Entrevista | Helena Fernández Presidenta de la Red Nacional de Infértiles

«Lo que más duele no solo es el diagnóstico, es la soledad»

«Hay empatía, sí, pero sigue siendo superficial. Falta escucha, falta información, y falta una mirada más humana»

Helena Fernández.

Helena Fernández. / Juan Prades

Ágatha de santos

A Coruña

La asociación Red Nacional de Infértiles (RNI) lleva diez años apoyando a personas infértiles. Este colectivo defiende que se trate la infertilidad como un problema de salud pública, y reclama igualdad en el acceso a tratamientos, sin discriminación por edad, estado civil o identidad, así como una atención emocional real, recursos para acompañar a los pacientes, campañas de visibilidad, más investigación y formación sanitaria. «Y sobre todo, pedimos respeto. Porque no somos casos clínicos; somos personas atravesando un proceso muy duro», afirma su presidenta, Helena Fernández.

¿La sociedad es empática con las parejas infértiles?

En estos diez años de trabajo de la asociación hemos mejorado como sociedad, pero no lo suficiente. Aunque cada vez hay más conciencia, sigue sin haber una comprensión real del impacto emocional y vital que tiene la infertilidad. A menudo se trivializa, se invisibiliza o se desconoce por completo. La infertilidad no solo afecta al cuerpo, afecta al proyecto de vida, a la identidad, a las relaciones personales, al trabajo y a la salud mental. Vivimos en una sociedad que asume que ser madre o padre es lo «normal» y lo esperable, y que todo el mundo lo conseguirá tarde o temprano. Esa presión cultural se convierte en silencio, en culpa y en una sensación constante de estar fallando. Hay empatía, sí, pero sigue siendo superficial. Falta escucha, falta información, y falta una mirada más humana hacia quienes atravesamos un proceso tan complejo y duro como es este. Necesitamos una sociedad más informada, más empática y menos juzgadora.

¿Qué debemos olvidar?

Debemos evitar los juicios, los consejos no pedidos, las comparaciones y las frases vacías que, aunque bienintencionadas, pueden hacer mucho daño: «Relájate y lo conseguirás», «Estás obsesionada y por eso no te quedas embarazada», «Mejor sin hijos, así vivís mejor», «Todo llega cuando menos te lo esperas»... Estas frases niegan el dolor, simplifican procesos profundamente complejos y culpabilizan, aunque no lo parezca. Es importante dejar de reducir la experiencia de la infertilidad a una carrera médica. Detrás hay personas, duelos, decisiones durísimas, cuerpos agotados, relaciones que se tambalean. No todo es técnica y perseverancia. Además del tratamiento médico, lo que más nos ayuda no es lo qué decimos, sino cómo acompañamos: con presencia, con respeto, con silencio cuando hace falta, y sin exigir que el dolor se oculte ni que la persona pase página cuanto antes. Muchas veces, lo que más duele no es solo el diagnóstico, sino la soledad en la que se vive.

¿Por qué no se habla del tema?

Porque nos confronta con el dolor, con la pérdida, con la idea de no controlar el propio cuerpo o el propio futuro. Porque rompe la imagen idílica de la familia perfecta. Quienes no lo logramos sentimos que fallamos, que no encajamos, que nuestro dolor no tiene lugar. Porque duele, está cargado de culpa y socialmente se espera que tener hijos sea fácil, natural y deseado. El silencio es una forma de protección, pero también una forma de perpetuar el estigma. Hablar de infertilidad es incómodo, pero necesario.

¿Cómo afecta esta invisibilidad?

Aísla, genera soledad, agrava el sufrimiento y dificulta que pidamos ayuda o accedamos a recursos. También impide que se generen políticas públicas adecuadas. Lo que no se ve, no existe. Y cuando no se habla de infertilidad, tampoco se piensa en quienes la vivimos, ni en nuestras necesidades emocionales, económicas o sociales.

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