COVID persistente en Galicia, un lustro después: «Se me olvida hasta la serie que vi ayer»
Al filo del 5º aniversario del inicio de la pandemia, Carlota Bescansa, Araceli Taracido e Isabel Quintana, gallegas diagnosticadas de COVID persistente, comparten su historia para reivindicar una mejor atención para los afectados por esa enfermedad, tan incapacitante como incomprendida

Araceli Taracido, paciente de COVID persistente, en el concello de Cedeira, donde reside. | Cedida
«En torno al COVID persistente, hay mucha incomprensión. Son tantos años así, que ya la gente te dice: ‘Pero ¿cómo puedes seguir mal? Es imposible... ¿Cómo te va a doler todavía?’. Como no se ve... Incluso, en tu propia casa, a veces, piensas: ‘¿Para qué voy a decir que tengo mucho dolor, si son incapaces de entenderlo?’». Quien habla es Carlota Bescansa, vecina de A Coruña, de 36 años, diagnosticada de COVID persistente, enfermedad con la que convive desde que contrajo, por primera vez, la infección causada por el SARS-CoV-2, «el 4 de enero de 2021». «Soy una persona de riesgo, porque tengo asma, pero pasé el COVID en casa, con los síntomas típicos: fiebre muy alta, tos, hipotermia, unos dolores de cuerpo y de cabeza insoportables... A partir de ahí, cuando ya negativicé, me quedé como rara, con una fatiga que no podía ni caminar... A raíz de aquello, comencé con pruebas, y ya me diagnosticaron fatiga crónica, fibromialgia, migrañas agudas, insuficiencia suprarrenal...», detalla Carlota, antes de resaltar que lleva «ya cuatro años así».
«Lo sobrellevo a base de psicólogos. Son necesarios porque, a veces, es difícil... El 24/7 con tu pareja... lo agota también a él. En mi caso, por ejemplo, sigo de baja. Estaba empleada en una tienda y tuve que dejarlo, porque no podía... Entonces, me metí a trabajar de administrativa, en una empresa de atención al alumno. Sin embargo, me vi obligada a pedir la baja porque, a nivel mental, los dolores de fibromialgia... Además, se me dormían las manos; si estoy hablando un rato, pierdo la voz...», describe esta vecina de A Coruña, quien lleva «dos años, más o menos, de baja, y luchando por la incapacidad». «He tenido varias bajas, de hecho, pero llegué a estar en un punto de no disponer de ingresos, literalmente, porque no se me daba la incapacidad, las contingencias se me hicieron mal... Tuve que pedir varias ayudas, no obstante, solo me concedieron una, de 300 euros, durante tres meses, para alimentación y gastos farmacéuticos. Y ahí, se acabó», lamenta.
"Cuando intento hacer ejercicio, me puedo pasar luego días agotada, con unos dolores horribles. La fatiga es... El recuperarme, me lleva días y días. Las migrañas me incapacitan, también, un montón. La luz, no la soporto. Tampoco los ruidos. Este tema, de hecho, lo llevo muy, muy mal. No puedo estar en un mogollón de gente ni con la música muy alta. No lo aguanto", señala Carlota
«Viví sin ingresos durante meses y meses, hasta que pude conseguir ese trabajo. Y, por suerte, mi empresa me mantiene mi contrato (indefinido)...», prosigue Carlota, antes de hacer hincapié en que «el tema del dolor» la «limita un montón». «Por ejemplo, cuando intento hacer ejercicio, me puedo pasar luego días agotada, con unos dolores horribles. La fatiga es... El recuperarme, me lleva días y días. Las migrañas me incapacitan, también, un montón. La luz, no la soporto. Tampoco los ruidos. Este tema, de hecho, lo llevo muy, muy mal. No puedo estar en un mogollón de gente ni con la música muy alta. No lo aguanto», reitera.
«Además, tengo gastritis crónica y, esto, también, me deja doblada. Y mi memoria a corto plazo... Con decir que mi agenda es apuntar, literalmente, día a día, el simple hecho de tener que ir a comprar una naranja, porque me olvido... Me olvido hasta de la serie que vi ayer», asegura esta vecina de A Coruña, quien reconoce que, a raíz de haberse contagiado de la infección causada por el SARS-CoV-2, y sufrir COVID persistente, «físicamente» es también «otra persona». «Debido a la insuficiencia suprarrenal que padezco, no segrego cortisol, así que me han puesto, de por vida, un tratamiento de corticoides, y he engordado 20 kilos, cuando mi talla, antes de todo esto, era la XS...», refiere.
"Sufriendo un calvario"
Al igual que Carlota, Araceli Taracido, vecina de Cedeira, de 54 años, se contagió de COVID en enero de 2021, «cuando aún no teníamos vacunas ni nada». Empleada de ayuda a domicilio del Concello cedeirés, cuenta que se infectó en su puesto de trabajo. «Cuando empezó todo esto, no teníamos, prácticamente, ni mascarillas ni nada. Nunca dispusimos de EPI (Equipos de Protección Individual)... Todo eso se tuvo a raíz de contagiarme yo, pero antes, nada. Una mascarilla, o como mucho dos, para todo el día, trabajando desde las ocho de la mañana, hasta las nueve de la tarde. Así fue como yo me contagié, trabajando, y me lo pusieron como ‘accidente laboral’», rememora Araceli, quien afirma estar «sufriendo un calvario».
«Ahora mismo, me considero ya maltratada. Mi médico de cabecera me está ayudando muchísimo, aunque él me dice siempre: ‘No es que te esté ayudando. Estoy haciendo justicia. Yo no te doy la baja porque me dé la gana. Te la doy por todos los informes que tienes’», destaca, antes de relatar cómo vivió, inicialmente, su enfermedad.
«Estuve bastante mal, aunque no me hospitalizaron. Lo pasé todo en casa. A los nueve días, tuve una recaída que aún fue mucho peor. Sin embargo, la médica que tenía entonces no me llamaba para nada, solo para lo de las bajas. Me encontraba fatal. Aparte de sentir un dolor, como si me arrancasen todos los huesos, la cabeza, todo... pasaba todo el día medio incorporada, porque no podía ni respirar. Llegué a estar con muy baja oxigenación, porque ponía la pinza en el dedo y no llegaba ni a 90... Y, aún así, no me mandaron para el hospital. Nunca tuve fiebre. Al contrario, tenía 34 grados de temperatura. Estaba siempre con hipotermia . Y no podía ni caminar ni nada. Perdí todas las fuerzas, apenas podía coger un vaso y beber. Me quedé como una marioneta. Para andar por casa, tenía que colocar hasta sillas por el pasillo para poder ir moviéndome. Me duchaba sentada en el plato de ducha, porque no me mantenía de pie, y apenas podía lavarme la cabeza, porque era incapaz de subir los brazos. Una tortura psicológica. No sé ni cómo me mantengo», resalta Araceli, quien asegura que todo aquello le «duró meses».
"No podía ni caminar"
«A finales de marzo, me dijeron que me derivaban a la consulta de COVID persistente del Hospital Arquitecto Marcide de Ferrol (CHUF). Allí, cuando me vio un especialista de Medicina Interna, se echó las manos a la cabeza y ya me mandó a Neumología, Cardiología... La atención fue inmediata, he de decir. Es que prácticamente no podía ni caminar, en aquel momento. De hecho, me preguntaron si me pasaba algo, porque se me iban las piernas. Es que no tenía fuerza», hace hincapié.
«En el Arquitecto Marcide me miraron mucho —prosigue—. Me hicieron varias pruebas, entre ellas, varias espirometrías, pero no me daban bien. De hecho, me tuvieron que dar broncodilatadores, durante más de un año y medio, pero al final me los quitaron por las taquicardias que tenía. Me ponían muy nerviosa», apunta esta vecina de Cedeira, quien refiere que, pasado el tiempo, «muy poco a poco», fue «ganando algo de fuerza en las piernas y en los brazos» (aunque, incide, «hoy sigue habiendo días» en los que está «fatal»).
Incapacidad para trabajar
«Pasado un año, me llamaron de Inspección, y me propusieron para incapacidad, casi sin ninguna pregunta ni nada. Por lo que veían del historial. A los 18 meses, me ampliaron seis más y, a los dos años, fui a A Coruña y, sin encontrarme bien, me dieron el alta. En aquel momento, medio lo acepté, porque llegué a pensar que lo que me pasaba era psicológico. Entretanto, me salió un lipoma en la barriga, debido al COVID. Me operaron rápido, volví a estar un par de meses de baja (me la ampliaron un poco por mi tipo de trabajo), me incorporé a mi empleo en ayuda a domicilio, estuve cuatro días trabajando... y fue una tortura. Y eso que iba muy ilusionada, pensando: ‘A lo mejor, al ir a trabajar, si esto es algo psicológico, voy mejor...’. Pero no fue así. Todo lo contrario», lamenta Araceli, antes de subrayar que el COVID persistente le ha robado mucho más que la capacidad para desempeñar su profesión.
"Es como si fuese otra Araceli, totalmente distinta a la Araceli de antes de contagiarme de COVID. He tenido que aprender a vivir con dolor. Porque no es con molestias. Es con dolor. Hay días en los que no puedo echar ni la colcha sobre la cama. Cuando quiero beber un vaso de agua, la mayor parte de las veces me la tienen que servir mi marido o mis hijos, porque yo no puedo con la jarra, o tengo que ir directamente al grifo y echar a poquitos"
«Antes de enfermar, estaba en el Club de Montaña de Ferrol. Subía los picos, hacía alta montaña... Y verme que no camino ni 100 metros... Eso da una impotencia criminal», reconoce esta vecina de Cedeira, antes de describir su situación actual: «Tengo mucho dolor, tanto, que estoy tomando medicación que me ha dado la neuróloga. Es como si fuese otra Araceli, totalmente distinta a la Araceli de antes de contagiarme de COVID. He tenido que aprender a vivir con dolor. Porque no es con molestias. Es con dolor. Hay días en los que no puedo echar ni la colcha sobre la cama. Cuando quiero beber un vaso de agua, la mayor parte de las veces me la tienen que servir mi marido o mis hijos, porque yo no puedo con la jarra, o tengo que ir directamente al grifo y echar a poquitos. Tampoco puedo llenar una olla para cocer algo porque, si un día lo hago, de ahí a un momento, me quedo con un dolor, de hacer ese esfuerzo, tremendo. Y, por supuesto, no puedo ir sola al supermercado, porque soy incapaz de cargar, por ejemplo, una caja de leche. No puedo hacer una vida normal», destaca esta vecina de Cedeira, y continúa: «Si quiero ir a caminar, tampoco puedo, porque hay días en los que, al llevar varios metros, ya tengo que ir parando, puesto que me ahogo. Y, aunque abra la boca... ¡Es que no hay aire! Tengo los bronquios cerrados y, prácticamente, no respondo a los broncodilatadores».
"En una montaña rusa"
A la pregunta de cómo sobrelleva su situación, Araceli responde que vive «en una montaña rusa». «Hay días en los que, más o menos, me encuentro bien, y otros en los que estoy mal porque, aguantar dolor, dolor y dolor...», reitera, antes de reivindicar mayor visibilidad para los afectados por el COVID persistente. «Lo estamos pasando muy mal. Necesitamos la puesta en marcha en Galicia de al menos una Unidad de referencia para el abordaje integral de nuestra enfermedad. Pienso que no se está haciendo porque ‘don Dinero’ es el que manda. Si hubiese más políticos afectados, y pasándolo tan mal como nosotros, se darían cuenta de lo difícil que es lidiar con todo esto», concluye.
"Necesitamos la puesta en marcha en Galicia de al menos una Unidad de referencia para el abordaje integral de nuestra enfermedad. Pienso que no se está haciendo porque ‘don Dinero’ es el que manda. Si hubiese más políticos afectados, y pasándolo tan mal como nosotros, se darían cuenta de lo difícil que es lidiar con todo esto", resalta Araceli
«En la sanidad pública nos están tratando muy mal. Somos el cajón de sastre»
«En una situación como esta, necesitas psicólogos que te ayuden a gestionar la ansiedad; a no caer en una depresión; a sobrellevar el día a día; a tener una vida social también, ya que es muy necesario; a poder lidiar, en tu casa, con tu gente, porque ellos tienen que entender, pero tú también los tienes que comprender a a ellos, es mutuo..., expone Carlota Bescansa, coruñesa diagnosticada de COVID persistente, antes de reivindicar «algunas necesidades» de los afectados por esta dolencia.
«A nivel de salud, en el sistema público nos están tratando muy mal. Somos el cajón de sastre. Todavía, a día de hoy, tenemos que escuchar comentarios del tipo: ‘Tu problema es todo de ansiedad’; ‘vuelve a tu vida normal, verás cómo mejoras’... Hay quien aún nos pregunta qué es el COVID persistente, y hasta los hay que te dicen: ‘Estás exagerando’; ‘no mientas...’. Que, incluso, un especialista del ámbito de la salud te suelte algo así... Eso, emocionalmente, te hunde también», advierte Carlota, quien admite haber «tenido que recurrir» [con «ayuda» de sus padres porque ella, admite, no puede pagarlo], a «la medicina privada».
«Ahí me diagnosticaron, con pruebas. Es un dineral, porque no tengo seguro privado y, evidentemente, ahora mismo, ningún seguro me va a coger, con todo lo que tengo», expone esta vecina de A Coruña, de ahí que interpele a la Administración sanitaria a «ponerse las pilas», tomarse el COVID persistente «muy en serio» y «tratar a los pacientes» como se «merecen». «Bastante tenemos que pasar como para aguantar, también, que nos digan que exageramos, que mentimos, que lo nuestro es ansiedad o depresión...», incide Carlota, quien afirma llevar «esperando, meses y meses», por «una prueba de Cardiología», dado que sufre, «también, taquicardias».
«No podemos estar así. Entiendo que hay gente muy enferma, con problemas muy serios. No obstante, si se crease en Galicia, al menos, una Unidad de referencia de COVID persistente, nos derivarían ahí, y también se liberarían mucho más las listas de espera. Pero no lo hacen», lamenta, antes de llamar la atención sobre otra cuestión que, en su caso, le «preocupa especialmente» y que «no se tiene en cuenta», pese a que muchas de las afectadas por el COVID persistente son «mujeres jóvenes»: «Yo quiero ser madre, pero hacerlo supone tener que dejar toda la medicación que estoy tomando, y ni siquiera sé si me voy a poder quedar embarazada, lo que implicará o los dolores que voy a tener que pasar. Pero es el sueño de mi vida».
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