"Andreas, muerto como primer oficial en el trágico vuelo. Cuando era adolescente se dio cuenta de que quería ver cumplido su sueño de volar. Comenzó en una escuela de vuelo sin motor y logró ser piloto en un Airbus 320. Fue capaz de cumplir su sueño, el sueño que tan caro ha pagado ahora, con su vida", aseguraban hace unos días en el club LSC Westerwald, donde Lubitz comenzó a volar. Ahora están consternados al saber que echó abajo el Airbus.

El joven, nacido en 1987, entró en la escuela de pilotos en Lufthansa pero algo se rompió durante aquellos años. Un periodo duro en el que estuvo alejado de su familia en Montabaur, en Renania-Palatinado. Los compañeros de estudios de Andreas Lubitz apuntan a que el copiloto sufrió, durante ese periodo de formación el llamado síndrome burn out o del quemado, que es una respuesta a situaciones prolongadas de estrés. Los síntomas son de agotamiento, tanto físico como emocional, una actitud suspicaz, desconfiada o escéptica frente al trabajo o los compañeros, y la sensación de que no se están realizado de forma eficiente las tareas.

Lubitz se recuperó y siguió adelante. En la compañía le tenían como "un joven con proyección". Nadie imaginaba por lo más remoto que pudiese desencadenar una tragedia como la de los Alpes. Sus vecinos de Düsseldorf no acaban de creer que aquel chico "tranquilo y amigable" del barrio haya podido perpetrar "un acto tal de egoísmo".

Hay dos tipos de suicidas, los depresivos y los que "sufren una locura súbita, un brote psicótico", indica el psiquiatra Manuel Bousoño. Lubitz no parece ser un psicótico, añadió, por lo elaborado de sus actos. "Que se encierre en la cabina y que no conteste al capitán cuando llama a la puerta, indica lo premeditado de su comportamiento", indicó Bousoño.

Por tanto, apuntó a que podría sufrir un proceso depresivo, siempre con todas las reservas, dados los escasos datos que se conocen. Sí apuntó a una posible inquina o ira hacia la compañía. "Parece estar diciendo: 'Me voy a morir, pero me llevo un avión por delante', con el daños y desprestigio que supone para la compañía", añadió Bousoño. El psiquiatra resaltó el fuerte seguimiento médico y psicológico de los pilotos. Pero "la capacidad de determinar quién se va a suicidar escapa a los profesionales, cualquiera le daría de paso".

"No parece un problema de salud mental, aunque claro que lo ocurrido tiene que ver con la cabeza", opinó el psiquiatra Julio Bobes, quien no se atrevió a ahondar más. Y es que todo cabe, desde un desengaño amoroso al simple deseo de morir.

El psicoterapeuta Christian Lüdke fue más allá en el diario alemán Bild y opinó que Lubitz "lo había planeado cien veces en su cabeza". Para Lüdke, "quienes cometen un suicidio prolongando, como es este caso, tienen un deseo de muerte, quieren morir y matar, son muy agresivos y están llenos de ira". Por alguna razón, consideran que no son tomados en serio, que son maltratados y que no se les reconoce como debieran, y quieren hacer experimentar a los demás lo mismo.