Era el día de San Miguel, patrón de la parroquia de Vintín (Fornelos) , y Rocío Piñeiro Oitavén, en la recta final de un embarazo largamente deseado no pudo desplazarse a su pueblo. Así que acudió con su madre, que viajó desde Galicia para acompañarla en el parto, a honrar al Arcángel a una iglesia próxima a su domicilio madrileño, donde reside desde que hace dos años se trasladó desde Pontevedra con su marido por motivos de trabajo: él, como ingeniero de una multinacional y ella, como empleada en una sucursal de Caixanova.

Antes de que pudiera sentarse en el banco del templo, Iván Berral Cid, un indigente de 34 años que vivía en la calle, con un largo historial policial y orden de alejamiento de su última pareja que también está embarazada, le disparó en la cabeza, corrió por el pasillo a tiros hiriendo a otra mujer -que no corre peligro- y finalmente se quitó la vida de rodillas en el altar de cara a un público horrorizado. El homicida se creía "perseguido por el demonio", según una nota que llevaba encima. Una cesárea de urgencia en una UVI móvil a pie de iglesia permitió salvar la vida del bebé de Rocío Piñeiro, un niño que permanece en la UCI y cuyo parte médico no se dará por expreso deseo de la familia.

La madre de la fallecida, testigo directo del crimen, caminaba unos pasos delante de su hija por el pasillo de la iglesia cuando oyó una detonación. Se giró y la vio caer al suelo. Gritó "¡ayúdenla, que está embarazada!", para descubrir con horror al acercarse que yacía en un gran charco de sangre. La mujer, según varios testigos, repetía "me han matado a mi hija, me han matado a mi hija". El marido de la joven llegó momentos después y tuvo que ser atendido por los servicios sanitarios ante el fuerte estado de shock que presentaba.

Casi de inmediato la noticia del macabro tiroteo estaba ya en la televisión del bar de Fornelos donde Mario Piñeiro, Nené, se encontraba con varios amigos, incluido el alcalde del municipio, Emiliano Lage, aunque no sabían quien era la víctima. El regidor estaba ya en su casa cuando recibió la llamada de la nuera de Nené. Le explicó lo que pasaba y le pidió que acudiera a acompañarle, pues estaba solo en el municipio, hasta que llegara su hijo y que no le dijera nada. Cuando el regidor regresaba al bar oyó los gritos de dolor de su amigo: le habían dado la noticia por teléfono.

La familia directa de Rocío Piñeiro viajó ya la noche del jueves desde Fornelos a Madrid, donde hoy se celebrará el funeral y será incinerada en el tanatorio de la M-30. Los padres de su marido, Federico Ventura, y varios familiares de éste también se trasladaron a Madrid, y seguían la evolución del bebé en el hospital.

El homicida, Iván Barral Cid, estuvo merodeando durante todo el día por las inmediaciones de la iglesia de Santa María del Pinar, en Ciudad Lineal, y ya por la tarde preguntó a varias personas a qué hora comenzaba la misa. Minutos antes de las ocho de la tarde, cuando el sacerdote que iba a oficiarla había encendido las velas y se cambiaba de ropa en la sacristía mientras más de medio centenar de fieles ocupaban sus sitios, tuvo lugar el sangriento suceso.

Vestido con unas bermudas de cuadros blancos y azules, una camiseta y una gorra blanca que se quitó para disparar, Barral Cid entró en la iglesia con una pistola de fogueo, reconvertida para disparar fuego real, oculta en la funda de una raqueta de squash.

"Me podría haber matado a mí o a otra persona pero fue a ella directamente", relató Jesús Herranz, un vecino del barrio que estaba situado detrás de la víctima. El hombre "entró, le puso una pistola en la cabeza y la mató", asegura. Después le miró a él pero siguió hacia el altar "y empezó a intimidar con la pistola, como metiendo miedo". Volvió a disparar y una de las balas impactó en el pecho de otra mujer, María Luisa F.C. de 52 años. Presenta cuatro heridas no penetrantes por arma de fuego y contusión pulmonar derecha, por lo que permanece herida en el Hospital La Paz aunque no se teme por su vida, según fuentes sanitarias.

Ante el pánico de los fieles el agresor se detuvo "cuatro o cinco metros antes del altar, se arrodilló y, de espaldas al altar y mirando a la calle y a la persona a la que había matado se metió la pistola en la boca y disparó". En ningún momento se le escuchó decir nada, según los testigos.

El asesino, de conducta violenta, contaba con un largo historial de condenas en los últimos 20 años por tráfico de drogas, resistencia o atentado a la autoridad, además de violencia de género.