Mujeres de ciencia y tecnología

Biodiversidad agraria, ciencia y despoblamiento rural

María del Carmen Martínez Rodríguez es investigadora científica del CSIC y miembro de la junta directiva de AMIT-GA

Cuando se habla de conservación de la biodiversidad refiriéndonos al ámbito vegetal, siempre se piensa en los bosques y en las plantas silvestres que crecen en la naturaleza. Son pocos los que piensan en las especies y variedades vegetales de uso agrario, aquellas que desde tiempos inmemoriales, generaciones y generaciones de hombres y mujeres, han sido capaces de domesticar a partir de las plantas silvestres que existían en su entorno natural. Unas veces mediante la selección de cruzamientos producidos de forma casual en la naturaleza, y otras mediante cruzamientos artificiales realizados directamente por el hombre. Un ejemplo de ello son las antiguas variedades de vid y olivo de Galicia, o los numerosos frutales y plantas hortícolas, que los mayores recuerdan de su infancia o juventud en el rural, pero que actualmente han desaparecido. Se trata de plantas que han ido surgiendo desde la aparición de la agricultura, de la mano del hombre, algunas de ellas tan antiguas, como la historia del ser humano en la tierra. Desde tiempos inmemoriales han servido para alimentar a las personas y en muchas ocasiones también a los animales.

El manejo del cultivo de estas plantas era en principio rudimentario, pero gracias a la capacidad de observación y a la inteligencia del hombre, se fueron desarrollando métodos específicos para cada tipo de planta y lugar, para cada tipo de suelo y clima, de manera que no sólo se adaptaban a las necesidades y gustos del hombre, sino también al entorno, al territorio en el que crecían, e incluso a las costumbres y tradiciones del lugar, llegando a ser un elemento fundamental en el paisaje y en la cadena ecológica de ciertos lugares, de manera que su desaparición incluso podría llegar a producir desequilibrios irreparables en el medio ambiente. Los conocimientos sobre el cuidado de estas plantas domesticadas, el control de las enfermedades y plagas, usos, etc., eran transmitidos al principio únicamente de forma oral, de unas generaciones a otras, formando parte de un importante patrimonio histórico inmaterial, ligado a los habitantes de zonas concretas. Los científicos que nos dedicamos a realizar prospecciones en campo y a rescatar de su completa desaparición, muchas de las especies y variedades agrarias que antiguamente eran utilizadas y valoradas, todavía podemos encontrar hoy viva, parte esta información, entre algunos de los pocos habitantes que quedan en las zonas rurales.

Esas huertas plantadas y cultivadas con todo primor por generaciones de mujeres que iban transmitiendo a sus hijas y nietas los secretos del cultivo de sus viejas hortalizas y sus diferentes usos en la cocina. Aquellas viñas de cepas centenarias que los hombres podaban y cuyo desarrollo vigilaban a lo largo de todo el año, soñando con los magníficos racimos que iban a recoger en la vendimia... Con tristeza y bastante impotencia, observamos actualmente que son pocos los que muestran el más mínimo interés o preocupación, por la desaparición de todo esto. Lo más preocupante es que nos consta que esta falta de interés no se debe a que dichas plantas tengan poco valor o a que no tengan utilidad, sino a la falta de conocimiento sobre su existencia, a la pérdida de esa memoria histórica de transmisión oral, relacionada con los recursos agrarios del entorno, o a la falta de estudios científicos e información escrita.

La aparición de las distintas formas de escritura en la historia de la humanidad, permitió la transmisión de información también por esta vía, desde muchos siglos atrás, sobre las plantas cultivadas para la alimentación. Ya desde la antigüedad, en las culturas griega, romana, árabe… fueron muchos los sabios y estudiosos, antecesores de los científicos dedicados hoy día a las ciencias agrarias, los que estudiaron las plantas que servían para alimentar o curar, dejando por escrito los conocimientos de sus respectivas épocas y entornos, para las generaciones venideras. A pesar de la existencia de estudios tan antiguos sobre los recursos agrarios de algunas zonas, son todavía muchas las que quedan por estudiar, descubrir y poner en valor. Sin embargo, este trabajo de recuperación de los antiguos recursos agrarios, que en otras épocas era fácil para los científicos especializados, vemos con tristeza como se convierte actualmente en algo muy complejo, debido por un lado a la falta de habitantes del rural conocedores de su entorno y conservadores de ese patrimonio y por otro, esto también hay que decirlo, a las crecientes trabas burocráticas o permisos múltiples, que las distintas administraciones y entidades exigen actualmente a los científicos, para poder realizar este tipo de estudios y prospecciones, haciendo que acaben por desanimarse y por evitar, cada vez más, este tipo de investigaciones.

Del valor que estos estudios científicos pueden aportar, sirva como ejemplo el caso de la recuperación de algunas de las antiguas variedades autóctonas de vid de Galicia, del que tuve el privilegio de ser una de las protagonistas. Hace poco más de 30 años, variedades como el Albariño ni siquiera estaban oficialmente descritas ni reconocidas, atribuyéndoles sinonimias y orígenes a cada cuál más disparatado. Hoy en día, esta y otras variedades de diferentes áreas vitivinícolas, constituyen uno de los pilares de la economía agraria de Galicia, que mueve millones de euros y que ha revitalizado muchas zonas de este territorio. Otro ejemplo del que también puedo hablar en primera persona, es la recuperación del olivar de Galicia y sus variedades autóctonas, desconocidas hasta el momento, de la mano de las cuales pronto veremos surgir otra fuente de riqueza agraria para Galicia y sus habitantes.

Sorprende sin embargo actualmente que en ciertos ámbitos muy implicados y preocupados por la conservación de la naturaleza en general, no se tengan en cuenta los recursos agrarios que, con la desaparición de la agricultura en muchas zonas o el despoblamiento rural, se están perdiendo para siempre y sin remedio. Parece como si estas plantas no mereciesen ser consideradas seres vivos integrantes de nuestro entorno natural y no formasen parte de la biodiversidad vegetal de nuestro planeta. Son muchos los que señalan que la solución para evitar la desaparición de estas plantas, está en conservarlas en lo que se denominan bancos de germoplasma, que no son otra cosa que locales o cámaras con unas condiciones de temperatura, humedad, etc., preparados para la preservación de semillas viables de todas ellas, o en el caso de las leñosas (vid, olivo, frutales,…), parcelas o invernaderos controlados en los que se conservan, bien en el terreno o en macetas, colecciones vivas de ejemplares de estas plantas.

La experiencia acumulada después de muchos años trabajando en la conservación en colecciones o bancos de germoplasma vivos, de diferentes especies vegetales agrarias, ha llevado sin embargo a concluir a científicos de todo el mundo, entre los que me encuentro, que no es suficiente con mantenerlas en este tipo de instalaciones, sino que es necesario compaginar esto con el cultivo, por parte de los agricultores de distintas zonas, aunque sea a pequeña escala. Este es precisamente el objetivo de la iniciativa alemana “on farm” sobre conservación del patrimonio vitícola europeo en la que, de nuestra mano, participan algunas pequeñas empresas gallegas y de otros lugares de España (https://www.ecpgr.cgiar.org/working-groups/vitis/grapeonfarm).

Un banco de semillas o banco de germoplasma es un lugar en el que se habilitan las condiciones adecuadas para conservar ejemplares de semillas de distintas especies vegetales (silvestres o cultivadas) de forma que se garantice así la preservación de la diversidad genética de las plantas. El hecho de mantener cultivos como estos y rentabilizarlos, supone además ofrecer una alternativa económica para los habitantes de estas zonas, y brindarles la posibilidad de ser protagonistas del mantenimiento de la biodiversidad de las especies vegetales cultivadas y de la conservación del rico patrimonio agrario español y europeo, junto con toda la tradición y cultura que lo rodea.

La conservación de la naturaleza es perfectamente compatible con la agricultura y con la presencia del ser humano y no pueden ser tratados como dos ámbitos excluyentes e irreconciliables entre ellos. Gracias a los conocimientos científicos y a las nuevas tecnologías de las que disponemos actualmente se puede, en colaboración siempre con los habitantes locales de los distintos entornos rurales, proponer nuevas alternativas que permitan la convivencia en armonía de una agricultura rentable y sostenible, como único medio de evitar la despoblación del rural y la desaparición de nuestro rico y singular patrimonio agrario, a la vez que se conserva y revaloriza el entorno natural y el paisaje.

Iniciativas en esta línea, como las que hemos propuesto en el CSIC, en el marco de la Plataforma Alcinder (Alternativas Científicas Interdisciplinares contra el Despoblamiento Rural), las ponemos los científicos a disposición de la sociedad, de las administraciones, del ámbito rural y empresarial, para trabajar juntos en la puesta en marcha de alternativas que ayuden a evitar el abandono de pueblos enteros y contribuyan a conservar para las futuras generaciones, esta riqueza de recursos agrarios, cultura, tradición y paisaje.

Este artículo es el tercero de una serie mensual de colaboraciones de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas de Galicia con LA OPINION. Doce aportaciones que buscan acercar la ciencia y la tecnología a la ciudadanía, mostrando la labor que cada una de nosotras desarrolla desde nuestra área de trabajo. Participamos científicas del campo de las matemáticas, la biología, la farmacia, la física, la economía, la ingeniería de telecomunicaciones, la sociología, la ingeniería industrial, la psicopedagogía, la informática, el derecho y, evidentemente, la arquitectura. Confiamos que resulten de su interés.

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