Un funeral histórico despide al papa Francisco con una apelación a la paz

El cardenal decano Re llama al fin de la guerra en presencia de Trump y Zelenski y ante más de cien delegaciones | El mundo se vuelca en el adiós a un pontífice con un legado de profundo calado y una sucesión cargada de desafíos

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa.

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa. / Fotos: Efe/E.P./AP

irene savio

Ciudad del Vaticano

La Iglesia católica no celebraba un funeral tan imponente y multitudinario desde el de Juan Pablo II. Los grandes del mundo y centenares de miles de peregrinos se congregaron en una soleada mañana para despedir a Francisco, una figura de dimensiones históricas que deja un legado de profundo calado y una sucesión cargada de desafíos.

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa.

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa. / Fotos: Efe/E.P./AP

El funeral del papa argentino y exobispo de Buenos Aires fue ayer todo lo que se esperaba, y más. La ceremonia comenzó en el interior de la basílica. El cardenal decano, Giovanni Battista Re, de 91 años y viejo amigo de los tres últimos pontífices, presidió los actos. También estuvo presente el cardenal camarlengo, el irlandés Kevin Farrell, quien la noche del viernes había celebrado el rito del cierre del ataúd, una sencilla caja de madera.

A esas alturas, más de 100 delegaciones ya ocupaban sus lugares en la plaza: 14 reyes o príncipes herederos, 53 jefes de Estado, 15 presidentes de Gobierno, y 9 representantes de organizaciones internacionales, entre ellos el secretario general de la ONU, António Guterres. La delegación española fue especialmente numerosa. Aunque no asistió Pedro Sánchez, estuvieron los Reyes, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, la vicepresidenta primera, María Jesús Montero; la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz; y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños.

El evento incluso logró reunir en Roma a líderes con poca costumbre de llevarse bien, como Javier Milei y Luiz Inácio Lula da Silva, y Donald Trump y Volodímir Zelenski, quienes además mantuvieron un encuentro de 15 minutos antes de la misa. Entre los asistentes también se encontraban Emmanuel Macron, Keir Starmer, el príncipe Guillermo, el presidente polaco Andrzej Duda, y los mandatarios alemanes Frank-Walter Steinmeier y Olaf Scholz. A ellos se sumaron los tres principales representantes de la Unión Europea: Roberta Metsola, António Costa y Ursula von der Leyen, quien también aprovechó para reunirse con Zelenski (como no hizo Trump).

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa.

De izquierda a derecha, la Plaza de San Pedro llena de gente; el cortejo fúnebre; Trump saludando al Rey; los desfavorecidos elegidos por el papa para esperarle a la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor y el coche fúnebre que recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la nueva morada del papa. / Fotos: Efe/E.P./AP

Alrededor de 250.000 personas, fieles de a pie, también se congregaron en la explanada y sus alrededores y otros 150.000 en el recorrido hasta Santa María la Mayor, el lugar de sepultura de Francisco. Decenas de miles, en los distintos rincones del mundo, siguieron la ceremonia a través las ediciones en línea de los diarios o por televisión, también gracias a las pantallas gigantes instaladas en varios puntos de Roma, incluidas la Vía de la Conciliación y la cercana plaza del Resurgimiento.

La llegada del ataúd, luego rodeado por decenas de cardenales vestidos de rojo, fue saludada con la primera salva de aplausos. Tras diversas antífonas y otros cantos litúrgicos, y lecturas de salmos, el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re —uno de los pocos que no fueron creados cardenales por Francisco, sino por Juan Pablo II— pronunció en italiano una homilía en la que rememoró la vida y el legado del pontífice fallecido.

La homilía, centrada en la dimensión más social y política del difunto Papa, fue interrumpida varias veces por los aplausos. La gran conmoción popular ante la figura de Francisco fue un motivo de alegría para la Iglesia, pero también añadió así presión a los cardenales que, en una fecha aún no decidida, deberán reunirse en cónclave para elegir al pontífice encargado de asumir una sucesión sin un favorito claro.

«Fue un papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia», dijo Re. «El hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa de puertas siempre abiertas», añadió. «Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar […] así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México», observó.

Re, consciente de que le estaba escuchando Trump y Zelenski recordó que «frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica».

El cardenal decano quiso que el mensaje quedase claro y así insistió: «Francisco hablaba de la cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tono vibrante. Era su aspiración mundial. Porque todos los hijos del Padre pertenecemos a la misma familia humana y ninguno se salva solo». «‘Construir puentes y no muros’ es una exhortación que repitió muchas veces», remarcó.

El entierro

El entierro prosiguió entonces con la marcha en papamóvil de Francisco hacia Santa María la Mayor, la basílica fuera del Vaticano —otro importante gesto de distancia con sus predecesores—, en la que el Papa argentino había pedido, ya en 2022, ser enterrado. Aquí Francisco tuvo otro último momento que simbolizó quién era el Papa fallecido. Los primeros en recibirle allí fueron algunos presos salidos de prisión con permisos especiales, migrantes, refugiados y personas vulnerables.

Luego, se procedió con la inhumación y la colocación en una tumba de mármol con la única inscripció, «FRANCISCUS», y la reproducción de su cruz pectoral, la que ya tenía cuando era arzobispo en Buenos Aires. El ataúd se colocó entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, al lado del al icono de María Salus Populi Romani de la iglesia, donde ya en días anteriores numerosos fieles ya habían empezado a acudir. El Vaticano decidió no cerrar la basílica ni por un día completo, como había hecho con Juan Pablo II. A partir del domingo, ya se podrá visitar.

Seguridad

Roma, la capital de la cristiandad, estuvo o a la altura de una ocasión sin precedentes en décadas. El despliegue fue imponente. Se estableció una especie de «zona roja» en gran parte del área vaticana, con cortes de calles y prohibición de estacionamiento. En el centro de la ciudad, los autobuses dejaron de circular durante varias horas. La empresa ferroviaria Ferrovie dello Stato destinó a unos 900 trabajadores adicionales —técnicos de mantenimiento, revisores y personal de seguridad— para facilitar la llegada y salida de los peregrinos a la ciudad. A nivel nacional, se suspendieron los campeonatos de fútbol, voleibol y baloncesto.

El dispositivo de seguridad, que ha incluido a más de 11.000 personas, fue extraordinario. Se cerró o el espacio aéreo y se suspendieron las clases. En los tejados cercanos a la basílica de San Pedro se apostaron decenas de francotiradores. En tierra, el Ejército y la Aviación también patrullaron con sus fantasmagóricos ultramodernos fusiles Jammer, capaces de neutralizar drones a una distancia de hasta 400 metros. Incluso se movilizaron unidades NBCR, especializadas en amenazas nucleares, biológicas, químicas y radiológicas. En puntos estratégicos, la policía controló a los transeúntes mediante escáneres 3D, en coordinación con equipos de las fuerzas armadas.

Por la tarde, de forma relativamente ordenada, comenzaron a regresar a sus países las autoridades y los peregrinos. Terminó así también el primer día de Novendiales, las nueve jornadas de luto. Después de esto, lo siguiente será el cónclave y un nuevo papa.

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