Entrevista | Michael Smith-Masis Arquitecto
«Las ciudades que mejor hacen su trabajo son las que escuchan y aprenden de la ciudadanía»
Referente de la arquitectura con enfoque social, el costarricense visitó esta semana el COAG para una conferencia sobre arquitectura participativa, con el foco en residentes de bajos recursos y asentamientos informales

Michael Smith-Masis, en el COAG. / Casteleiro/Roller Agencia
¿Solemos olvidar la vertiente social al hablar de arquitectura?
Sí. Tengo una práctica que se llama Entre Nos Atelier Central y más o menos 20 años trabajando proyectos de impacto social. Creo que quizás la premisa más importante de estos han sido los procesos participativos, el cómo a lo largo del tiempo hemos desarrollado habilidades y competencias que nos permiten trabajar con actores claves a la hora de desarrollar y ejecutarlos. Actualmente estamos trabajando mucho en recuperación de espacios públicos. He trabajado en varios centros comunitarios y quizás de los principales hallazgos que hemos tenido recientemente ha sido la importancia de desarrollar equipos núcleos, integrados usualmente por actores de gobierno comunitarios y nosotros como facilitadores técnicos. Eso nos ha permitido darle seguimiento a este tipo de proyectos.
¿En qué proyectos trabajan actualmente? ¿Dónde se ve este carácter comunitario?
Hay uno que a mí me gustó mucho que se llama la Cueva de Luz, que está en la Carpio, el asentamiento informal más grande de San José de 50.000 habitantes. Ninguna ciudad del mundo está exenta de la existencia de comunidades vulnerables y una de las luchas más importantes que tenemos hoy como sociedad es el tema de la equidad. Hay una frase muy bonita de Bryan Stevenson que dice que el opuesto a la riqueza no es la pobreza, sino la justicia. Esa búsqueda de la justicia y la equidad en el espacio es algo muy importante. Creo muchísimo en este concepto de la justicia espacial. Cueva de Luz es un centro comunitario que se gestionó desde la ciudadanía. Hace 13 años tocamos la puerta a una fundación que estaba trabajando la inclusión social a través de las artes y de la música, que nos permitió apoyarles para diseñar un espacio de soporte comunitario. Como arquitectos tuvimos la oportunidad de acompañarles en ese proceso de diseño participativo. Para mí es ahí donde la arquitectura tiene mucho sentido. No es una imposición de un grupo de arquitectos que llega a decir «vamos a hacer esto», todo lo contrario: se suma, destila, cataliza una necesidad y la proyectamos conjuntamente. Y se valida con la comunidad a ver si eso es lo que quieren y si es así, se ejecuta.
¿Es extraño a día de hoy preguntar a las comunidades cómo y dónde quieren vivir? ¿Nos hemos abandonado a la experticia?
Parece que sí, nos hemos acostumbrado a que sean decisiones individuales de los expertos. Lastimosamente, estamos supeditados a la especulación inmobiliaria o al sobreexpertise que tiene la misma academia o la práctica profesional. Las ciudades que mejor están haciendo su trabajo son las que procuran escuchar, aprender de la misma ciudadanía para proyectar ciudades de manera conjunta y colaborativa. Los ciclos políticos a veces son tan cortos, y pesa tanto la necesidad de mostrar datos y evidencias, el cortoplacismo y el apagar incendios... que hace que la gente no le dedique tiempo y esfuerzo a estos procesos, pero al final son los que legitiman y hacen que la gente se apropie del espacio.
Al hilo de los ciclos políticos cortos. ¿Es impopular electoralmente dedicar recursos a las personas vulnerables, especialmente cuando hablamos de habitabilidad?
Es un dilema ético de nuestra práctica profesional. La arquitectura es un servicio a la sociedad de manera transversal. A veces la gente malinterpreta que lo social es trabajar con las comunidades vulnerables: lo social es trabajar con la sociedad. Si queremos tener una sociedad más equitativa, inclusiva, de mejor calidad y bienestar, hay que empezar por las partes más vulnerables. Eso no gana votos, pero al final del día es un espejo del desarrollo de un país o de una ciudad. Si persistimos con esto, quedamos muy mal como sociedad. El cómo tratemos a nuestros recursos naturales y a las personas habla mucho de nosotros, y ahí es donde está el verdadero reto.
¿En qué principios se apoya lo que llama justicia espacial?
Yo empecé a escuchar sobre esto en 2019. Tuve la oportunidad de hacer un fellowship en la Universidad de Harvard, y di con varias personas que estaban trabajando estos temas. Hay un libro muy bonito de Edward Soja que se llama En busca de la justicia espacial. Cuando uno empieza a investigar sobre el tema, hay mucho desde la geografía, desde la antropología, sociología, etnografía, pero desde la arquitectura es casi nulo. Soja dice que en los últimos años ha habido un giro espacial. Todo lo que hacemos en la ciudad, absolutamente todo, tiene una repercusión en el cómo habitamos, cómo vivimos. Hablamos de compensación de privilegios, la justicia espacial lo que busca es cómo compensar ciertas cosas en ciudades complejas. Se busca el equilibrio, el balanceo, en entornos que habitamos; hablar de cosas tan básicas como una banqueta, una acera, cosas que realmente permitan accesibilidad universal, o que en una ciudad las mujeres puedan caminar libremente sin que se sientan acosadas. Lastimosamente las ciudades han sido pensadas desde un patriarcado, desde una hegemonía del hombre. Se siguen construyendo patrones injustos dentro de nuestras ciudades. La justicia social hace un estudio de cuáles son las formas en las que habitamos, las justas, las injustas, y cómo podemos mediar estas relaciones para que sean entornos cada vez más seguros, más justos para las personas.
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