Día Internacional contra el Bullying

Fátima recuerda el 'bullying' del instituto: "Los golpes y los robos formaban parte de mi rutina"

Peluquera de 26 años, denuncia el silencio que rodeó al acoso de tres compañeras, como ella, de origen extranjero

Fátima, víctima de bullying.

Fátima, víctima de bullying.

Guillem Sánchez

Fátima nació en Paraguay en 1997. Cuando tenía 9 años, su madre emigró a Barcelona y Fátima se quedó con sus abuelos. Madre e hija estuvieron sin verse durante tres largos años. En el año 2009, Fátima cogió finalmente un avión para reencontrase con ella al otro lado del Atlántico, en un mundo que le pareció infestado de edificios gigantescos y corrompido por los ruidos. Pero Fátima, que tuvo que cambiar el colegio rural del minúsculo pueblo de sus abuelos por el imponente Institut Bernat el Ferrer de Molins de Rei (Baix Llobregat), logró adaptarse, y ser una más en la nueva escuela. Lo que Fátima no se esperaba es que la castigaran por ello.

Unas compañeras de clase que vivían una situación migratoria tan dura como la suya la asediaron sin descanso: en clase, fuera del colegio e incluso cuando estaba en casa. Quizá las tres acosadoras no encontraron otra manera de lidiar con el dolor de su propio desarraigo que pagarlo con Fátima.

A punto de cumplir los 26 años, Fátima regenta actualmente una barbería en la avenida de Tarradellas de Barcelona y acepta una entrevista con EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, para compartir una experiencia que la marcó. El 2 de mayo es el Día Internacional contra el Bullying, el acoso escolar que sigue aterrorizando a menores cada día, en cualquier aula. La de Fátima es otra historia de bullying, retorcida, angustiosa y cruel, como casi todas.

El reencuentro

Para Fátima, el recuerdo de aquel vuelo interminable que hizo a los 12 años sola desde Paraguay, supervisada por una azafata, se condensa en el reencuentro con su madre en el aeropuerto. Dice que lloró sin frenos al abrazarla. De alegría, y también de pena porque sus abuelos habían quedado atrás. “Tenía muchas ganas de verla. La había echado muchísimo de menos”.

Su madre trabajaba limpiando hogares y horneando en una panadería. En tres años, desde que se marchó de Paraguay, había encontrado un nido y un sueldo que bastaban para traer a Fátima. El primer día de curso en el Bernat el Ferrer, un alumno desconocido tocó la espalda a Fátima y le preguntó si era nueva. Fátima asintió y, añorando a sus amigos, también al más pesado de ellos, o sobre todo al más pesado de ellos, temió que ella ahora sería poco más que eso: “La nueva”.

"Tuve un ataque de pánico cuando mis acosadoras se colaron en mi cumpleaños"

Pero aquel proceso de adaptación que parecía un túnel sin luz pronto no lo fue tanto. “La primera semana fue muy buena. Me integré bastante bien, me defendí con el catalán y también con materias que no entendía. Pero luego, poco a poco, comencé a estar incómoda con unas compañeras”. 

Fátima, víctima de bullying.

Fátima, víctima de bullying. / Ricard Cugat

El desarraigo

En su clase había un grupo formado por dos chicas suramericanas como ella y otra marroquí que quisieron que Fátima se uniera a ellas. “Pero hacían cosas que no se podían hacer en el instituto y mi madre era un poco estricta y me aparté. Ahí fue cuando empezaron a saco conmigo”, “a preguntarme que de qué iba juntándome con catalanas”. No toleraron el rechazo, y de los reproches y los insultos pasaron a empujarla si se cruzaba con ellas por los pasillos, y a tirar sus cosas al suelo, o a robárselas. Y a burlarse de Fátima, a todas horas.

Al principio, Fátima se callaba. Hasta que un día, cuando la golpearon mientras charlaba con una compañera en el pasillo, dijo basta y reunió el valor necesario para enfrentarse a ellas. Pero terminó rodeada y amedrentada. Encararse a ellas complicó las cosas. A partir de entonces, al final de las clases, la esperaron a menudo a la salida del instituto.

Acoso hasta las puertas de casa

Una tarde Fátima recuerda que las vio esperándola en una calle que debía tomar para ir a casa. Le dijeron “ven, pasa”. Sabía que no podía hacerlo. Se quedó esperando durante horas. Hasta que unas chicas mayores se acercaron a preguntarle qué ocurría porque la vieron llorando.

“Si hubiera reclamado ayuda, los profesores habrían hecho más, pero creo que hay cosas que no es necesario pedirlas”

Otra tarde, las tres agresoras se presentaron en su casa. Llamaron al portero automático y ordenaron que bajara porque si no las consecuencias serían peores. “Bajé, me cogieron del pelo y me arrinconaron en una esquina, dentro de mi bloque”. Su madre entró en el portal en ese instante pero las acosadoras se percataron y lograron que no notara nada. “Cuando se fue, tuvimos otro enfrentamiento y no acabó muy bien”, dice sin detallar a qué se refiere. Las acosadoras lograron engañar a la madre hasta el punto de que la mujer creyó realmente que eran amigas de su hija y las invitó a un cumpleaños sorpresa de Fátima. “Abrí la puerta, las vi en mi casa y me dio un ataque de pánico”, recuerda. Entonces su madre sí se dio cuenta de lo que pasaba.

El silencio

“Lo pasé muy mal, muy mal. Y no se lo contaba a nadie”. “No sabía cómo afrontarlo, ni qué decir en casa ni a los profesores”, lamenta. “Los golpes, los robos... Llegué a normalizar que eso formara parte de mi rutina diaria. Aunque yo no había hecho nada. Que era porque sí. Quizá por esforzarme más que ellas. Por integrarme más con las compañeras de aquí. Eran muchos comentarios así, sobre si hablaba en catalán”.

Transcurridos casi 15 años, se pregunta si los profesores podían haberla rescatado: “Todo el mundo sabía quiénes eran esas chicas y los conflictos que creaban”, razona. “Si hubiera pedido ayuda, los profesores habrían hecho más. Pero creo que hay cosas que no es necesario pedirlas”, les reprocha.

Aquella experiencia le sigue “doliendo un poco”, admite al final de la entrevista Fátima. “Cuando mi primo pequeño me dice que hay un niño que lo empuja y que le quiere quitar las cosas, lo primero que le digo es que no se deje, que lo hable con sus padres, con la profesora y que, si no pasa nada, que lo empuje él”.