La Opinión de A Coruña

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Nerea Barros Actriz gallega

“Hay un misterio en mi mirada que hay que aprovechar”

“Creo que en mi ADN tengo una parte árabe y gitana. ¡Ojalá lo pudiera exteriorizar más!”, dice la protagonista de ‘La novia gitana’, serie que acaba de estrenar Atresplayer Premium

La actriz Nerea Barros. // ROBERTO GARVER

Paco Cabezas, el director de La novia gitana, veía a Elena Blanco en Nerea Barros (Santiago de Compostela, 1981), pero le hicieron probar más actrices. Al final, la evidencia cayó por su propio peso, y esta actriz, a la que le dicen que tiene tras la mirada a cien viejas, se ha convertido en la inspectora de la BAC que debe resolver un caso que le remueve el dolor que lleva por dentro. En su currículo figuran otros personajes que sufren, como la madre de La isla mínima, un pequeño papel por el que recibió un Goya a la mejor actriz revelación.

Cuando Paco Cabezas le llamó, preguntó por Elena...

Imagínese. De repente escucho el teléfono de Paco y me dice: “¿Elena?”. Y yo, supernerviosa, le solté: “¿Estás llamando a otra?”. Y él me contestó: “No, pregunto por Elena Blanco. ¿Eres tú, no?”. Y entonces empecé a gritar.

¿Había leído la novela?

La leí para el casting. Pero en el guion encontré un montón de cosas. La construcción de mi personaje es una elaboración que tiene tiempo. Porque estuve trabajando durante tres meses con Paz Moral, con la que desgrané los guiones, y con mi profesora de canto....

¡En el primer episodio canta!

Y ¿por qué canta Elena Blanco? Y es que no lo hace bien. Y solo va a un karaoke. ¿De dónde sale ese canto? Le está cantando a su hijo desaparecido. Su forma de transitar por ese dolor es soltando lastre con la grapa y el canto. Por eso se emociona. El karaoke es su único punto vulnerable. Y así la vas construyendo. ¿Cómo sobrevive cada día? ¿Una mujer con un dolor tan grande cómo puede ponerse al frente de la BAC? Porque justamente esa obsesión le permite esconder su dolor. Y durante la noche se destruye. Y luego, como estamos hartos de ver interrogatorios, me preocupaba la forma de afrontarlos. ¿Por qué los hace? ¿Qué parte oscura pone sobre la mesa y qué parte de inspectora? Es un juego todo el rato.

La forma en la que practica sexo dice también mucho de ella.

“Quiero que me aprietes el cuello, que me estrangules”, dice. Ella no folla. Ella no está con hombres para lograr placer, sino para, desde ese dolor, soltar tristezas, abrir fugas... Porque, si no, explota.

No perdona que su exmarido haya pasado página con lo de su hijo.

Su marido es maravilloso, pero a tanto dolor hay que decirle adiós en algún momento. Ella nunca pasa página. Una madre no lo hace. El arco de Elena va por ahí. Todo el mundo ha dicho adiós, y ella se niega. Siente que su hijo está por ahí y lo tiene que encontrar. ¿Cómo una madre cierra esa puerta? Odias a cualquier persona implicada con tu hijo que la haya cerrado. Porque le duele y porque le gustaría estar así. No puede más.

Zárate tiene otra forma de trabajar y ella se impone ante él.

Es la jefa de la BAC, está ahí por algo. No puede venir nadie, y menos un pipiolo que no tiene dos dedos de frente, y decirle qué hacer, cuando ella tiene mucha tralla. Primero, que ella no se afecta con nada, porque no se impone mal. A no ser que le salga la emoción. Ella nunca entra en emoción, pero cuando lo hace, todo se va a la mierda. Y en el caso de Zárate, la entrada es muy mala.

Pero luego se lo lleva a casa.

Porque descubre en él esa grieta oscura. Y es que ella se agarra a las grietas de los demás. Ese dolor le atrae. Y también ve a alguien con posibilidades. Que algo no está correcto, que no está encajado, pero que es un buen policía. O, por lo menos, lo parece. Hay unas conexiones que hace desde el dolor de Zárate, al igual que se une al dolor de Sonia (Mónica Estarreado). Y la única persona en la que confía y con la que se vulnerabiliza es Mariajo (Mon Martínez).

¿Cómo ha sido rodar con Paco Cabezas? ¿Ha traído maneras diferentes por su paso por EEUU?

Lógicamente, Paco tiene una idea del cine, una forma de rodar, una libertad y una apertura que le viene de estar trabajando en grandes producciones estadounidenses. Pero luego es superauténtico, muy de verdad. En este medio a veces tendemos a ponernos máscaras. Yo no me levanto así de mona por la mañana. Tenemos legañas, somos de carne y hueso... Pero Paco, además de director, es un amigo. Nos queremos. Con una mirada nos entendemos. Es supergeneroso. No hay ningún tipo de barrera, pese a la locura que tiene en la cabeza, por lo que estamos conectados continuamente.

¿Ha aprendido mucho de los intérpretes gitanos?

Ha sido maravilloso. ¿Sabes lo que es estar en un rodaje con 200 personas maravillosas de etnia gitana? ¡La locura! Porque tienen un arte; una energía... Fuimos a rodar al barrio de Amposta y cómo nos han cuidado. Lo que ha hecho Paco es revelar las grietas de la etnia gitana con un toque de estética ficcionada de creación, pero luego es muy nuestro a un nivel muy alto. Y por primera vez los gitanos se sienten representados. Yo creo que en mi ADN tengo una parte árabe y gitana. ¡Ojalá lo pudiera exteriorizar más! Cuando escucho flamenco, algo me rompe por dentro, en las tripas. Valoro muchísimo esto que ha hecho Paco.

En La isla mínima y en La isla de las mentiras hacía de mujer que sufre. ¿Echa de menos la comedia?

Está claro que dentro de mí hay algo de base por lo que de alguna forma empatizo con este tipo de personajes. Pero luego está Operación Marea Negra, que es de otro tipo, con el que me divierto. Estoy todo el tiempo con una sonrisa. Sí que es cierto que hay una parte de misterio, de profundidad en mi mirada —me dicen que tras los ojos tengo cien viejas—, que hay que aprovechar. Y estoy muy agradecida al universo.

¿Qué le parece que Carmen Mola, autora de la novela, no fuera en realidad una mujer?

Sé que es un tema controvertido, pero yo estoy superagradecida de que tres hombres hayan escrito personajes femeninos como estos.

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