El ginecólogo con 10.000 nacimientos a sus espaldas
El doctor Juan José Vidal, jefe de Ginecología del Hospital Ruber Internacional de Madrid, de 86 años, continúa en activo y, aunque ya no puede afrontar operaciones de más de tres horas, aún atiende partos y cesáreas. Empezó su carrera en 1964 y ha ayudado a parir a toda su familia. Hace apenas un mes trajo al mundo a su primer bisnieto

El ginecólogo Juan José Vidal. | Dabid Raw
Pablo Tello
Lo recuerda como si hubiera ocurrido ayer. Llegó a la habitación número dos, la más alejada del quirófano. Allí había una mujer, ya de parto. En el momento de la exploración, la bolsa de líquido amniótico se rompió y dejó salir parte del cordón umbilical. «Eso es mortal. Si se comprime, el bebé se queda sin sangre», dice Juan José Vidal, jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Ruber Internacional, en Madrid. Aunque en ese momento mantuvo la calma, sabía que de no actuar con rapidez, la vida del niño corría peligro: «Había que hacer una cesárea de urgencia, pero para no cortar el riego sanguíneo, metí la mano dentro y empujé al bebé, liberando así el cordón. Fui desde la habitación al quirófano sentado en la cama con ella y no saqué mi brazo hasta que el crío salió sano y salvo». Como esa, cientos de historias cruzan la mente del veterano al echar la vista atrás. Vidal, en activo a sus 86 años, no abandonará la consulta hasta que su equipo, el Atlético de Madrid, gane la Champions: «Este año tenemos posibilidades».
Tras tantas décadas, sin embargo, cuerpo y mente se resienten. «Para mí este oficio es casi ya una obligación. Estoy aquí por mis pacientes, no por mí. Cada vez que me llaman a las 4 de la madrugada me sienta como una patada en el estómago», añade. De los compañeros con los que comenzó en la profesión, solo él sigue en activo: «Todos están jubilados o muertos. No hay semana que no fallezca uno. Soy consciente de que estoy viviendo por encima de la estadística y cada vez me veo menos cualificado en los partos». Hace un año, pasó dos meses ingresado tras tropezar en una escalera antes de dar una conferencia: «Me rompí el fémur y el hombro y aún no me he recuperado del todo. No puedo estar mucho rato de pie ni hacer operaciones de tres o cuatro horas. Partos y cesáreas sí. Saco el niño y me voy». Hace unos años ya decidió no atender a nuevas pacientes con el fin de ir reduciendo su agenda: «Son incondicionales y no puedo dejarlas. El otro día atendí el sexto parto de una francesa que siempre ha venido a Madrid para dar a luz conmigo».
Nació 19 días después del fin de la Guerra Civil. Su padre, originario de La Palma, murió en una operación de apendicitis cuando él tenía tres años. «Entonces no había antibióticos y nuestra vida cambió por completo. Mi madre regresó a Madrid con mi hermana y conmigo para estar con su familia y, cinco años después, volvió a casarse», relata. Esta vez con un médico que se convertiría años después en mentor de un Juan que aún no sabía qué quería ser de mayor: «Él me transmitió el amor por esta profesión. Cuando hablo de mi padre me refiero a él, que ejerció de ello de forma maravillosa». A lo largo de su carrera desarrolló un especial interés por la actividad quirúrgica, accediendo a la cátedra de cirugía general. Pero, tras una desconcertante primera experiencia, decidió cambiar el rumbo. «Lo que más me gustaba entonces eran las mujeres, así que me decanté por la ginecología», bromea.
«El primer bebé fue en 1964 y tiene hoy 61 años. Y el último algo menos de un día de vida». Terminó la carrera en Madrid y, tras hacer la mili, fue destinado al Hospital de Cruces, en Barakaldo, Vizcaya, donde dio los primeros pasos en la especialidad. «No solo hice mis primeras cesáreas como residente, sino que también conocí a la que sería mi mujer. Era la jefa de quirófano y se estableció tan buena relación entre nosotros que al año siguiente ya estábamos casados».
Juntos, regresaron a Madrid cuando él empezó a trabajar en el Hospital de La Paz, inaugurando la Unidad de Maternidad, como residente, adjunto y, finalmente, jefe clínico. Posteriormente, ocupó la jefatura del Hospital Puerta de Hierro, donde inauguró el Servicio de Ginecología; daba clases en la Universidad Autónoma; y trabajó en el extinto Hospital Militar del Aire hasta 1987. Entre tanto, de aquella relación nacieron sus tres hijas, a las que apenas pudo atender en su infancia. «Fue mi mujer quien las crió porque yo siempre estaba atendiendo partos». El punto de inflexión que le permitió bajar el ritmo llegó con la apertura del Hospital Alemán en Madrid en 1978 (hoy, el Hospital Ruber Internacional, del grupo Quirón Salud): «Me hicieron una oferta full time aquí para que crease una unidad específica para la mujer. Implicaba dejarlo todo, pero me satisfizo, ya que me permitiría concentrar mi trabajo en un solo lugar».
Las cosas han cambiado. Al inicio de su carrera, Madrid solo tenía un escáner médico, en la clínica Ruber de Juan Bravo: «Cuando venía un paciente con un tumor no podíamos ver nada con la ecografía. Se pasó de la cicatriz longitudinal, que iba del pubis al pecho, a la transversal de Pfannestiel, que permitía disimularlo. Ahora, con los robots y la laparoscopia, apenas quedan marcas». Cuenta que algunos compañeros intervienen a un paciente barcelonés manejando un robot en Madrid.
«A mí ese tipo de técnicas me han pillado mayor», lamenta, dejando claro que el relevo generacional estará marcado por la tecnología y la inteligencia artificial. Cuenta que hasta 1965 era imposible conocer el sexo de un bebé hasta el nacimiento. Con la llegada de la ecografía, las cosas cambiaron. «Hace unos años, para saber si venía con Síndrome de Down, había que hacer una amniocentesis y era un riesgo pinchar la tripa de la madre. Ahora con un análisis de sangre se soluciona», sostiene. Cuando trabajaba en el Hospital de La Paz, su equipo llegó a atender más de 120 partos diarios.
De todos los alumbramientos, quizás, el más especial lo atendió hace algo más de un mes, cuando su nieta voló de Londres a Madrid para dar a luz con él. «He atendido los partos de mis tres hijas y de mis cuatro nietos, pero este era el más especial: mi primer bisnieto. Fue difícil, psicológicamente hablando, aunque el parto fue maravilloso. Estaba feliz y orgulloso de atenderla. Sin embargo, sentía mucha presión por si se complicaban las cosas y yo no estaba a la altura. Tengo más de 10.000 partos a mis espaldas, pero me daba miedo la reacción de la gente en caso de haber problemas. Pero todo salió bien», expresa.
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