La Opinión de A Coruña

Regreso a Raqqa

Marc Marginedas, reportero del grupo editorial Prensa Ibérica, al que pertenece LA OPINIÓN, protagoniza un documental sobre su cautiverio en Siria, en 2013, retenido por Estado Islámico junto a una veintena de occidentales

Marta López | Nuria Navarro | Andrea López-Tomás

Con el periodismo por delante

El corresponsal de guerra español Marc Marginedas fue secuestrado en Siria por Estado Islámico el 4 de septiembre de 2013 junto a una veintena de occidentales. La periodista Marta López, compañera de Marginedas en El Periódico, del mismo grupo editorial que LA OPINIÓN, narra en primera persona los hechos y cómo vivieron los casi seis meses que duró el cautiverio

El 21 de agosto de 2013 empezaron a circular por las redes sociales y a llegar a las redacciones terribles vídeos y fotografías de cientos de civiles muertos y heridos en Guta, a las afueras de Damasco, donde la oposición siria denunció haber sufrido un ataque con armas químicas del régimen sirio. En los días siguientes, esa atrocidad cobraba forma y el clima internacional se caldeaba hasta tal punto que todo apuntaba a una intervención militar inminente para frenar a Baschar el Asad. El uso de armas químicas era la “línea roja” que había fijado el entonces presidente norteamericano Barack Obama.

Marc Marginedas, quien ya había estado en Siria dos veces durante ese tiempo, y que preparaba aquellos días unas próximas vacaciones en Omán, se inquietaba en su mesa y pedía, o suplicaba, viajar de nuevo al país. Si va haber una intervención de EEUU, habrá que estar allí cuando empiece, repetía. Porque se puede vivir trabajando de periodista o vivir siendo periodista. Marc es de los segundos. Y no iba a estar en Omán si había un ataque internacional a Siria. También sus jefes lo entendíamos así.

Con el paso de los días, la esperada intervención estadounidense fue diluyéndose como un azucarillo en un café caliente. Pero Marc ya se había metido en la boca del lobo. El domingo 1 de septiembre, iniciaba su tercer viaje a Siria a través del paso fronterizo de Reyhanli, en Turquía, a pie y sin visado, acompañado por combatientes del Ejército Libre Sirio (ELS). Ni él ni nosotros, en Barcelona, teníamos ni la más remota idea entonces de cómo había cambiado la situación en ese país en las últimas semanas ni cómo el yihadismo se había hecho tan fuerte entre la oposición armada a Damasco, ganando la partida al desaborlado y mal armado ELS.

Marc, me voy muy preocupado. Ya he cambiado la apertura, dado la hora que es. Estaré pendiente del email. Dime que estás bien”… Este fue el correo electrónico que el miércoles 4 de septiembre a las 21.56 le envió el jefe de sección, Albert Guasch, a Marc. La crónica que esperábamos en Barcelona a las 8 no había llegado y él no contestaba ningún mensaje. Era extraño, nunca, ni en las coberturas más difíciles, había dejado de enviar su artículo, y menos comunicar que no lo podía mandar. Extraño, pero entraba dentro de lo posible. Él mismo nos había comentado lo diferente que era esta guerra y las dificultades que había tenido a menudo para poder desplegar el satélite sin ser visto, o lo mal que iban la luz e internet.

Albert me trasladó su inquietud a la mañana siguiente, pero nos tranquilizamos mutuamente con la convicción de que durante aquel día, un jueves, tendríamos noticias suyas. Pero llegó otra noche sin crónica ni comunicación alguna. Nuestra incertidumbre se transformó de repente en la certeza de que algo le había ocurrido. El viernes por la mañana contactamos con Mónica García Prieto, con muy buenas fuentes en Siria, a quien expliqué la situación y facilité la poca información que teníamos de Marc: su ubicación y quien le podía acompañar. Su pareja, Javier Espinosa, periodista del diario El Mundo, se encontraba en esos momentos en Siria.

La llamada que lo cambió todo

Mónica me llamó ese viernes por la noche: “A ver, cómo te cuento esto, sin alarmarte en exceso”, fueron sus primeras palabras. Y siguió, más o menos así: “Marc está secuestrado. Lo tiene el ISIL. Lo bueno que tiene esto es que no son delincuentes, sino un grupo organizado, con una jerarquía. Pero son muy radicales”.

Con un temblor de piernas que no podía contener, en un pequeño despacho y con la puerta cerrada, le trasladé al entonces director de El Periódico, Enric Hernández, lo que sabíamos. Las siguientes horas y días fueron de vértigo. Posiblemente los secuestradores sospechaban que Marc era un espía al servicio de Damasco y había que desmontar eso recabando toda la información con sus trabajos periodísticos. Informado, el Gobierno español pidió discreción absoluta para no entorpecer un posible rápido desenlace mientras a la vez trataban de confirmar cuál era la situación exacta de nuestro enviado especial.

La confirmación oficial del secuestro llegó a los pocos días con una advertencia: “Esto será largo o puede que muy largo”. También en esos pocos días llegó la llamada más temida, la de Cristina Marginedas: “¿Qué pasa con mi hermano?”.

La complicidad de la profesión

Con la discreción que se nos pedía, seguimos moviendo los hilos que como periodistas teníamos al alcance. Buscamos a los contactos sirios de Marc en Barcelona, nos documentamos sobre otros informadores internacionales en la misma situación y hablamos con los responsables de sus medios. Otros periodistas que habían viajado a la zona ofrecían sus conocimientos y contactos. El secuestro no era ningún secreto en la profesión, una profesión que supo guardar el mismo silencio que nosotros para no poner en riesgo la vida de un compañero. Agradecimiento eterno.

El 16 de septiembre llegó hasta nosotros la noticia de que Javier Espinosa, enviado especial de El Mundo, y Ricardo García Vilanova, el fotógrafo freelance que lo acompañaba, también habían sido secuestrados. Tomamos conciencia de que aquello complicaba mucho las cosas y que el secuestro de Marc no era para nada accidental, sino un acto deliberado y hostil. De ser relatores de la guerra, nos convertíamos en parte de la guerra, sin quererlo y sin apenas creerlo.

El 23 de septiembre, con la seguridad de que nuestra discreción no iba a cambiar el curso del secuestro de nuestro enviado especial, El Periódico decidió hacerlo público. Ese mismo día y cada miércoles durante seis meses, bajo el lema Marc te esperamos, los trabajadores celebramos concentraciones semanales para exigir su liberación. A esos actos se sumaron familia, amigos, políticos, sindicalistas, intelectuales y compañeros de otros medios cuya solidaridad era ya abierta. 

Interesaba ahora que las movilizaciones y las informaciones sobre su secuestro tuvieran eco y llegaran a los raptores. Quizá eso podía facilitar el contacto con ellos. Que supieran que detrás del periodista español que retenían había un medio importante y una sociedad movilizada. Mandamos traducir al árabe y distribuir por las redes sociales las informaciones sobre el caso y contactamos con la cadena de televisión Al Jazira para ofrecer un reportaje. Su delegado en Madrid nos grabó en la redacción. 

Las noticias sobre Marc llegaban a cuentagotas, cuando llegaban. Durante semanas solo había silencio. Y lo poco que sabíamos los pocos que lo sabíamos no lo podíamos compartir. En aquel tiempo en la redacción aprendimos a hablarnos sin hablar. A entendernos con la mirada. 

Ha enfermado..., ha sido trasladado…, está solo…, está acompañado…, un compañero francés…, en Alepo..., en Raqqa... No preguntábamos detalles. Ni los íbamos a tener y al final nos bastaba con saber que Marc seguía vivo, algo de lo que no siempre tuvimos la certeza. Una vez, llegaron informaciones muy confusas al respecto. Tardamos varios días en confirmar que no eran ciertas.

Nunca en este tiempo, ni los compañeros que estábamos más cerca de Marc, soltamos una lágrima en público. Si se derrumbaba uno, nos derrumbábamos todos y quizá porque tratábamos de convencernos de que aquello iba a salir bien, nos preguntábamos cómo sería el Marc que un día volvería a sentarse entre nosotros. Y conociendo al periodista que era, nos lo imaginábamos pensando en sus larguísimas horas muertas, en la gran historia que tenía entre sus manos , en cómo la iba a contar.

La prueba de vida

Un vídeo que los secuestradores hicieron llegar la familia como prueba de vida fue impactante. ¡Estaba tan demacrado!… Aquella Navidad fue durísima. Las noticias que llegaban de Siria eran terribles. Sabíamos ya entonces que una veintena de occidentales permanecían secuestrados y solo informadores locales, jugándose la vida, hacían lo que podían para dar a conocer su desgracia al mundo. Su desgracia tenía varios nombres: bombas, refugiados, ejecuciones, destrucción. Para nosotros tenía además otro un nombre: Marc. Bueno, en realidad tres: Marc, Javier y Ricardo, a quienes nos queríamos imaginar juntos compartiendo infortunio para hacerlo, quizá, más llevadero.

Estrenamos nuevo año, el 2014, sin noticias. Era poco ya lo que como periodistas podríamos hacer y era tan largo todo que solo nos preguntábamos hasta cuándo podía resistir Marc psicológicamente y físicamente en aquella situación. La guerra contra el ISIL al mismo tiempo se recrudecía y Alepo, donde sabíamos que él se encontraba, sufría fuertes bombardeos.

A mediados de febrero, por primera vez llegaban noticias de que algo en los secuestradores se movía. Es bien sabido que en las redacciones de los periódicos se coleccionan obituarios para tenerlos listos cuando un personaje famoso se muere. En este caso, muy a finales de febrero, Hernández me pidió que fuese preparando, a escondidas, la noticia de la liberación de Marc.

“Ya está en Turquía”

El domingo 2 de marzo, sobre las 9 de la mañana, sonó mi móvil. “Ya está en Turquía. En estos momentos está hablando con Cristina por teléfono. Llama a la redacción y lo publicamos ya”. Seis meses después, las piernas me temblaban de nuevo.

Aquella mañana, en la redacción lloramos lo que no habíamos llorado en seis meses. Lágrimas, risas y abrazos. La entereza e incluso la sangre fría con la que habíamos actuado durante seis meses, y que nos permitió sobrellevar una situación tan extraordinaria, explotó en un torrente de emociones.

Su llegada al aeropuerto de El Prat aquella noche fue inolvidable. Lo vimos bajar del avión tan desmejorado y demacrado… Pero con una sonrisa que su extrema delgadez hacía más grande todavía. El abrazo con Cristina fue estremecedor y a nosotros, sus jefes, nos decía: “Perdón, perdón por lo que os he hecho pasar”. Increíble, Marc, incorregible.

En el autobús que nos llevaba a la terminal habló de Javier y de Ricardo. También de James Foley, de Steven Sotloff y de otros. Por primera vez supimos de Los Beatles, los secuestradores-psicópatas de los que luego tanto se habló y escribió. “Os tengo que contar muchas cosas”. Hablaba sin parar. Allí estaba el Marc periodista, sabedor de que tenía la exclusiva de su vida. Pero allí también estaba en primer lugar el Marc persona, que se pasó los días siguientes hablando con las familias del resto de rehenes, trasladándoles los mensajes de sus seres queridos.

El 30 de marzo fueron liberados Javier y Ricardo. Siguieron otras liberaciones. Otros fueron ejecutados y grabados en terribles imágenes que los secuestradores quisieron que dieran la vuelta al mundo. Cada uno de esos vídeos nos sacudió en lo más profundo. Marc tardó meses en contar a los lectores de El Periódico el relato de su vida. Pero lo pudo contar. Y nunca más ha dejado ni dejará de hacer periodismo. Y nosotros, de apoyarle.

Historia de un cautiverio

Marc Marginedas (Barcelona, 1967) tuvo claro desde muy pronto que quería dedicarse al periodismo “para ser corresponsal en zonas de conflicto”, especialmente en el mundo islámico. “No escogí mi carrera utilizando el baremo de un salario, sino que he buscado siempre hacer lo que me gusta”, asegura Marc en el documental. Empezó su carrera como corresponsal en 1995 en Argelia, donde cubrió para El Periódico la guerra civil. En 1998, cuando el Gobierno de Argel rechazó renovarle su acreditación, se trasladó a Moscú, donde permaneció hasta 2002. Desde allí siguió la segunda guerra de Chechenia (1998-2000). Tras concluir su primera etapa en Rusia regresó a Barcelona y pasó a desempeñar su labor como reportero en zonas de conflicto (Irak, Afganistán, Darfur, el Líbano...). El estallido de la Primavera Árabe, en el año 2011, le llevó a cubrir como enviado especial la primera revolución en Túnez, la guerra de Libia y la de Siria. A este último país se desplazó en dos ocasiones en 2012, en febrero y abril, y por tercera vez en 2013.

Vocación de periodista

En el verano de 2013, el régimen sirio lanzó un ataque con armas químicas contra su población y Marc propuso a sus jefes regresar al país para explicar qué había pasado. Entró con ayuda de los opositores del Ejército Libre Sirio. Sin embargo, no sintió “la complicidad de otros viajes”. A los dos días de entrar en el país acudieron dos personas a dar una charla a los combatientes que estaban con Marc, quien enseguida comprendió que eran yihadistas. Uno de ellos se fijó en él y le exigió que les acompañara. Uno de los cabecillas se le acercó: “No te preocupes, tú no eres un rehén, eres un huésped, porque fíjate lo que hacemos con los prisioneros”, y le mostró un vídeo de una ejecución. Su optimismo se tambaleó cuando intentó explicar que no era un espía. “Tú has venido aquí dos veces y te ha salido bien, pero ahora te vamos a matar”, le respondió el terrorista.

El secuestro en Siria

Tras su estancia en el campamento yihadista, Marc pasó la primera parte del secuestro aislado en una habitación del Hospital Oftalmológico de Alepo, que el Estado Islámico había convertido en un presidio. De vez en cuando oía disparos... Eran ejecuciones de otros prisioneros. Pero no pasó allí todo su cautiverio. En seis meses estuvo en diferentes emplazamientos en Alepo y Raqqa. Un punto de inflexión en su encierro llegó cuando fue reunido con otros periodistas y cooperantes capturados por los yihadistas. “A partir de ese momento, el secuestro cambió para mí”, rememora Marc. Llegó muy afectado físicamente, pero encontrarse con sus compañeros le insufló nuevos ánimos. Durante los meses de encierro, el hambre se convirtió en una constante en sus vidas. “Para evadirnos nos explicábamos qué comeríamos cuando saliéramos de allí”, señala. También intentaban ocupar las tediosas horas de encierro jugando con un ajedrez construido a partir de cartones y practicando sesiones de yoga.

Yoga y ajedrez como terapia

La fase final del secuestro fue la peor. El encierro se convirtió en un martirio cuando el comando de cuatro yihadistas apodados los Beatles tomó el mando. El fotógrafo danés Daniel Rye, uno de los rehenes, recuerda en el documental lo que les dijo el cooperante británico David Haines, que ya había sufrido su sadismo en una etapa previa de su cautiverio: “Haced lo que os digan, nada más”. A finales de febrero, los acontecimientos se precipitaron y Marc fue informado de que iba a ser liberado. “Antes de abandonar la celda vi a James Foley (fotoperiodista de EEUU) de cara a la pared, con las manos en el muro, y uno de los yijadistas le dijo: ‘Toca a Marc, porque esto va a ser lo más cerca que vas a estar de la libertad jamás’”. Foley fue asesinado por los terroristas, junto con Alan Henning, Peter Kassig, David Haines, Kayla Mueller, Sergei Gorbunov y Steven Sotloff. “Yo pensé que todos nos salvaríamos. Nunca pensé que el secuestro acabaría como acabó”, lamenta Marc.

Los violentos ‘Beatles’

Casi 10 años más tarde de aquel secuestro, continúa la guerra en Siria aunque con una intensidad mucho menor. Y el Estado Islámico se encuentra en sus horas más bajas. Estas circunstancias han permitido el regreso de Marc al país para enfrentarse a lo que vivió y “dar carpetazo al pasado”. “Desde que fui liberado siempre había pensado en la idea de volver a Oriente Próximo, pero era impensable. Mientras estuviera el Estado Islámico allí no me arriesgaba a volver a ser secuestrado”, destaca el periodista. Sobre su experiencia, Marc se distancia del inevitable foco que se posó tras él y sus compañeros de encierro. “Nuestro cautiverio no es nada en comparación con el sufrimiento de esta gente. Nos hemos convertido en los protagonistas de una historia que en realidad no nos pertenece. Quién soy yo en comparación con lo que está pasando esta gente, que lo han perdido absolutamente todo”.

Marc Marginedas, periodista. Corresponsal de guerra: “Hice las paces con la idea de morir”

El 4 de septiembre de 2013, en su tercer viaje a Siria para cubrir la guerra, Marc Marginedas fue secuestrado cerca de Hama por Estado Islámico. Compartió cautiverio con 19 hombres y cuatro mujeres, la mayoría cooperantes y periodistas internacionales. Seis fueron asesinados. A él lo liberaron a los seis meses. El documental Regreso a Raqqa, dirigido por Albert Solé, muestra su vuelta al escenario de aquel infierno. En busca de respuestas.

¿Volver era una necesidad?

Sentí algo similar a lo que experimenta el superviviente de un campo de concentración alemán. Pero no ha sido una terapia -la seguí durante un año en privado--, sino una forma de mostrar al público una historia que ni mucho menos está acabada.

Ocho años después de su liberación, ¿ha ganado la memoria o el olvido?

Los traumas existen, pero para mí el secuestro tenía un sentido: la guerra de Siria fue un aperitivo salvaje de la de Ucrania -un equivalente a lo que hizo el Ejército alemán en Europa oriental-, y era importante desvelar el sufrimiento de los civiles. Una vez allí, observé que la insurgencia que nos recibía con los brazos abiertos se transformaba en algo monstruoso. Los seis meses de cautiverio me ayudaron a entenderlo.

¿Podía pensar en el infierno?

Ser a la vez informador y protagonista me permitió ver cosas que jamás hubiera visto. 

Sorprende su capacidad para tomar distancia.

No soy ningún supermán. Sé lo que es el estrés postraumático. Lo sufrí en Argelia, mi primer destino como corresponsal, y supe controlarlo en las siguientes guerras -Chechenia, Irak, Afganistán- imaginando que era una especie de cámara y que lo que tenía delante no era mi realidad. Pero en el segundo viaje a Siria eso ya no me valió. Cometí el error de salir del país, donde vi cómo habían bombardeado escuelas con fósforo, y coger un vuelo directo a Barcelona. No logré encontrar la casa de una amiga que vive en el Raval a la que había ido miles de veces. Estaba totalmente desorientado.

MARC MARGINEDAS

MARC MARGINEDAS

El secuestro era otra pantalla. “Te vamos a matar”, le dejaron claro.

El secuestro tuvo fases. En el hospital de Aleppo, donde estuve un mes, había unas mantas en el suelo y una botella de agua, y me dije: “Esto es lo que tengo para ser feliz”. Creo que la felicidad es una decisión personal. Tener un grado de aceptación te ayuda a no desesperar. Yo me considero una persona creyente y recé hasta decir basta, dando vueltas alrededor de la celda. El padrenuestro, la fatiha [la primera sura del Corán]... Llegué a un estado en el que sentí que lo que había a mi alrededor no me podía afectar.

El volumen de la crueldad subió -torturas, simulacros de ahogamiento, privación de alimentos-, y usted se sentía “en armonía con el mundo”.

Yo había hecho las paces con la idea de morir. No soy un kamikaze, me encanta la vida, hacer submarinismo, bailar. Pero, como Neus Català le vio sentido a su encierro en Ravensbrück, yo luchaba por algo.

No nombra el miedo.

No ha lugar. Cuando me liberaron, me dejaron tirado en un campo cerca de la frontera con Turquía, controlado por Estado Islámico. Era de noche, hacía frío, podían volver a apresarme y si me acercaba a Turquía, me podían disparar. Se impuso el instinto de supervivencia.

Reconocerá que es algo excepcional.

Fui una persona que no lo pasó bien en el colegio. La mía no fue una infancia fácil. No fui feliz. Seguramente eso me endureció. Y durante el cautiverio me ayudó ser español: no era el primero al que golpeaban. “Hu ‘andalusi”, decían, porque ellos estaban en el delirio de Al-Ándalus. En situaciones así, hay motivos para dar gracias al cielo: cuando te dan más comida, cuando tienes una buena conversación con un compañero.

El tiempo se debe dilatar. 

Intentas acercarte a los que te llevas bien. A Pierre [Torres], a los españoles, adoraba a Steven Sotloff, a John Cantlie -aún no sabemos dónde está-, a James Foley. Al principio las condiciones fueron más laxas e incluso jugamos al ajedrez y al Risk. Eso acabó cuando los Beatles [tres de los yihadistas eran británicos] asumieron el mando y todo se convirtió en un martirio.

¿Entendió en algún momento la lógica de los verdugos?

Los Beatles eran personajes con graves problemas de personalidad. Abdel Bari, rapero, ahora detenido en España, encajaba más en el perfil violento. Pero Mohamed Emwazi [autor de ejecuciones filmadas] no lo fue cuando vivió en Gran Bretaña. Y Alexanda Kotey era un raterillo. Imagino que para un musulmán que puede haberse sentido marginado, tener a 20 cautivos occidentales en sus manos les debía de empoderar.

Emwazi fue abatido por un dron en 2015, Najim Laachraui se inmoló en Bélgica, dos están en prisión. ¿Se siente reparado?

Ha habido justicia muy parcial. Los perpetradores han tenido su castigo, pero, ¿cómo es posible que una insurgencia que quería democracia se convirtiera en ese monstruo? Un imán al que entrevisto en el documental dice algo muy interesante: “No sabemos de dónde vino este grupo, ni adónde fue”.

¿Por eso pidió Moscú como siguiente destino? ¿Para buscar respuestas?

Exactamente. Y hasta ahí puedo leer.

Entretanto, se celebró el juicio en Washington. Volvió a ver a dos de los captores.

De El Shafee el Sheij [John] me impactaron sus ganas de desafiarme. No había en él un gramo de arrepentimiento. El juicio era su último momento de atención mediática antes de ser olvidado. Alexanda Kotey [Ringo] se declaró culpable y a los 15 años de condena podrá ser trasladado a Gran Bretaña. 

Javier Espinosa, compañero de secuestro, quiso hacer un vis a vis. ¿Está en sus planes?

Respeto su decisión, como respeto que Diane Foley, la madre de James Foley, aspire a lograr de Ringo empatía y arrepentimiento, pero ellos no me interesan. Me interesa el porqué de los secuestros de periodistas y cooperantes. Seguir haciendo periodismo.

¿Nada le echa el freno?

No concibo mi vida sin esto. Me niego a encallecerme. Si no eres capaz de indignarte ante el sufrimiento ajeno, mal vamos.

Once años de guerra civil sin solución

Bajo el puño de hierro del dictador, Siria languidece vacía de gente y protagonista de una agresiva crisis económica mientras se mantienen los combates en el noroeste

En Idlib, hace más de una década que las noches no son oscuras. La guerra civil siria se mantiene agresiva y presente en esta región al noroeste del país, donde los combates no cesan. Los ataques desde el cielo iluminan la oscuridad. A apenas 56 kilómetros, en cambio, al caer el sol reina el silencio. Alepo es una ciudad vaciada de gente. Pasear por sus calles de noche es comprobar las ausencias que tiñen de negro los balcones. ¿Es la oscuridad fruto de un país en bancarrota y sin infraestructuras eléctricas en pie? ¿O es motivo de 11 años de la más sangrienta de las guerras civiles, causante de la huida forzada de millones de sirios?

Sin sus gentes, los paseos por Alepo son un reflejo de la Siria que queda bajo el puño de hierro de Asad. En el lado de la ciudad donde hace un lustro se mantenían las fuerzas del régimen, la limpieza y la pulcritud dominan las amplias avenidas. A un par de calles, la destrucción tiñe el paisaje de esa ciudad vieja desde la que resistieron las milicias de la oposición. Mientras, a unas pocas carreteras, los sirios de la gobernación de Idlib, junto a los millones que escaparon de las garras del dictador Bashar el Asad sin tener que cruzar fronteras, siguen sufriendo su violencia por tierra y aire.

“Vivíamos mejor antes de la guerra”, se atreve a confesar un comerciante en Alepo tras relatar las noches en vela bajo los bombardeos hace ya un lustro. Aunque 2022 fue el año menos letal en los 11 que suma ya este conflicto civil, la guerra sigue presente. En los últimos 12 meses, al menos 3.825 personas murieron según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en el Reino Unido, en una tendencia a la baja que se mantiene por tercer año consecutivo. Su director, Rami Abdel Rahman, reconoció que una gran cantidad de las muertes se produjeron debido al caos de seguridad, a las decenas de ataques lanzados por Israel y a las ofensivas de Estado Islámico en el desierto sirio.

Secuestros a la desesperada

Sobre el terreno, permanecen varios actores, que van desde potencias aliadas de Asad, como Rusia o Irán, a los yihadistas de Hayat Tahrir Al-Sham y otras facciones afines, pasando por los kurdos o grupos rebeldes apoyados por Turquía. Las tropas de soldados rusos desplegadas en Siria son conocedoras de cuán necesarias son para el país. Por eso, pasean por las plazas como si les pertenecieran. Sus uniformes militares provocan el silencio a su paso. “Yo no estoy muy de acuerdo con su presencia, ni tampoco gran parte de la población pero no podemos hacer nada contra ello”, explica un sirio en Damasco que sabe que es mejor no dar su nombre.

Tras ser reconstruidos, sus hogares ahora son ocupados por rusos, iranís, yemenís y afganos, brigadas claves para la supervivencia del régimen de Asad. En las escuelas, el ruso es idioma principal de instrucción en los planes de estudio, junto al francés y el inglés, desde 2014. A su vez, la trágica situación económica, con nueve de cada diez sirios malviviendo bajo el umbral de la pobreza, ha perpetuado los secuestros en el país. Con una presencia mínima de extranjeros -el turismo sigue muy vigilado-, sigue siendo la población local la principal víctima de estos raptos. Las familias privilegiadas suelen acceder a pagar a los secuestradores.

Además, la información sobre el país llega a cuentagotas, porque los periodistas locales no pueden acceder a franjas enteras del territorio ni se permite entrar a periodistas extranjeros en zonas bajo control de Asad. “El régimen trata a los medios como una herramienta para difundir la ideología baazista y excluye cualquier forma de pluralismo”, denuncia Reporteros Sin Fronteras. Donde no hay violencia, reina el silencio.

No hay Siria sin Asad

Los sirios forzados a volver saben que les espera la cárcel, donde miles de sus compatriotas han desaparecido. El destino más temido es la muerte, en un país que ha perdido alrededor de 500.000 habitantes, civiles y soldados, como víctimas del conflicto. Y es que vivir en Siria no es vida. “Ahora los precios están disparados y apenas podemos permitirnos nada”, denuncia el comerciante de Alepo. Según la ONU, en febrero de 2022, 14,6 millones de personas necesitaban algún tipo de asistencia humanitaria. A partir de esa necesidad, actores como Rusia o Irán ejercen su poder blando a través de la ayuda caritativa y se aseguran mantener su influencia en el país.

A su vez, Asad se ampara en el temor a la palabra. Hablar, expresarse, luchar por un cambio trajo el caos al país, argumenta, y nadie desea más sufrimiento. Pero los sirios, protegidos bajo el anonimato, no compran su argumento. “¿Todo esto fue por un trono? ¿Se ha destrozado una ciudad milenaria solo por un hombre?”, se pregunta un sirio entre las ruinas de la ciudad antigua de Alepo.

Cinco años después del fin de los combates, los escombros permanecen. Se han plantado banderas rusas y retratos del presidente sirio. No hay planes de reconstrucción. Cada una de las piedras centenarias abatidas son un recordatorio de cómo sería una Siria sin Asad. Con o sin él, el que fue un floreciente estado mediterráneo languidece. Siria sufre, vacía de gente y de futuro.

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