ANUARIO 2022

Ómicron da paso a la gripalización

España cambió la estrategia de vigilancia y abandonó la obligatoriedad de las mascarillas. El coronavirus causa menos muertes pero preocupa su evolución, el COVID persistente y el fin de las restricciones en China

Una mujer con ropa protectora pasa frente a una tienda en Shanghái, en China, país que abandonó este año la estrategia ‘cero COVID’.  | //

Una mujer con ropa protectora pasa frente a una tienda en Shanghái, en China, país que abandonó este año la estrategia ‘cero COVID’. | // / Rafa López

Rafa López

Ómicron no es la última letra del alfabeto griego —lo es omega—, pero hubo científicos que, a principios de 2022, apuntaron que esta variante podría ser la postrera de la pandemia. Lo cierto es que nos hemos plantado a las puertas de 2023, cuarto año de la era COVID, con una “sopa de subvariantes” del coronavirus SARS-CoV-2, todas descendientes de ómicron —declarada en noviembre de 2021 en Sudáfrica—, pero tan diferentes genéticamente al ómicron original que no pocos investigadores reclaman que se designen con otras letras griegas.

Mientras, la confianza en la inmunidad adquirida por la población a través de vacunas e infecciones —después de ómicron, designado como el virus más transmisible de la historia, pocas personas quedan ya que no hayan pasado el virus— llevó a los países occidentales, empezando por Dinamarca, a abandonar paulatinamente las medidas preventivas. En España, este proceso tuvo un punto de inflexión con la “gripalización”. La Comisión de Salud Pública aprobó la nueva Estrategia de Vigilancia y Control frente al COVID-19, que entró en vigor el 28 de marzo. La vigilancia y el control del coronavirus pasó a asimilarse al de la gripe y otras infecciones respiratorias estacionales, mediante “centros centinela”. Los aislamientos dejaron de ser obligatorios, salvo para los casos más graves y la población “de riesgo”. La duración se fijó en cinco días y en todo caso acabaría tras 24 horas sin ningún síntoma.

Parámetros como el de la incidencia acumulada y la positividad de las pruebas perdieron casi toda su relevancia, y al registrarse los positivos únicamente de personas consideradas vulnerables, como los mayores de 60 años, se volvió complicado hacerse una idea del grado de transmisión del COVID. Los responsables de salud pública de Gobierno y comunidades autónomas acordaron que solo habría una vuelta a las medidas restrictivas si se alcanzasen ciertos niveles de ocupación hospitalaria, especialmente en las unidades de cuidados intensivos. Pero las ucis difícilmente se llenan, dado que los mayores de ochenta años, los que más fallecen por COVID, no son candidatos a entrar en ellas.

El 20 de abril fue otra fecha marcada en rojo: las mascarillas pasaron a ser obligatorias únicamente en entornos sociosanitarios, hospitales, centros de salud, residencias de mayores y farmacias, además de en el transporte público. Terminó, por tanto, la obligatoriedad de llevarlas en interiores con carácter general, salvo en las citadas excepciones, y solo se recomendó para personas sintomáticas y en aglomeraciones. Echando la vista atrás parece algo muy remoto, pero la mascarilla fue también obligatoria en exteriores hasta el 10 de febrero.

La pandemia se cobró este año en España cerca de 28.000 vidas, mientras que en 2021 se registraron unos 38.000 fallecidos, y en 2020 fueron 51.000. El descenso es alentador, pero está muy lejos de caer a cifras asumibles, al nivel de las muertes por gripe estacional. Las vacunas han reducido un gran porcentaje de ingresos hospitalarios y muertes, pero la alta transmisibilidad de ómicron y sus subvariantes —que se contagian mejor por su mayor escape a la inmunidad— ha provocado un elevadísimo número de casos, lo que ha terminado por elevar la cifra de fallecidos, especialmente en mayores de 80 años. Así, el cambio de estrategia para “proteger a los vulnerables” no ha resultado ser demasiado exitoso. En España llevamos en torno a 117.000 fallecidos, cifra oficial muy inferior al exceso de mortalidad real.

Hace un año, cuando despegaba ómicron, el COVID mataba a 50.000 personas por semana en el mundo. A principios de este mes se cobraba menos de 10.000 vidas por semana, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recuerda que siguen siendo demasiadas. Oficialmente vamos por 6,6 millones de fallecidos, aunque un reciente estudio publicado en Nature estima el exceso de mortalidad global en 14,83 millones.

La OMS espera que en 2023 pueda dejar de designar el COVID como emergencia de salud global, pero persisten nubarrones en el horizonte. Uno de ellos es el abandono abrupto de la política “cero COVID” por parte de China, que —salvo en Hong Kong, donde hubo debacle— salvó los primeros embates de ómicron con controles muy estrictos, y donde una sociedad harta ha protagonizado las mayores protestas contra el régimen en décadas. Este cambio de rumbo tiene ya consecuencias en el país asiático y disparará las mutaciones del virus, que se replicará en buena parte de los 1.400 millones de habitantes del país.

La vigilancia genómica del SARS-CoV-2 ha caído en todo el mundo, algo que intentan compensar “cazadores de variantes” como Federico Gueli, aficionado a la ciencia italiano que descubrió la variante BQ.1, ahora dominante en buena parte del mundo.

Ómicron no provoca tantas neumonías bilaterales como las variantes anteriores, pero se acumula la evidencia de que el virus puede dañar casi todo el organismo, y de que las reinfecciones —antes raras, ahora habituales— no le salen gratis a nuestro sistema inmunitario. Un 3% de quienes pasan COVID sintomático padecen secuelas durante meses.

Este año ha habido un debate científico entre quienes sostienen que hay una supuesta “deuda inmunitaria” por las restricciones y las mascarillas y defienden que el sistema inmunitario es como un músculo que debe ejercitarse con infecciones. En el otro extremo están quienes apuntan que el coronavirus ha producido un daño inmunitario que facilitado otras enfermedades infecciosas.

Por último, y no menos importante, 2022 ha sido un año perdido en España en cuanto a preparación para el COVID. Se mantiene una visión reactiva y no proactiva. El trabajo de consenso publicado en Nature en noviembre, con recomendaciones de un panel de 386 académicos internacionales para acabar con el COVID como amenaza de salud pública, evidencia que queda mucho por hacer en diversas materias, como información a la población, ventilación y filtración del aire. Como apuntó su coordinador, el epidemiólogo estadounidense Jeffrey Lazarus, vacunar no es suficiente, y sigue sin haber un plan para abordar lo que queda de pandemia y salir definitivamente de ella.

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