Aunque las defensas de Rosario Porto y Alfonso Basterra parecen haber acercado sus posturas, que se manifiestan en las varias coincidencias entre sus declaraciones, en que ambos se califiquen al uno al otro de padres modélicos o en que la letrada del periodista se esfuerce en aclarar que nunca intentaron "trasladar" a su exesposa la culpa de la administración de Orfidal a la niña, los dos acusados siguen manteniendo una actitud casi opuesta en la sala de vistas. Mientras la abogada viste, como desde el primer día, de negro riguroso y con un rostro en el que menudean las lágrimas, su exmarido mantiene una actitud más fría y relajada, aunque por momentos también altiva y desafiante.

En el caso de Porto, solo durante el interrogatorio a su exmarido, el pasado viernes, se la vio más activa, tomando algunas notas. Si ya durante el interrogatorio al que se sometió ese día a Basterra este incluyó alguna invectiva hacia el tono con el que el fiscal o la acusación particular le hacían las preguntas (aparte de demandar que llamaran a la niña por su nombre, y no aludieran a ella como cadáver), ayer, justo cuando no pronunció ni una palabra, el magistrado presidente del tribunal, Jorge Cid, le llamó "por primera vez" al orden. Pero no hizo falta que hablara. "No se le puede permitir estar haciendo gestos de desaprobación durante las sesiones", le recriminó el juez.

La de ayer fue la cuarta jornada del juicio que obligó al exmatrimonio a desplazarse desde Teixeiro y, en línea con las anteriores, también se prolongó más allá de la hora de comer porque por la sala desfilaron trece testigos, aunque, por la extensión que le dedicaron las partes, el último, el de un guardia civil que acudió al lugar donde se halló el cadáver y que participó en los registros de las viviendas de los acusados, fue el más complejo.

Previamente había ocupado su plaza en el estrado dispuesto para los testigos uno de los jardineros de Montouto. Este explicó que trabajaba limpiando la finca desde tiempos del padre de Rosario Porto y que solían, en grupos de dos o tres personas, cortar la hierba o las ramas de los árboles o limpiar la finca. Declaró que él o sus compañeros "jamás" habían tenido acceso a la vivienda, aunque sí a un cobertizo de herramientas. Pero no fue allí, sino en la despensa, donde al parecer se halló una bobina de cuerda de un tipo similar a la encontrada en una papelera del chalé y junto al cuerpo de la niña. Aunque Basterra había apuntado que la cuerda podían usarla los jardineros o para embalar y Porto había ratificado que su madre podía utilizarla para hacer injertos, el que testificó ayer aseguró no sabía nada de dicho elemento y que ni él ni sus compañeros empleaban dicha cuerda.