Cuando una fobia te hace «temer» a tu propio cuerpo

El miedo, un mecanismo natural de defensa de los humanos, da el salto a lo anómalo cuando interfiere en la vida de las personas

Miriam López Vizoso.

Miriam López Vizoso. / LOC

A. Chao

Una aprensión que termina en desmayos y pérdidas de conocimiento. Miriam López Vizoso, una joven viveirense de 24, residente en A Coruña, no sabría decir cuándo comenzó su convivencia con una fobia muy poco común. «Recuerdo que lo que me pasa me ocurre desde siempre, en mayor o menor grado», explica.

En la primera infancia, cada vez que acudía al médico, tenía que ponerse una vacuna o hacerse un análisis de sangre se mareaba y vomitaba casi como acto reflejo. En aquel momento pensaban que se trataba de los nervios propios de una niña frente a la bata blanca y que, con el tiempo, todo mejoraría. No fue así. De hecho, los episodios siguieron sucediéndose, incluso agravándose.

No fue hasta hace unos cinco años que un psiquiatra le explicó lo qué le pasaba. «Me dijo que lo que sentía era una fobia a la relación del cuerpo exterior con el interior», cuenta. Antes de esta conclusión, ya le habían realizado un buen número de pruebas, «electros y varias consultas», para tratar de averiguar qué provocaba estas reacciones.

«No puedo con los análisis, las revisiones del oculista, el dentista también me cuesta, he llegado a renunciar a la anestesia para algunos procesos como empastes porque prefiero pasar ese dolor a la reacción que puedo experimentar con la sola idea del pinchazo», relata.

Aunque resulte difícil de comprender, no se trata del malestar o incomodidad habitual que amplios grupos de personas puedan sentir frente algunas de estas situaciones. Es fácil preguntarse ¿a quién le gusta que le pinchen con una aguja? Y lo mismo ocurre con otras situaciones, «un ratón o una serpiente no es el tipo de animal que solemos acariciar», explica Xacobe Abel Fernández, psicólogo clínico y presidente de la Sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia. Sin embargo, el umbral de la fobia se cruza cuando «se desarrolla lo que llamamos malestar clínicamente significativo» o lo que es lo mismo «cuando interfiere en la vida de una persona», aclara.

Y esto es lo que le sucede a Miriam: «Nunca he podido usar lentillas ni tampones, tampoco hacerme tatuajes o un piercing».

Ante determinadas situaciones el cuerpo de la joven reacciona. Una visita a un hospital «en la que ni se veía la vía de la persona a la que iba a visitar» terminó con ella sin conocimiento y atendida por los sanitarios del centro. «Era como si fuera espectadora desde fuera de mi cuerpo, recuerdo escuchar cómo me decían que escupiese el chicle que tenía en la boca pero no cómo lo hice», recuerda de aquel episodio. Algo similar le ocurrió en una revisión en el oculista, en la que también terminó desplomada.

Esto mismo puede suceder con una simple conversación, «si hablan de una operación, una lesión, necesito pedirles que paren porque comienzo a marearme». Previamente, su organismo le envía señales: «Siento cierto hormigueo en la mano izquierda, me pongo pálida y comienzo a tener malestar».

Origen y tratamiento

Miriam convive con esta condición desde siempre, «mi psiquiatra me explicó que quizá mi mente bloqueo el recuerdo de aquello que desencadenó todo», cuenta. Sí que sabe por lo que le ha contado su familia, no porque esté en su memoria consciente, que con apenas dos años tuvieron que someterla a muchas pruebas médicas para descartar una enfermedad infantil. «Finalmente todo salió bien con aquellas sospechas, pero tal vez eso tuvo algo que ver, aunque yo no lo recuerdo», reflexiona la joven.

Por su parte, el psicólogo consultado ahonda en que las fobias no suelen ser cosas que surgen de la nada. «Hay cuestiones incluso socialmente arraigadas que tienen conexiones viscerales con nosotros mismos y que nos hacen sentir miedo rápidamente», continúa. Y es que el miedo es un mecanismo de defensa natural y necesario, las complicaciones comienzan cuando se activa sin necesidad o de manera desmesurada, produciendo lo que ya antes mencionaba el experto como «malestar clínicamente significativo».

Las fobias están reconocidas como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la Asociación Americana de Psiquiatría, «tienen además sus subtipos y sus propios códigos», aclara Fernández. Cada caso, igual que en cualquier otra cuestión relacionada con la salud, debe tratarse de manera individualizada pero existen unos ejes en torno a los que giran las terapias. «Esas dos patas serían la exposición y la sensación de control», explica este psicólogo.

En este proceso terapeuta y paciente establecen los tiempos para ir enfrentándose al objeto que produce la fobia. «Hay quien intenta ir en contra de su propia voluntad y la falta de control sobre la evolución puede ser peor, debe ser siempre una exposición voluntaria», profundiza. Además, el ritmo de también es fundamental, «ni demasiado rápido a riesgo de precipitarnos ni demasiado lento hasta el punto de que suponga no avanzar».

Los que no convivimos con una fobia vemos difusa esa línea entre un miedo racional y aquel que trastoca aspectos significativos de la vida. No es cuestión baladí, como cualquier asunto relacionado con la salud mental. Sino que se lo digan al 16% de la población española que presenta ansiedad, fobias o estrés postraumático.

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