«La idea es documentarme mucho para luego poder mentir bien en las novelas»

El escritor y periodista Juan Carlos Galindo presentó ayer en la librería Berbiriana de A Coruña su última novela, ‘Muerte privada’, segunda entrega, tras ‘Hontoria’, de su saga Segovia Noir. Lo hizo acompañado por el gestor cultural Javier Pintor y el periodista Adrián Candal

Juan Carlos Galindo, en A Coruña. |  Casteleiro/Roller Agencia

Juan Carlos Galindo, en A Coruña. | Casteleiro/Roller Agencia

A Coruña

Como estudioso del género, ¿qué crítica haría de su propia novela si llegase a sus manos?

Diría que es una novela con hechuras de thriller, pero que hereda la tradición de la novela mediterránea más tranquila, en la que un periodista, al lado de una detective, investiga una serie de desapariciones y muertes de mujeres. Es una novela negra, pero blanca, en el sentido de que no hay mucha violencia. Sí que hay una violencia estructural, pero no una violencia explícita, y que busca, sobre todo, la atmósfera, mostrar la ciudad y conseguir que el lector se sienta atrapado por una idea que tiene algo más que acción.

Se ha dicho que «así se mata en Segovia». A priori, nadie imaginaría Segovia como un escenario de novela negra.

Desde luego que no. De hecho, lo que he tenido que hacer en Muerte privada es jugar con la cronología. El periodista empieza investigando una desaparición que ocurrió 20 años atrás y sobre la que tiene una nueva pista, con la idea de hacerlo verosímil, porque si tú pones una oleada de crímenes en Segovia no va a quedar verosímil. De hecho, si ocurriera, luego no lo podrías llevar a una novela porque quedaría raro. Pero Segovia es una ciudad tranquila, España es un país tranquilo, aunque por el éxito de la novela negra no lo parezca. Pero al final son ficciones.

Estamos casi acostumbrados a que los sucesos reales superen en truculencia a la novela negra. Como periodista, ¿cómo hace para evadirse de los hechos reales para crear buenas historias? ¿O bebe de ellos?

En Hontoria, que es la primera entrega de la serie, como en Muerte privada, yo me baso en hechos reales. Bebo de ellos. La idea es documentarme muchísimo para luego poder mentir bien. En el caso de Hontoria hay un triple asesinato de una familia que no tenía ni móvil, ni sospechoso, ni arma de crimen. Ha habido crímenes así en España, y yo estudié mucho todo eso, con la idea de luego transformarlo en ficción. Las ficciones son mentiras, tú puedes inventarte lo que quieras, pero para que sean verosímiles tienes que conseguir cierta coherencia y un pacto con el lector que te permita mentir y que eso quede bien. En Muerte privada lo que hice fue escucharme y verme todos los testimonios que encontré de madres de desaparecidas, con la idea de, a partir de ahí, entender bien el drama de las desaparecidas y luego, si bien no sale ningún caso concreto de desapariciones de mujeres, poder narrarlo de una manera creíble. Todos los casos están muy ocultos: solo me ha pasado una vez, yendo a un club de lectura en Palma de Mallorca, que una mujer me dijo «te has basado en el caso de Zoe, de una chica que ha desaparecido aquí, ¿verdad?». Hay que conocer muy bien el caso para darse cuenta, porque estaba muy escondido. La mujer había sido su profesora.

Al final, todos los asesinos son bastante parecidos. ¿Cómo es la construcción psicológica de los personajes de esas madres que buscan a sus hijas durante años, sin perder la esperanza?

A mí lo que me interesaba era precisamente eso. Incluso muchas veces ya pierden la esperanza. Esa frase que dice una de las madres de una desaparecida, «es imposible seguir buscando y seguir viviendo». Es el drama mayúsculo, porque no hay cierre. No pueden hacer duelo, porque si no hay cierre, si no han encontrado el cuerpo, sabes que está muerta, pero no tienes la manera de hacer duelo, de cerrarlo. Y eso es muy dramático. Me interesaba que eso se viera de manera potente.

Un debate de actualidad, a cuenta del libro sobre José Bretón, el cómo profundizar en los sucesos más escabrosos de nuestra historia sin escarbar en el dolor de las víctimas. En su caso es ficción, pero con alguna base real. ¿Cómo lo hace?

Con respeto máximo. Como te contaba antes, me pasé semanas escuchando cómo hablaban, qué sentían, cómo era su dolor, para intentar llegar muy a fondo y siempre evitando de todas las maneras posibles el morbo. No hay violencia explícita contra esas mujeres, no hay recreación de escenas en las que esas mujeres sufran. Las madres son las heroínas de la novela, la hermana de una de las desaparecidas, las amigas... en ese sentido es una especie de homenaje a ellas en el que no busco para nada ningún tipo de rédito al contar sus historias. No se trata de atraer a través del dolor de otros, sino intentar mostrar la lucha de esas mujeres por el recuerdo y la memoria. De hecho, es una novela con un asesino que no aparece prácticamente, no me interesa su figura. Es una sombra, una amenaza. El mal siempre actúa, pero yo no me fijo, no quiero que conozcamos a las víctimas a través de un asesino idealizado, como un tipo inteligente e imposible de capturar. El asesino en general es un tipo mediocre, estadísticamente son hombres casi siempre. No me interesaba para nada, ni desde el punto de vista literario, creativo o moral, fijarme en él.

¿Cómo hace para no caer en esos clichés del género de los que a veces peca la novela negra?

Una cosa que me influyó mucho desde mi perspectiva de crítico a la hora de ponerme a escribir no fue tanto representar las influencias que yo pudiera tener como lector, sino las cosas que yo no quería hacer. No tenía un decálogo, pero sí unas ideas muy claras de lo que quería evitar: la violencia fácil, la espectacularización, el ensimismamiento con el asesino, el conocer a las víctimas a través del asesino y no de su entorno, de su vida, de su obra vital, e intentar no caer en las cosas fáciles. Últimamente se habla incluso de crímenes desde el humor. Hay un pódcast que es de los más escuchados del mundo, se llama Morbid. Las chicas son listas y buenas haciendo el pódcast, pero es la carcajada con el crimen. Es un tono que yo no aguanto. Pasa en todos los ámbitos, también en el audiovisual, «verás cómo te engancha lo que le pasó a no sé quién». Se habla en la novela muchas veces también de eso, de por qué no podemos titular por el caso de la desaparecida de la iglesia de los templarios. Hay una discusión ahí y el otro periodista dice que eso es convertir a la mujer en un objeto. ¿Por qué no hablamos de ella en vez del asesino, en vez del sitio en el que la han encontrado? ¿Por qué no tratamos de no mitificar el asesinato, sino de ir a lo que ha pasado realmente? Esa es la única manera, creo. Y los clichés, si has leído lo suficiente sabes dónde están. Aunque sean tentadores desde algún punto de vista, hay que intentar no caer.

Decía Rosa Montero , a cuenta de la última entrega de su saga de Bruna Husky, que poco a poco ha ido convirtiendo a su personaje en ella misma. ¿Hay algo autorreferencial, o incluso aspiracional, en el personaje de Jean Ezequiel?

Sí, además hay un juego ahí curioso de mentira y verdad, de meterle al personaje cosas que quieres, cosas aspiracionales. Por ejemplo, Jean Ezequiel vive en un ático que siempre me ha encantado de Segovia, con vistas a la catedral, y cubre sucesos, cosa que yo no he hecho nunca porque aposté por una vida familiar que era incompatible con la cobertura de sucesos. Y son cosas que tiene él que yo no tengo y que están ahí en el ámbito aspiracional. Y luego hay un juego en el que yo le doy la vestimenta, el gusto por la cerveza, el café solo con hielo, y también otras cosas en las que no nos parecemos en nada. Es verdad que poco a poco va ganando terreno, va habiendo como un solapamiento de personajes. Yo antes de crear a Jean Ezequiel ya vestía así, pero ahora, si voy a una presentación, siempre llevo sombrero, porque quiero que se me identifique con el personaje.

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