De repente, una extraña

La productora María Luisa Gutiérrez

La productora María Luisa Gutiérrez / Julio Muñoz

Rafa López

Como pasa en algunas finales de fútbol tediosas, con los Goya del sábado hubo que esperar al tiempo de descuento para encontrar algún lance genial e inesperado que rompiese la tónica soporífera de la noche. Habían pasado ya 220 minutos de ceremonia, más de lo que dura Ben-Hur, cuando ocurrió lo inesperado: el discurso a contracorriente de la productora de La infiltrada.

Por desgracia, que una figura del sector cinematográfico reivindique en la fiesta del cine español a las víctimas del terrorismo, a la familia de Gregorio Ordóñez, y defienda libertad de expresión —entendida como el derecho a expresar una opinión sin tener que ser cancelado por ello— sigue siendo un acto que merece ser calificado como valiente. Por si fuera poco, María Luisa Gutiérrez osó recordar que películas taquilleras como las que crea Santiago Segura —ella produjo las cuatro últimas entregas de la saga Torrente— permiten financiar apuestas arriesgadas y minoritarias, y que el cine es industria. En la red social X la llamaron de todo.

La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro, es decir, lo obvio, como que recordar lo que era ETA hasta anteayer también es un ejercicio de memoria democrática. Pero ya sabemos que —para seguir con las citas orwellianas— quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro. Una pena que la realización de la gala no buscase el rictus de Pedro Sánchez.

Fue el discurso más rompedor de una noche que discurría por una ruta más previsible que la de un autobús urbano, ese 47 que es también, casualmente, el número de la presidencia del «matón» Trump. En la última parada se subió, de repente, una extraña, la verdadera infiltrada de la noche. Todo es posible en Granada.

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