La Opinión de A Coruña

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Álex de la Iglesia: "¿Buen director? Algo habré hecho para seguir trabajando”

Álex de la Iglesia, en la oficina que regente en el barrio madrileño de Chueca. ALBA VIGARAY

Álex de la Iglesia nos vigila. Desde la mirilla de su puerta. Tras la cortina. En la esquina de la calle. Analiza cada paso que damos. Sin ninguna pretensión, eso sí. Somos la fuente de inspiración principal de su cine. Y, como tal, no es raro que usted pueda verse reflejado en muchos de sus personajes. En El cuarto pasajero, que llega a las salas, ha creado un submundo que posiblemente también haya sufrido: un insoportable viaje en BlaBlaCar capaz de sacar lo peor (o lo mejor, según se vea) de nosotros mismos. Lo que hacen Alberto San Juan, Blanca Suárez, Ernesto Alterio y Rubén Cortada resulta tan extraordinario que, en pocos minutos, cualquier espectador se sentirá uno más del percal. Si hubiera un quinto implicado, sería usted. Divertido y desmadrado a partes iguales. Pues la forma en la que está narrada y enfocada la cinta no es apta para pusilánimes. Entrará en el juego y, sobre todo, querrá imponerse.

Ha logrado hacer una caricatura muy realista de nosotros.

Me habían hablado mucho de BlaBlaCar, pero yo no había cogido uno nunca. Así que hice la prueba sin demasiado éxito. Cuando pones en marcha un proyecto, intentas reflejar lo que te preocupa y te angustia de manera inconsciente. En este caso, la intención era hacer una comedia romántica en la que un chico quiere declararse a una chica, pero no es capaz. La clave estaba en qué contexto. Ahí surgió la idea del coche: es un lugar donde no hay opción de escapar.

¿Es su filmografía una metáfora de España y sus costumbres?

No. Ni siquiera intento reflejar lo que me rodea. Mi objetivo siempre es contar una historia. Y me gusta que ésta se encuentre dentro de un ambiente que cualquiera pueda entender. En El cuarto pasajero hay personajes que son fáciles de identificar a nuestro alrededor. En ese instante, entras de lleno en la película para compartir la situación con ellos.

¿En quiénes ha encontrado la inspiración para crearlos?

En esa gente que dicta sentencia y habla desde lugares comunes. Es verdad que, como le está pasando a otros, también me estoy convirtiendo en un cascarrabias que lo ve todo mal y no entiende nada. Entonces, te vuelves el personaje de Alberto que, como no puede controlar la realidad, la constriñe. Ahí es cuando decide buscar acompañantes que le vengan bien para trazar su plan. Quiere construir una cápsula para declararse, pero el eterno cuñado y el mayor pibonazo se lo impiden.

Trata la crisis de la mediana edad con bastante humor negro. ¿Por qué llevamos tan mal hacernos viejos?

Porque estamos encaminados a todo lo contrario. El mercado está planteado desde el punto de vista de la juventud: venden el bienestar y lo saludable como aplicables sólo a esta etapa de la vida. Sientes la necesidad de hipotecarte para estar cerca de esa utopía que no existe. En un invento. No hay término medio.

Los papeles de Alberto y Ernesto vuelven a mostrar a dos heterosexuales a los que la caspa está a punto de asfixiar. ¿Son un reflejo fidedigno del hombre medio español?

La inadecuación del hombre heterosexual blanco es un problema que lleva bastante tiempo presente y al que buscamos un remedio.

¿Es una película políticamente correcta por no representar a una sociedad diversa?

No lo sé. En este caso, por ejemplo, cambiamos los roles. El personaje hipersexualizado es el de Rubén. Y, en cambio, el más sensato es el de Blanca. Ella está amenazada por dos modos diferentes de ver el mundo: por un lado, el rebelde que lo tiene todo clarísimo; y, por otro, del señor sensato que busca seguridad. Ella no quiere entrar en sus movidas, no necesita a nadie para definirse.

En más de una ocasión, se hace referencia a la diferencia de edad que existe entre los protagonistas. ¿Qué opinión le merece un amor con veinte años de distancia?

Estoy hablando de situaciones que me han pasado. Me río de mí mismo. Esa comedia es la que nos llevaría a resolver muchos dilemas. Hoy, todo es crispante. No tenemos la capacidad de seguir un debate porque, tan pronto se produce una disensión, te sacan fuera.

¿Nos gusta autoengañarnos?

Totalmente. Hasta el punto de que, si las cosas no son como quiero, abandono la partida. No hay mediación. No existe la posibilidad de ceder. Parece que solo intentamos convencer a los demás de lo propio, sin tener en cuenta otras posibilidades. 

¿La madurez es una virtud?

Es una losa. No creo que dependa de la edad, sino de la experiencia. Asimismo, ésta tampoco genera talento ni felicidad. Cuando me dicen que estoy viviendo una segunda juventud, contesto que nunca he pasado de la infancia. Soy el ser más inmaduro del mundo y de esa inmadurez he conseguido hacer mi trabajo. Somos lo que soñamos y quisimos ser a los 18. Fue la época en la que descubrí las cintas que más me han gustado y en la que conocía a los amigos que más me han marcado. A partir de ahí, he tratado de adaptarme y de encontrar la felicidad.

En un momento de enorme polarización como el actual, ¿podría decirse que existe un humor masculino y un humor femenino?

Me gustaría que no se polarizara el humor. Tendemos a ser muy colegas de quienes piensan como nosotros y a leer los libros que dicen lo que queremos oír. Cada vez, estamos más polarizados. No solo en las redes sociales, también en la calle. Y eso le está quitando gracia a la vida. Yo creo que la solución pasa por el pollo con piña: conseguir que cosas contradictorias puedan funcionar juntas. Es decir, que no tengas el ansia de que todo pase por el filtro de tu visión. Que puedas estar con quien no piense como tú y no pase nada.

El cuarto pasajero es su largometraje número 23. ¿Cuándo sabe que está ante un gran título?

Nadie lo sabe. Ningún director se plantea que el proyecto que está haciendo sea malo. Al contrario, piensa que es el definitivo. A toro pasado, todos empezamos a ver detalles que se podrían haber limado o corregido. Sobre todo, cuando ya la ha visto el público. Ahora bien, ¿es éste un referente? Es cierto que el objetivo son los espectadores… pero, si les das siempre lo que quieren, puede que se cansen. Y, si optas por hacer algo nuevo, puede que no les interese. Por ello, lo mejor es no pensar y rodar lo que te apetece. Si no, te vuelves loco.

¿Se considera un buen cineasta?

Eso es algo demasiado pretencioso. Soy un profesional: trabajo en la industria y doy de comer a una empresa familiar. [Se queda pensativo unos segundos] ¿Buen director? Algo habré hecho para seguir trabajando.

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