco estaba medianamente avanzada, y se habían hecho experimentos con Rafael, por ejemplo, pero para un óleo sobre el muro era más difícil. Fue un proceso muy violento. En El Aquelarre, por ejemplo, se perdieron unos 50 centímetros de la pintura”, dice Hermoso. La única manera de saber exactamente cuál fue la composición original de las obras son las fotografías que Jean Laurent tomó en la Quinta antes de que fueran arrancadas, en la década de los 70 del siglo XIX. “Se hacen las fotos, de hecho, para ayudar a venderlas”, apunta este profesor universitario. Las fotografías revelan una anomalía en el cuadro de Perro semihundido que ha trascendido a nuestros días: dos borrones que parecen ser dos pájaros, a los que el perro estaría observando atento, como esperando un despiste para darles caza. Así lo defienden diversos historiadores del arte, como el aragonés Carlos Foradada, que en su tesis doctoral La implicación del espectador en el espacio pictórico de las Pinturas negras de Goya concluye que las imágenes de Laurent han demostrado que “aspectos originales de las pinturas en un buen número de los casos poco tienen que ver con los que se conservan” en la pinacoteca madrileña.

En la imagen original de Laurent, explica, el can “está mirando dos aves en vuelo” en vez se estar en un momento previo a hundirse, como ha trascendido históricamente. Esto para el doctor significa que al retratar ese vuelo libre de los pájaros Goya habría pintado “la libertad antes que Picasso”. Otro de los expertos en Goya, José Manuel Arnaiz, también sostiene en su libro Las pinturas negras de Goya, que el perro está observando atento a unos pájaros.

Para Hermoso, sin embargo, la incógnita se mantiene, ya que, según estima, cuando se hacen las fotos ya habían pasado 40 años de la realización de las pinturas, y estas podían haber tenido golpes o repuntes. “La fotografía no tiene mucha precisión”, arguye. “¿[El perro] se hunde en la arena o lo estamos viendo por detrás de una duna y está mirando a unos pájaros señalándole al cazador que va a venir a por ellos?”, se pregunta el profesor. Y afirma a continuación: “Si es lo segundo es algo intrascendente y muy apropiado para una finca rural, pero si entendemos que es un perro que se hunde en la arena que va a morir dentro de unos minutos y que mira con los ojos en alto entendemos que hay cierta compasión ante el sufrimiento de este animal, ante una naturaleza que es impasible ante el sufrimiento humano y eso nos permite reflexionar sobre la Guerra de la Independencia y el sufrimiento que unos hombres causan a otros. Dependiendo lo que entendamos puede ser algo propio de una casa de campo o algo transcendental”.

Al igual que en Saturno devorando a sus hijos o Dos viejos comiendo sopa está bastante claro lo que Goya quiere mostrar, en otras pinturas como esta “son bastante ambiguas” y no lo es tanto, si bien, estima Hermoso, habla de la “grandeza” de Goya: “Es un autor que no te guía de la mano y te da el tema mascado y explicado, sino que te priva de los referentes y no sabes bien qué entender”.

Sobre dónde estaba colocado el cuadro dentro de la Quinta sigue siendo un imposible, aunque se cree que estaba en la segunda planta. De hecho, la disposición exacta de las obras en la casa de campo de dos plantas todavía está siendo sometido a conjeturas, lo que convierte en muy complicado encontrar el sentido exacto de los cuadros en particular y por ende, el significado global pasa a ser uno de los mayores enigmas del arte español. Para mayor abundamiento, la obra más terrorífica y angustiosa de Goya está pintada sobre paisajes luminosos y escenas bucólicas del tiempo en que él vivió, tal y como reflejaron los estudios radiológicos que desarrolló en su día el Gabinete de Documentación Técnica del Museo del Prado, dirigido entonces por la conservadora Carmen Garrido. Lo que sí queda claro con el cuadro del perro es que Goya era sin duda un adelantado a su época. “Es que es casi un cuadro abstracto”, razona Hermoso, “le quitas la cabeza del perro y podría ser un Rothko”.

Para los amantes de Goya, y en particular de este cuadro, hay un precioso homenaje al pintor muy cerca del centro de Salud de Caramuel, en Puerta del Ángel, a muy pocos metros de donde estaba la famosa Quinta del Sordo, un artista madrileño, Marco Prieto, pintó hace no mucho el citado cuadro sobre uno de los laterales de uno de los edificios más verticales de la zona. En él tampoco se intuyen los pájaros que, sin embargo, sobrevuelan por allí a diario.

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