María José Arcos, compostelana de 35 años, apuraba sus vacaciones. El 15 de agosto de 1996, un caluroso jueves, arrancaba un largo puente y ella, que inicialmente había planeado una escapada hasta el domingo, redujo su salida a un único día tras recibir una llamada telefónica. Su destino, aparentemente, la playa. "Ya te dije que vuelvo a la noche", respondió cuando su madre, al despedirse de ella en el portalón de la finca, le volvió a preguntar qué iba a hacer ese largo fin de semana. Eran las doce del mediodía cuando dejaba su casa en Santiago al volante de su Seat Ibiza rojo. Pero nunca regresó. Ni esa noche ni ninguna de las siguientes.

Han pasado 21 años desde que María José desapareció sin dejar rastro. De ella no se volvió a saber nada. Su cadáver nunca fue hallado. Funcionaria del Servicio de Extensión Agraria de la Xunta, trabajo que compatibilizaba por las tardes con otro en el sindicato Unións Agrarias, era el único miembro de una familia de siete hermanos que seguía viviendo con su madre. Aquel verano compartía el tiempo de ocio y relax con la preparación del último examen que le faltaba para consolidar su plaza de funcionaria. Nada hacía presagiar una tragedia.

Situémonos en el 15 de agosto. Apenas tres días más tarde, el 18, debía volver a su puesto de trabajo, así que María José se propuso aprovechar el final de sus vacaciones. Estaba contenta, animada. Se acababa de comprar un traje de color verde agua y un biquini de tono salmón. El mismo con el que la vieron dos de sus hermanas, Rosa y Manuela, el 14 de agosto, la víspera de su desaparición, horas antes de iniciar el puente de la Virgen. "Voy a aprovechar para irme estos días por ahí", les adelantó en la playa en Muros, antes de regresar a Santiago. Esa tarde aún tuvo tiempo para ir a la peluquería y tomarse algo con unas amigas en una terraza. Sin embargo, aquella noche, mientras planchaba la ropa para el viaje, recibió una llamada telefónica en casa que le obligó a cambiar, contrariada, sus planes. Su escapada de fin de semana se reduciría a un solo día.

¿Qué pasó para que esta compostelana, una mujer independiente pero familiar, nunca regresase a casa, como le había prometido a su madre? Al puzle de su desaparición le faltan muchas piezas. Demasiadas. Sin embargo, una de las pocas, y quizás la más importante hasta la fecha, fue hallada a los pies del faro de Corrubedo. En la explanada apareció su Seat Ibiza. Alguien lo estacionó entre las tres y las seis de la madrugada siguiente, la del viernes 16. Manuela, la señora del faro, avisaría después a las fuerzas de seguridad de que aquel coche llevaba allí dos días "sin que nadie lo moviese". Las pesquisas policiales sobre la titularidad del vehículo desembocaron en una llamada a la vivienda familiar de María José.

"Aunque le había dicho a mi madre que iba a volver el jueves por la noche, no nos preocupamos ya que inicialmente su plan era estar todo el puente fuera; era una mujer independiente de 35 años?", recuerda ahora su hermana Rosa, quien desde el principio se erigió como portavoz de una familia que nunca ha dejado de luchar para que se esclarezca el caso. Tras el aviso de la localización del turismo, Rosa se trasladó el domingo a Corrubedo. El automóvil estaba cerrado y en perfecto estado. "¿Lo primero que pensé? Ésta se fue por ahí y le robaron el coche", explica hoy.

Pero pocas horas después saltarían las primeras alertas. La familia comenzó a hacer llamadas para saber dónde estaba María José. Pero nadie del entorno la había visto los últimos días. Entre las personas con las que contactaron estaba su mejor amiga. "Ella tenía el convencimiento, igual que nosotros, de que había pasado ese tiempo con su novio", asegura Rosa. Así que no pararon hasta dar con él. Con Ramiro. "Él nos dijo que no sabía nada de ella, que no había estado con ella; y ahí se desataron las alarmas".

Así que presentaron la denuncia de desaparición. Y el 18 de agosto, el día en el que María José debía reincorporarse a su trabajo, la Guardia Civil abrió su coche en Corrubedo con unas llaves de repuesto que la familia les entregó. Allí, a la vista -algo impropio de la compostelana ya que solía guardar todas sus cosas en el maletero-, estaban muchos de sus efectos personales: la mochila de la playa, una chaqueta y su bolso.

Y dentro de él casi todas sus pertenencias. La cartera con la documentación personal y dinero, así como una cajetilla de tabaco ya empezada junto al mechero. Un detalle que sus allegados no pasaron por alto. "Mi hermana era muy fumadora, iba con el tabaco hasta al servicio; nunca habría salido del coche sin sus pitillos", inciden. De lo poco que echaron en falta fueron sus gafas de sol y una bolsa con ropa. "Suponemos que ahí estaba su biquini nuevo de color salmón, que nunca apareció; y el traje verde que también se había comprado", conjeturan.

El examen del coche arrojó otros datos inquietantes. Cuando Rosa se subió para traerlo de regreso a la vivienda familiar, ella, que mide 12 centímetros más que su hermana, no fue capaz de alcanzar los pedales: el asiento del conductor estaba muy retirado hacia atrás. El espejo retrovisor también estaba colocado para una persona más alta. Esto no casaba con el hecho de que la última persona que lo hubiera llevado fuese María José.

"Ella era pequeñita, medía 1,60, y conducía pegada al volante", dicen. Pero hubo más. En la primera inspección al vehículo no se halló ninguna huella, ni siquiera de la desaparecida. Zonas que obligatoriamente debía haber tocado al conducir, como el volante o el cambio de marchas, estaban sospechosamente impolutas. Alguien, eso parecía, las había limpiado a conciencia.

En una segunda inspección, meses después y con medios policiales más sofisticados, solo se encontraron rastros de su hermana Rosa. Lógico. Porque fue ella quien había trasladado el coche desde el faro hasta el garaje familiar en Santiago. Y ahí permaneció durante años el Seat Ibiza a disposición de los investigadores.

El caso recayó en el Juzgado de Instrucción número 1 de Ribeira. Y de la investigación, en aquella etapa inicial, se hizo cargo la Policía Nacional de Santiago. La familia de María José denuncia que durante las primeras pesquisas (la fase más importante) las cosas se hicieron "rematadamente mal". "El de mi hermana es un claro ejemplo de lo que no se debe hacer en un caso de desaparición; se frustraron las pocas pistas fiables que existían. Lo que nos decía al principio la Policía era que ella se había ido por voluntad propia; que salía con un adonis que le dio calabazas y que todo fue fruto del disgusto", recuerda Rosa Arcos.

La familia descartó siempre la hipótesis del suicidio o que fuese víctima de un posible aunque inverosímil golpe de mar en Corrubedo. Porque aquel día el mar estaba en calma. Frente al criterio policial, el entorno de la santiaguesa puso el foco siempre en el que consideraban su novio, Ramiro.

Él siempre negaría esa relación de pareja, reduciéndola a una amistad. Un hombre que, ya con las pesquisas en manos de la Guardia Civil, acabaría siendo detenido el 5 de abril de 2011. Habían transcurrido 15 años desde la desaparición. El juzgado, ante las contradicciones en su testimonio, decretó prisión provisional. Parecía haberse dado un gran paso en un caso que siempre se había movido en un mar de sombras. Aparecía, por fin, un pequeño destello de luz.

¿Cuáles eran esas contradicciones que llevaron a esa persona a prisión? En uno de los autos judiciales de la causa se citaban. El hombre, en un primer momento, negó haber tenido contacto con María José los días 14 y 15 de agosto. Pero después "admitió y se pudo comprobar" que en la víspera de la desaparición habían hablado por teléfono.

También en los documentos judiciales aparece reflejado el supuesto préstamo de un millón de las antiguas pesetas (6.000 euros) que María José le había hecho meses antes de desaparecer, en abril de 1996. Para la Justicia, "existen indicios de que la mujer sí le había entregado esa suma de dinero".

Y la familia de la desaparecida está convencido de ello. "Mi hermana había retirado 250.000 pesetas de dos cuentas y 500.000 de otra conjunta con mi madre", afirma Rosa, que sospecha que entre María José y Ramiro pudo haber una discusión por la tardanza en devolverle el dinero. "Mi madre le pedía a María José la cuantía de la cuenta común para el banquete de boda de mi hermano, así que ella necesitaba que él le devolviese el dinero", argumenta. Rosa mantiene que el móvil económico, y un posible problema de pareja, son factores clave para entender su desaparición.

Tras el encarcelamiento del sospechoso, se sucedieron los registros en las propiedades del entonces imputado. También se realizaron rastreos en varias fincas con georradar en busca de posibles restos de María José. Nunca se halló el mínimo vestigio. Nada. Los esfuerzos resultaron, en palabras de la Justicia, "infructuosos". Estaban ante un túnel oscuro sin salida a la vista.

Cuando apenas había transcurrido un mes desde el arresto, la Audiencia de A Coruña ordenó la libertad de Ramiro. La pequeña luz que se había encendido se apagaba. Más allá de sospechas o de algún "débil" indicio, no había nada contra él. Este órgano provincial le exoneraría en 2012 de forma definitiva. Ramiro estaba libre de todo cargo y la causa quedaba archivada provisionalmente. Y así continúa a día de hoy. En todo caso el tribunal se mostraba convencido de que existían "indicios" que apuntan a que su desaparición "pudo deberse a un acto delictivo de terceras personas". Sí, ¿pero quién?

El paradero de María José sigue siendo un misterio, quizá un crimen sin resolver, un agujero negro en la historia policial que aguarda que alguien o algo le arroje luz. ¿Cómo soporta su familia esta tortuosa ausencia? "Es como padecer una enfermedad crónica; hay momentos buenos, pero otros malos, de recaídas, de dolor? Y no hay medicina que cure esto", resume Rosa. Pasados 21 años, las heridas siguen abiertas. Hoy María José tendría 56 años. Seguramente, nada que ver con aquella mujer independiente y con proyectos profesionales en marcha que acababa de estrenar un biquini salmón. Su caso es un expediente X. Dos décadas después esa X aún pesa como una losa en el corazón de su familia y amigos.