LA OPINIÓN publica esta semana el cuento de Vargas Llosa con las claves de su ruptura con Preysler

‘Los vientos’, relato aparecido en 2021, ha sido interpretado como un reflejo de las inquietudes íntimas del Nobel peruano

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, en una imagen tomada en 2015 en Nueva York. |   // LOC

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, en una imagen tomada en 2015 en Nueva York. | // LOC / REDACCIÓN

Redacción

La ruptura sentimental de Mario Vargas Llosa con la socialité Isabel Preysler, tras ocho años de relación, ha puesto en el ojo del huracán mediático la vieja sospecha de cómo la realidad y la propia biografía inspira a los escritores, si no de una forma literal, sí ofreciendo claves de sus anhelos e inquietudes. De esa manera se ha interpretado el cuento Los vientos, que en octubre del 2021 apareció en la revista Letras libres y que publicarán esta semana LA OPINIÓN, el suplemento literario de Prensa Ibérica abril y los diarios del grupo.

El cuento, que en su momento pasó inadvertido para el gran público, ha querido leerse ahora tras hacerse público el desamor entre el autor y la celebrity como una confesión por parte escritor del sentimiento de soledad y desconexión que sentía respecto a su pareja, todo ello relatado en un tono crepuscular y en ocasiones grotesco que no le teme a lo escatológico.

El título del relato podría parecer casi romántico si no fuera porque en realidad esos vientos a los que se refiere el relato son las ventosidades que se le escapan al protagonista, un hombre viejo, impotente sexualmente que ya no reconoce el mundo en el que vive, que lamenta haber dejado a Carmencita, un antiguo amor, por el “enamoramiento de pichula, no del corazón”, por una mujer de la que no recuerda el nombre: “Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz”.

Todo eso elucubra el hombre mientras es incapaz de recordar la dirección de su casa que, casualmente, es la misma que la del escritor hispano-peruano en el centro de Madrid, aunque por las fechas en las que escribió el relato su domicilio oficial era la mansión que compartía con Preysler. Los vientos es una historia muy triste cargada de patetismo. De hecho, todo el relato se centra en las dificultades cognitivas que el protagonista tiene para regresar a ese hogar durante horas, mientras camina por un Madrid reconocible para el lector aunque se muestren con tintes distópicos: porque los cines han desaparecido —acudir a ellos, es sabido, es una de las grandes aficiones del escritor—, el mismo destino ha tenido la Biblioteca Nacional y la política española se ha convertido en un “franquismo” científico, sin extremismos, apoyado en el dominio de las pantallas, aunque en el terreno internacional las guerras siguen produciéndose.

En un momento de su deambular por la ciudad, el anciano se echa una siesta sobre el césped de una plaza mientras espera recordar el camino a casa. “Cuando me desperté estaba con escalofríos y había disminuido la luz natural —escribe Vargas Llosa—. Tenía la horrible sensación de que, cuando dormía, además de despedir vientos, se me había soltado el estómago y salido la caca. [...] Limpiarme con cuidado, lavar con lejía el calzoncillo y el pantalón llenos de mierda. Siempre que encontrara mi casa”.

También mide continuamente sus ideas con las de los jóvenes que contempla con extrañeza. “No es cierto que sea un pterodáctilo. No lo soy en muchos sentidos, en caso. Reconozco que, en muchos aspectos, el mundo de hoy es mejor que el de mi juventud”, sostiene el personaje, que a lo largo de todo el relato se duele de las transformaciones nada positivas que trae su presente.

Vargas Llosa tira con bala en un mundo en el que el único novelista vivo que queda “es el ordenador”: “De todas maneras, no deja de ser triste que en una época en la que sería imposible que aparecieran un Cervantes, un Miguel Ángel, un Beethoven, lo único comparable a esos gigantes en originalidad y belleza sean los saltimbanquis de los circos y los monigotes de los dibujos animados”.