El exceso y lo extremo triunfan en el cine con voluntad comercial

Coinciden en el tiempo varias películas que recurren a la hipérbole y lo ‘gore’. Cineastas como Juan Antonio Bayona y Carlota Pereda opinan que ante un mundo actual tan demencial el espectador lo consume como algo catártico con que desahogarse

La actriz Demi Moore, en una escena de ‘La sustancia’.

La actriz Demi Moore, en una escena de ‘La sustancia’.

Desirée de Fez

Desirée de Fez

¿Cómo puede medirse la ficción con una realidad que no solo es extrema, sino que se comunica a nivel mediático y en redes sociales desde lo extremo? ¿Cómo puede el cine defender su espacio, su discurso y sus imágenes sin pasar desapercibido en un momento de imágenes extremas y opiniones polarizadas y polarizantes? ¿Cómo puede la ficción ser lo suficientemente atractiva en un momento en el que no nos sorprende nada? Quizá desde ese mismo exceso. El cine se ha vuelto extremo, exagerado y extraño. Cada una a su modo, son extremas las películas de terror La sustancia (2024) y la saga Terrifier (2016-2024), el controvertido musical Emilia Pérez (2024), la epopeya de casi cuatro horas The Brutalist (2024) o el thriller erótico Babygirl (2024).

El exceso en el cine actual va más allá de los géneros y no tiene que ver solo con la representación de la violencia. Se manifiesta de muchas formas; entre ellas, las dimensiones, la actitud y el tono de las películas. Sirvan de ejemplo las hechuras de película importante de The Brutalist, la ambivalencia desatada de Babygirl, el inaudito rictus depresivo de Joker: Folie à deux (2024) o la desmesura de Emilia Pérez.

Es cierto que lo extremo siempre ha estado ahí, especialmente en géneros como el terror y la comedia, incluso el musical, en los que recurrir al exceso o el delirio es —o debería ser— habitual. Pero algo está sucediendo cuando ese exceso deja de ser exótico, puntual o de nicho para permear al mainstream. También cuando deja de sorprendernos y, en muchos casos, es económicamente rentable. Un ejemplo sería el éxito de La sustancia, que antes que un ensayo sobre la presión estética es una serie B de terror chiflada y súper gore, pero hecha con mucho dinero y clase.

La magnífica película de Coralie Fargeat está nominada a cinco Óscar, entre ellos los de película, dirección y guion original. Es algo histórico en unos premios que siempre han ninguneado el terror. Pero, a la espera de si gana o no, eso es solo el broche a un logro mayor: es la película de terror que está yendo a ver la gente a la que no le gusta el terror. ¿Por qué se ha hecho popular? ¿Nos hemos habituado a ese exceso? Tal vez sí. Resulta tan llamativa nuestra normalización de ese exceso como las razones por las que tantos cineastas recurren a él o, en caso de haberlo hecho antes, suben la apuesta. Es imposible marcar un inicio a esa tendencia, pero quizá no sea descabellado citar Titane (2021) como una de sus primeras expresiones.

La película de Julia Ducournau, Palma de Oro en Cannes, se enciende, se transforma, explota y tumba todas las paredes para hablar del mundo y su caos.

En una mesa redonda de The Hollywood Reporter con otros directores, Fargeat contaba esto: «En mi anterior película (Revenge, 2017) encontré realmente mi libertad y me sentí poderosa y totalmente capaz de expresarme de una manera en la que no hay límites. Me encanta adentrarme en el exceso y tocar mi parte de locura para hablar de las cosas que tengo que manejar en la vida real. En el caso de La sustancia, especialmente por el tema, me pareció totalmente relevante que fuera lo más excesiva posible para que el público sintiera ese exceso y sintiera que conocía la locura».

Fargeat habla del exceso para amplificar el mensaje y como el lugar donde hallar la libertad como creadora, algo que comparte Carlota Pereda, directora de Cerdita (2022), a quien también le tienta «hacer algo muy gore, muy loco». «En mi caso tiene que ver con querer recuperar la libertad, con querer hacer algo tan desmedido que no puedan devolverte notas al respecto. ¿Cómo te van a sugerir quitar un brazo cortado cuando tienes otros 17? Es más fácil buscar esa libertad a través del terror o del gore, por la propia naturaleza del género. Pero también puede buscarse a través de otros géneros o maneras –cuenta–. Lo excesivo puede ser una respuesta a lo abrumador, que es lo que está sucediendo en el mundo. A veces dan ganas de chillar, no solo para que te oigan sino para desahogarte. Ante un mundo tan demencial hace falta algo catártico».

Probablemente, los espectadores compartan esa necesidad de catarsis, de chillar en el cine. Y eso explicaría el éxito de La sustancia o de Terrifier, una saga de terror splatter (con una violencia retorcida y gráfica) de bajo presupuesto que ha recaudado mucho dinero y ha sido un éxito internacional. Poniendo el foco en el cine de terror, Ángel Sala, director del Festival de Cinema Fantàstic de Cataluña, confirma la inclinación de ese género a un cine mucho más extremo: «Tras unos años de cierta tendencia al minimalismo o la falta de contundencia en la expresión de la violencia, ha habido una vuelta a la visceralidad».

El cineasta Juan Antonio Bayona (La sociedad de la nieve) está de acuerdo con Pereda en esa idea de la catarsis: «El estándar de violencia en las películas sube para que uno pueda desahogarse en una sala de cine. Estamos tan acostumbrados a un clima de violencia, que en el cine aún necesitamos un estímulo mayor».

Pero también ve otra explicación. «El éxito de La sustancia o Terrifier también tiene que ver con la recuperación del gore y del splatter, géneros que llevaban tiempo desaparecidos, para otra generación de espectadores. El de The Brutalist puede tener que ver con el descubrimiento de ese público de un cine clásico más radical», añade.

En relación a esa recuperación y magnificación de géneros y estilos en desuso, Sala da otra explicación: «El cine actual es más extremo o hiperbólico, está más despegado de lo convencional o de lo sutil. Es por la necesidad de configurar un espacio en los cines para el evento, para que sea atractivo para ser consumido en una sala. Esto está llevando a hacer más películas que explotan la vinculación con el gran formato a nivel de narrativa o puesta en escena, como Oppenheimer, Dune y Dune: Parte 2 o The Brutalist. O a la tendencia a un extremismo visual y temático en películas dirigidas al gran público, como La sustancia, visualmente radical, que llega a límites extremos en el body horror, y ha sido asumida por espectadores que no ven este tipo de películas».

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