La lucha de un padre: “Su primera palabra me quitó la angustia”

Daniel Andreu, padre de un adolescente con TEA, ha desarrollado una aplicación (Gueopic) para comunicarse con su hijo

Daniel Andreu y su hijo 
Gueorg. / Zowy Zoeten

Daniel Andreu y su hijo Gueorg. / Zowy Zoeten / Elisenda Colell

Elisenda Colell

Gueorgui tenía seis años cuando logró articular su primera palabra. Ocurrió en 2013. “Até, dijo até”, recuerda su padre, Daniel Andreu, aún emocionado. El niño le pedía una lata de paté para merendar, su comida favorita. “Para mí fue como si me hubiera dicho ‘papá’. Me puse a llorar, a darle besos... Se me fue toda la angustia que había acumulado, era nuestro primer triunfo”, afirma.

El niño —diagnosticado con un Trastorno del Espectro Autista del 85%, un grado tres de discapacidad, y con otras afectaciones— ha logrado verbalizar sus necesidades a través de una aplicación diseñada por su padre y que ahora ya usan miles de personas con trastornos similares. “El autismo me ha cambiado la mente por completo”, sigue este padre, que lo dejó todo para poder estimular al máximo a su hijo menor.

Gueorgui llegó a la vida de Andreu en 2010. Él y su pareja, Cristina Rossi, lo adoptaron en Riazan (Rusia) cuando el niño tenía 2 años. “Veíamos que algo no iba bien. Tenía una mirada transparente que lo atravesaba todo. No fijaba la mirada en nadie ni en nada”, explica el padre. Al llegar a Cataluña fue el turno de pediatras, neurólogos, psicólogos y neuropediatras. “Fueron tres años con mucho sufrimiento, de no saber... Cuando te dan el diagnóstico respiras. Ya podía salir a la calle a decir que mi hijo tenía esta condición de por vida”, cuenta Andreu. Gueorgui tiene el síndrome autista severo, hipoacusia, microcefalia y síndrome de alcoholismo fetal, lo que conlleva una discapacidad del 87% y un grado 3 (el máximo) de dependencia.

Durante los primeros años, el niño iba a una escuela ordinaria por el decreto de la escuela inclusiva. “Ni hay medios suficientes ni los profesores están preparados... se nos hizo una bola inmensa todo aquello”, relata a Andreu. Mientras, en casa, la convivencia era complicada. “El niño no hablaba, no había ningún tipo de comunicación con nosotros. Te lo podías encontrar poniendo la mano en una olla ardiendo si no vigilabas. Comía cuando quería y lo que quería, iba a la nevera y lo cogía. La ducha era un infierno... Todo era un infierno y en bucle, no se acababa nunca”, explica el hombre.

En 2013, diagnóstico en mano, el padre tuvo una idea que le cambió la vida. Junto a un amigo informático, Genís Jansà, crearon una aplicación móvil para tratar de hablar con el pequeño. “Necesitaba romper con estas rutinas tóxicas, esta angustia... quería intentar arreglar que no nos pudiéramos entender de ninguna manera”, prosigue. Juntos diseñaron Gueopic, una aplicación disponible para Android que usa pictogramas con los que el niño logra mostrar lo que desea hacer o necesita.

“Hice fotos a las cosas que teníamos en casa, le grabé el nombre del objeto con la voz de su hermano mayor, mía o de su madre. Y le di una tableta”. En menos de dos meses vino la palabra: ‘Paté’. “Le gusta mucho y, a la que vi que intentaba pronunciar la palabra, le borré el pictograma del paté en la aplicación. Cuando no lo encontró, me cogió del brazo y me lo dijo. ‘Até”, relata hoy, satisfecho.

Después de paté vino el zumo, el pan y el agua. “Ahora ya nos entendemos. Como indios, vale, pero nos entendemos”. El niño, ya adolescente, no es tan solo capaz de hablar con su padre y decirle lo que quiere y necesita, sino que también entiende lo que él le plantea. “Por ejemplo, el otro día se comió el fuet a escondidas y luego lo negaba... Hasta que lo admitió. Él sabe que eso está mal”. Han tardado diez años en llegar hasta aquí, pero lo han hecho. “Muchos padres tiran la toalla, creen que nos tenemos que adaptar y que los niños no llegarán a hablar... Pero no es así. Hay que esforzarse y darles herramientas”.

Daniel asume que aún hoy la vida de las personas con síndrome del espectro autista es aún muy complicada. “Son las miradas de la gente. Si yo llevo a mi hijo a un parque parece Moisés dividendo las aguas: la gente huye. Otra vez, por ejemplo, un señor dio caramelos a todos los niños menos al mío. Tratamos a las personas con autismo como un papel arrugado en el suelo”, critica.

Gueorgui, de 15 años, es un amante del piano, le encanta correr, ir al monte y nadar. “Me sabe mal no poderle dar todo lo que necesita: en casa no tenemos piscina, ni tiempo para llevarle a todos lados”. Pero sí es consciente de que sin su hijo él sería otro. “Me ha cambiado la mente. Me ha enseñado qué son el respeto y las prioridades. Me ha ayudado a conocer a la gente realmente”, admite. “Aquellos que pensabas que te iban a ayudar no están, pero aparecen otros. Las caretas, las falsedades, caen muy rápido”.