Nada como la sonrisa para conocer la interioridad del ser humano, y la que ha exhibido el "rey del cachopo" tras su detención es una mezcla de burla y amargura, la mueca del mentiroso cazado en sus embustes, la del asesino pillado con las manos en la masa, quizá la del hombre profundamente herido en su orgullo. Porque detrás del brutal crimen de su novia, Heidi Paz Bulnes -recuérdese que fue hallada descuartizada en una maleta, decapitada, sin brazos y con los pechos arrancados, para evitar su identificación-, posiblemente no haya más que un desengaño amoroso.

Heidi había iniciado al parecer una relación con el exnovio de una amiga y quería poner tierra de por medio respecto a César Román, el empresario fracasado y pufista, una rutilante estrella fugaz en el por otro lado efímero mundo de la hostelería madrileña. Hasta le escribió una carta explicándole que no quería verle ni en pintura, aunque no dejaba de llamarle "amor mío", quizá para endulzar el trance.

Román, que se estaba poniendo cada vez más violento con la mujer, quiso hacer un intento por conservar la relación y se sacó de la manga un anillo y una petición de matrimonio. El problema es que Heidi había tenido bastante y se lo arrojó a la cara. Había sellado así su destino y el escaso metro cincuenta de César Román cayó sobre ella.

El crimen fue el 5 de agosto, en la zona de Embajadores. Un taxista recogió al "rey del cachopo", que iba cargando con una pesada maleta y al que ayudó a meterla en el coche. Al taxista no le resultó nada extraño. "No olía raro", dijo a la Policía. Dentro de ella iba posiblemente la pobre Heidi. La valija pesaba unos sesenta kilos, lo que hace pensar que el cuerpo estaba todavía entero. El taxista lo condujo hasta un local de la calle de Sebastián Gómez, en el barrio de Usera. Fue allí donde encontraron el cadáver descabezado, el 13 de agosto.

Para ese día, César Román ya había cambiado de aires, dirigiéndose hacia Zaragoza con nombre falso y un mote que le venía como anillo al dedo, "Chiqui". Fue allí, en Casa Gerardo, donde lo encontró hace unos días la Policía, después de que la dueña del local lo reconociese por una foto en un programa de la tele. El tipo estaba a punto de ser despedido. Se le pasaba el arroz y hacía unos pinchos incomestibles. También tenía problemas en la vivienda que compartía con una mujer dominicana y su hija, porque era sucio y no limpiaba el baño.

César Román mantiene la boca cerrada ante la Policía y la jueza. Dice que no ha matado a nadie y que nada es lo que parece. En su momento lo dirá. Los agentes buscan afanosamente pruebas biológicas que le vinculen al crimen. El "rey del cachopo" aún mantiene su sonrisa de hiena.