Según Greenpeace, el greenwashing supone un engaño a los consumidores. Lo efectúan algunas empresas para dar una imagen sostenible que, en realidad, no merecen. Este término también hace referencia a las compañías que indican unos beneficios ecológicos en sus productos o servicios que no son ciertos. La sociedad es cada vez más consciente y sensible al impacto que causan nuestras acciones al medioambiente. Muchas empresas han invertido una gran cantidad de recursos para adaptarse a esta nueva forma de pensar. Sin embargo, otras solo han visto un potencial negocio y quieren parecer respetuosas con el planeta, pero sin cambiar nada.

La modificación del MiFID II cerca el greenwashing

El 2 de agosto entró en vigor la modificación de la directiva MiFID II. Ahora, los asesores y entidades que presten servicios financieros deben informar verazmente a sus clientes sobre los fondos que les ofrecen para invertir si estos desean que sean sostenibles. Sin embargo, quedan fuera empresas que no recurren a financiación externa para realizar su actividad. Ante este panorama, lo mejor es que aprendamos a distinguir estas prácticas fraudulentas.

¿Falta de regulación ante el greenwashing?

El greenwashing es denunciable si atendemos a nuestras leyes. Al tratarse de una forma de publicidad engañosa, se puede aplicar la Ley General de Publicidad, la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios o la Ley de Defensa de la Competencia. En realidad, estamos bien pertrechados jurídicamente.

Otra cosa es que las condenas no sean lo suficientemente cuantiosas y siga siendo rentable. Por otro lado, los tribunales tardan mucho tiempo en resolver y, tal vez, los otros mecanismos administrativos no sean eficaces.

Estrategias para detectar el ‘greenwashing’

Son muchas las estrategias que se utilizan en el greenwashing , pero tampoco es difícil darse cuenta de ellas. Señalamos algunas de ellas.

  • Lenguaje impreciso. En las etiquetas de los productos, vemos términos como ecofriendly, sostenible o natural. Sin embargo, si buscamos información sobre estas empresas, el lenguaje que emplean es vago e impreciso a la hora de definir por qué y cómo cuidan el medioambiente.
  • Datos irrelevantes. Proporcionan información en sus productos como si fuera relevante cuando no lo es. Imaginemos que queremos comprar un espray y en su etiqueta indica que está libre de CFC. Nos quedamos muy tranquilos al adquirirlo porque pensamos que no va a dañar a la capa de ozono. Sin embargo, la prohibición de fabricar productos con CFC en la Unión Europea entró en vigor el 1 de enero de 1995. Por lo tanto, es irrelevante que nos aclaren que no contiene CFC, pues resulta obligatorio.
  • Información falseada. Suelen promover prácticas con verdades ocultas. En la industria textil, por ejemplo, es habitual aconsejar como más ecológicas las prendas de algodón frente a otros materiales. Sin embargo, gracias a un estudio realizado por investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid en 2014, se sabe que, para confeccionar un pantalón vaquero, se necesitan entre 2000 y 3000 litros de agua. El 90 % de esa cantidad se lo llevaba el cultivo del algodón. A esto debemos añadir el uso de pesticidas que, en muchas regiones, se fabrican con productos prohibidos en Europa. Con frecuencia, las empresas recurren a la mentira en los productos procesados de origen animal. En este caso, afirman que los animales se crían con las buenas prácticas del bienestar animal y no es así. En muchos casos, es suficiente con ver el empaquetado o el recipiente para conocer las verdaderas intenciones de una empresa.
  • Falta de certificación. Es habitual que anuncien artículos ecológicos sin datos científicos o certificados. A veces, se llaman productos bío u orgánicos. Si se trata de uno sin procesar, quiere decir que no se han utilizado componentes químicos para obtenerlo. En el caso de que sea procesado, la calificación de ecológico significa que ha seguido estrictamente la normativa de protección al medioambiente. Sin embargo, no basta con decir que es un producto es ecológico. Hay que demostrarlo con el correspondiente certificado ecológico emitido por una entidad acreditadora.
  • Certificaciones no válidas. Además, insinúan falsas certificaciones. Todo parece indicar que han recibido una certificación ecológica por un tercero, pero, si investigamos su procedencia, nos damos cuenta de que la ha emitido la propia empresa. Estos sellos deben proporcionarlos empresas acreditadoras sin vinculación con la compañía a la que certifican.
  • Publicidad engañosa. Presentan sus productos como más saludables y sostenibles que la competencia y no es así. No vamos a minimizar el valor de utilizar embalajes eficientes, pero el gran desafío está en tener iniciativas ecológicas propias.