El regreso de ‘Doctor en Alaska’

Sus tramas, recuperadas ahora por Enfamilia y en febrero por Filmin, fueron en los 90 queridas por el público, celebradas por la crítica y premiadas en los Emmy

El reparto de la serie 'Doctor en Alaska'.

El reparto de la serie 'Doctor en Alaska'. / LOC

Juan Manuel Freire

Doctor en Alaska no tenía que convertirse en leyenda de la televisión: la CBS la dejó caer en 1990 en mitad del verano, una estación que, entonces, no se asociaba con grandes estrenos. Su éxito fue modesto, pero quienes la vieron hablaron tan bien de ella que su regreso primaveral tuvo algo de evento. Misteriosamente, o no tanto, a España tardaría dos años en llegar, a La 2, como un placebo tardío de Twin Peaks, con la que coincidía en muchos aspectos salvo en la oscuridad.

La creación de Joshua Brand y John Falsey (Hospital, Tiempo de conflictos) ha estado ausente mucho tiempo de nuestras plataformas, algo que por suerte está a punto de cambiar. Su versión remasterizada puede verse desde este lunes en el canal de pago Enfamilia (Movistar Plus+, Vodafone TV y otros operadores principales), y disfrutarse íntegramente en Filmin desde el 7 de febrero.

En las raíces de Doctor en Alaska encontramos Un tipo genial, querida película de 1983 con Peter Riegert como ejecutivo petrolero de Tejas que se enamora del pintoresco pueblo ficcional de Escocia que debía comprar para horadar. El cocreador Joshua Brand, fanático del filme de Bill Forsyth, sacó a otro pez fuera del agua: Joel Fleischman (Rob Morrow), un joven médico judío de Nueva York obligado por su préstamo estudiantil a ejercer cuatro años en la ficcional Cicely, Alaska, ciudad de una sola arteria central, un único alce y 815 habitantes, a cuál más excéntrico.

En las palabras de nuestro neurótico héroe, “un maldito lugar de mala muerte” poblado por “un montón de sucios chiflados”. Pero, como suele suceder en estas historias, Joel no tardaba en conectar de un modo u otro con los lugareños; además de con una versión mejor, más humana de sí mismo. Sobre todo, hacía migas con la primera persona en recibirle, el joven cinéfilo de sangre nativa Ed Chigliak (Darren E. Burrows, evidente hijo de Billy Drago), y su nueva casera, la piloto Maggie (Janine Turner), su sparring ideal en una sucesión de combates verbales cada vez menos virulentos. También estaban el pequeño magnate Maurice Minnifield (Barry Corbin), algo intolerante pero en el fondo generoso; el alcalde (y dueño de bar) Holling Vincoeur (John Cullum) y su esposa de cuatro décadas menos Shelly Tambo (Cynthia Geary), o el radio jockey de inquietudes filosóficas Chris Stevens (John Corbett); gente adorable no a pesar de sus rarezas, sino por ellas.

Doctor en Alaska no se basaba solo en el contraste entre lo urbano y lo rural, sino también entre lo dramático y lo cómico. Sin olvidar su trasvase ingenioso entre lo real y lo soñado (como en la citada Twin Peaks), acentuado oscuramente con la llegada como showrunner de David Chase (futuro creador de Los Soprano) para las dos últimas temporadas.

Cualquiera habría agradecido ponerse al frente de una serie querida por el público, celebrada por la crítica y premiada en los Emmy; esto último, sobre todo por su tercera temporada y ese episodio final, Cicely, centrado en la fundación de la localidad por una pareja lesbiana. Pero Chase ha dicho haber “odiado” el trabajo: se le atragantó el mensaje humanista y se dedicó a enturbiar aviesamente la esperanza con desconfianza. Rob Morrow dejó la serie a mitad de la última temporada por sus infinitas disputas contractuales. En el episodio de despedida, estrenado el 26 de julio de 1995, Doctor en Alaska era gélido reflejo del refugio entrañable que fue.

Solo con sonar la primera nota de armónica del tema principal de David Schwartz ya empezabas a sentirte en casa. La música, por otro lado, seguía siendo capital empezada la acción: uno de los mejores personajes fue el Chris Stevens de John Corbett, exconvicto al cargo del programa de radio más ecléctico imaginable, tanto a nivel de ideas culturales como, sobre todo, selecciones musicales.

En aquella discoteca cabía de todo, desde ópera italiana hasta la versión de Moon river de Louis Armstrong, pasando por La internacional en ruso. Si apetecía country, lo mejor era pasarse por el jukebox del The Brick. Esa apertura a todas las músicas, todos los humores, quedó bien reflejada en un par de discos recopilatorios (de 1992 y 1994) bastante populares, casi tan fáciles de encontrar en las casas como la banda sonora de… Twin Peaks, otra vez.

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