María Caballero, Aquilino Navarro y Francisco Caballero recordarán el día de ayer como aquel en el que (con 85, 77 y 83 años, respectivamente) volvieron a nacer. Y es que las consecuencias que dejó la cuarta tromba de agua más grande de la historia en el mes de junio les alcanzó de lleno: los tres quedaron atrapados en su vehículo cuando una riada de agua y lodo los empujó dentro de un terreno agrícola de caquis a apenas dos kilómetros de la localidad de Alginet.

Con el tiempo en su contra (pues el agua comenzó a llenar el vehículo), llamaron a su sobrino Julián Bonet, que vive en la localidad, alertándole de lo ocurrido y avisándole de que se «diera prisa en llegar porque, de lo contrario, en veinte minutos moriremos ahogados».

María, Aquilino y Francisco, naturales de Algemesí, se subieron al coche, como cada domingo, para visitar en Alginet a su sobrino Julián Bonet. Sin embargo, los algemesinenses no contaron con los destrozos e inundaciones que los cerca de 61,8 litros por metro cuadrado que se registraron en Algemesí habían dejado en la zona. «Son personas muy mayores», alertó Julián.

Así, cuando Francisco Caballero, que iba al volante, siguió la ruta habitual se topó con que el puente que debían cruzar para llegar a Alginet estaba inundado. De mutuo acuerdo decidieron cambiar la ruta del viaje por un camino rural para llegar a su destino, en lugar de dar media vuelta y volver sobre sus pasos.

Nada más entrar en el camino, una riada de agua y lodo los empujó hasta el interior de uno de los campos. «Al pasar, el agua nos arrastró enseguida», le explicaron a su sobrino. Fue entonces cuando el pánico les hizo llamar a Julián para advertirle vagamente (pues no conocían con certeza dónde se encontraban) del incidente con el fin de que fuera a rescatarlos.

«La verdad es que no sabía dónde buscarlos, no me habían dado indicaciones precisas», aseguró Julián a este diario. Para cuando llegó, los bomberos, la Policía Local de Alginet y la Guardia Civil ya habían comenzado la maniobra de rescate: la Guardia Civil rompió los cristales del coche y sacó con una cuerda a cada uno de los viajeros. Primero sacaron a María por la ventana de atrás que, operada de la cadera, lleva tiempo sin poder andar. Después fue el turno del conductor, Francisco, y más tarde el de Aquilino.

«Diez minutos más y habrían muerto ahogados», lamentó. Y es que para cuando se efectuaron las labores de rescate, el agua ya les llegaba al cuello. «Estaban tan paralizados por el miedo que ni siquiera se habían quitado el cinturón de seguridad», aseguró Julián.

Los agentes sanitarios les atendieron in situ y, tras comprobar que no tenían heridas graves, los trasladaron en ambulancia al Hospital de la Ribera donde detectaron que María tenía un cristal incrustado en una de sus piernas. A las cinco de la tarde, los médicos les dieron el alta.