‘Chemsex’, sexo y drogas llevadas al límite
El uso de sustancias durante sesiones de sexo siempre ha existido, especialmente en grupos del colectivo LGTBI. Sin embargo, durante los últimos años se ha visto un aumento peligroso del consumo de sustancias en estos actos que, sin control, pueden terminar por causar dependencia y aislamiento social

El abuso de sustancias durante el ‘chemsex’ puede causar adicción y aislamiento social. | Pexels
Diego G. Carballo
Muchos verán la palabra chemsex y les sonará extraño, poco conocido. Es un compuesto formado por chem (de chemicals) y sex (sexo), y es, según el European ChemSex Forum, «un tipo particular de práctica de consumo sexualizado de sustancias entre hombres gays, bisexuales, otros HSH (hombres que tienen sexo con hombres) y personas trans y no binarias que participan en la ‘cultura de sexo casual o sin compromiso’ gay». Esta práctica encarna un consumo de drogas en largas sesiones de sexo, prolongadas durante horas o incluso días. Pueden darse entre dos personas, en tríos o sexo grupal, así como en solitario. En España se conoce también con otros términos como chill, sesión, colocón, guarrichill, chuches o chillouts.
El chemsex es una práctica que existe en una extraña dualidad: muy conocida entre la comunidad LGTBIQ+, pero desconocida entre el gran público heterosexual. Esto lleva a una invisibilización en la investigación durante años, algo que se está intentando corregir gracias a una mayor aceptación social.
El abuso de drogas
El médico del Servicio de Medicina Interna en la Unidad de Procesos Infecciosos del Complexo Hospitalario Universitario de Pontevedra (CHUP) Hadrían Pernas Pardavila trata diariamente temas asociados con el sexo: servicio de PrEP, seguimiento de personas que viven con VIH o tratamiento de infecciones de transmisión sexual (ITS). En los últimos años ve cómo el chemsex se hace más prevalente: «El sexo con drogas siempre existió, pero el chemsex es una práctica diferenciada practicada por personas que participan en sexo casual gay. ¿Por qué esta gente? Se cree que el consumo de sexo es mayor en las personas socializadas como hombres, respondiendo al rol social impuesto por el sistema cisheteropatriarcal basado en tener las máximas parejas sexuales posibles, al contrario de lo que le pasa a las mujeres, que son criticadas si lo hacen».
El aumento exponencial del chemsex viene también de la mano de las aplicaciones de citas o redes para tener sexo, como Grindr o Scruff, y también de redes sociales en las que se consiguen drogas. Las más ligadas a esta práctica, además del alcohol, el tabaco y los poppers, son el GHB (gamma hidroxibutírico, a veces conocido como éxtasis líquido), la mefedrona, el MDMA y el cristal. El GHB produce mayor excitación sexual y es especialmente peligroso, ya que su consumo debe ser muy controlado y una dosis alta puede acabar en coma. Por su parte, la mefedrona se consume por vía nasal y produce desinhibición.
Además de los daños que causa el abuso de drogas, como agitación, psicosis agudas o intentos de suicidio, las prácticas sexuales derivadas pueden llegar a ser muy agresivas, causando lesiones en el pene, desgarros anales, perforaciones intestinales por fisting o introducción de objetos en el ano, propagación de ITS, etc.
La salud mental
Según Pernas, el consumo de drogas con el sexo no siempre se debe etiquetar de problemático, «pero observamos personas que hacen un consumo que lo es: empiezan a desarrollar dependencia, dejan de lado a su familia y amigos, su trabajo, entorno, etc.». Para estos usuarios, el consumo de drogas es una solución a sus problemas, por lo que, para atajar el problema, los profesionales no deben enfocar la problemática en las propias substancias, sino enfocarlo en los motivos de consumo que suelen relacionarse con problemas de salud mental. «Los consumidores de chemsex han sido muy discriminados por la sociedad, sufrieron muchos abusos y, en consecuencia, hay muchos problemas de ansiedad y depresión».
Encuestas realizadas por ONG lo corroboran: las personas que consumen chemsex tienen una mayor proporción de problemas psicológicos como ansiedad o depresión. Además, se observa cómo la existencia de homofobia interiorizada es un detonante que las lleva a consumir para deshacerse de esos sentimientos negativos y poder desarrollar su vida sexual. «Otras personas en las que vemos más consumo son aquellas que viven con VIH. Estas personas no son enfermas, gracias al tratamiento antirretroviral son personas sanas que no desarrollan SIDA y tienen el virus controlado de tal manera que no lo transmiten, pero sufren una estigmatización extra por ello», explica.
En general, las motivaciones de los usuarios de chemsex para hacer uso de ello son varias: para que el sexo sea más placentero, ya que debido a su situación psicológica no lo disfrutan, para tener más aguante físico, sentir más confianza o evadirse de problemas y sentirse integrados en un grupo.
Una de las claves que Pernas da para controlar el problema del consumo excesivo de chemsex es el desarrollo de la red social de la persona, es decir, el entorno dónde viven y con quién se rodean, ya que tienden a aislarse: «Muchas veces se desarrolla un programa de pares, en los que los usuarios se ven con personas que pasaron por lo mismo y les ayuda mucho», explica. «Yo creo que debemos trabajar en el día a día de estas personas, buscando la mayor satisfacción y bienestar personal, fundamental para reducir esta práctica. La persona que consume chemsex de forma problemática es una persona cuyo día a día se basa en trabajar e ir al gimnasio, y su ocio se produce los fines de semana yendo a los lugares de consumo de chemsex. Lo importante es que la vida le ofrezca más cosas, y el entorno social es fundamental».
El estigma social
Además, Pernas cree que otro de los objetivos a conseguir es que la sociedad vea las relaciones sexuales en el colectivo LGTBIQ+ de otra manera: «La sexualidad la desarrolla cada uno como quiere, puede y le hace feliz. No es un problema tener sexo con todas las personas que quieras, lo único que hay que hacer es protegerte a ti mismo y a los demás. Probablemente las personas del colectivo, especialmente hombres gays y bisexuales, HSH, personas no binarias y mujeres trans, sean las personas con mayor preocupación por su salud sexual, por lo que vemos en consulta. En el mundo heterosexual vemos todo lo contrario, personas con muchas parejas sexuales sin uso de preservativo o control, pero como su sexualidad no está estigmatizada, no se ve como un problema cultural».
El estigma puede llegar a niveles extremos: «Tenemos información de que en la Comunidad de Madrid se está persiguiendo al consumidor, en vez de al traficante, en muchas ocasiones de una forma muy humillante en lugares donde se consume sexo entre hombres como las saunas o locales de ambiente. Esta dinámica contribuye a la estigmatización tanto del consumidor como del propio colectivo LGTBI», denuncia el médico. Criminalizando al consumidor, lo único que se consigue es un problema mayor, según comenta Pernas, ya que estas personas se aíslan socialmente, desencadenando mayor exclusión social y un aumento de ansiedad y depresión que se traduce en mayor consumo: «Ligar esto a un grupo de personas, ya sea por su orientación sexual o su identidad de género, solo porque una parte practique chemsex, es un error y un arma política para ir en contra de ellas. Debemos dejar de generalizar y de hablar de grupos de riesgo para hablar de prácticas peligrosas», finaliza.
Las drogas se consumen de varias formas: fumadas, esnifadas, inyectadas por slamming...: «El slamming es problemático, porque tienden a no pincharse bien o hacerse lesiones en los brazos. Nosotros damos recomendaciones de cómo consumir si lo van a hacer igualmente. Cada uno con su jeringuilla, si las necesitan se las proporcionamos, les damos papeles para enseñarles dónde se tienen que pinchar si lo van a hacer, etc.», asegura Pernas.
«Ya sabemos que no se va a dejar de consumir, así que por lo menos que podamos reducir los riesgos asociados. El consumo no va a cambiar de un día para otro. Yo derivo al paciente a la unidad de atención a drogodependientes, y lo pongo en contacto con un psicólogo de apoyo positivo. Hablamos abiertamente del tema, explicamos los riesgos, que nos gustaría que no se practicara, pero que sabemos lo que implica una adicción, y les damos herramientas para reducir riesgos». Pernas dice que su trabajo no incluye hacer juicios de valor, y cree que la medicina debe dejar atrás el «paternalismo» de decirle a la gente lo que tiene que hacer, ya que ya son adultos: «Somos personas autónomas, si una persona quiere consumir, no lo vamos a estigmatizar ni a juzgar por ello, pero les vamos a explicar los riesgos que conlleva para su salud. Y, las personas que quieran dejarlo, lo hablamos e intentamos resolverlo».
Reducir el riesgo durante el consumo
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